La captura de El Señor del Sombrero: ¿qué pasará?

Hemos perdido toda perspectiva y honestidad intelectual para reconocer que la guerra que decidimos pelear contra el consumo de drogas es fallida y contraproducente

Ismael Zambada, 'El Mayo', en 2010, durante su encuentro con el periodista Julio Scherer para la entrevista 'Proceso'.Proceso

Desde el jueves por la tarde, cuando recibí el post de Semanario Zeta sobre la captura de Ismael El Mayo Zambada en Estados Unidos, no he tenido mucho tiempo para pensar. La primicia es de Zeta y acá en Sinaloa pudimos confirmarla con fuentes militares de inmediato.

Por un lado, la noticia abrió una avalancha noticiosa que nos ha dejado dormir poco, y por el otro a mi WhatsApp no dejan de llegar mensajes de conocidos, amigos y familiares en Sinaloa....

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Desde el jueves por la tarde, cuando recibí el post de Semanario Zeta sobre la captura de Ismael El Mayo Zambada en Estados Unidos, no he tenido mucho tiempo para pensar. La primicia es de Zeta y acá en Sinaloa pudimos confirmarla con fuentes militares de inmediato.

Por un lado, la noticia abrió una avalancha noticiosa que nos ha dejado dormir poco, y por el otro a mi WhatsApp no dejan de llegar mensajes de conocidos, amigos y familiares en Sinaloa. Todos quieren saber lo mismo: ¿qué pasará?

Antes solía responder con explicaciones elaboradas que partían de nuestro conocimiento y criterio, pero cada vez tengo más la sensación que ante hechos así, siempre es más lo que ignoramos que lo que conocemos. Por lo que cada vez respondo con más parquedad sobre lo que sí sabemos.

En Crónica de un encuentro insólito, como calculadamente llamó Julio Scherer al texto publicado el 3 de abril de 2010 en la revista Proceso y donde relata su charla con Ismael Zambada en algún paraje serrano, el capo reflexiona con lucidez sobre los impactos de su posible captura o muerte.

Catorce años después y apenas a dos días de distancia de su inesperado e inverosímil arresto, podemos reflexionar sobre los dichos de Zambada. Es útil el ejercicio para mostrar cómo la detención de capos de alto perfil afectan, o no, al mundo del narco.

Sobre el tema, dice El Mayo en un primer momento: “A mí me agarran si me estoy quieto o me descuido, como a El Chapo. Para que hoy pudiéramos reunirnos, vine de lejos. Y en cuanto terminemos, me voy [...] Tengo pánico de que me encierren. –Si lo agarraran, ¿terminaría con su vida? –No sé si tuviera los arrestos para matarme. Quiero pensar que sí, que me mataría.”

Pero no, consciente de que estaba del otro lado de la frontera, sabiéndose engañado para llegar ahí, Zambada no opuso resistencia alguna. Bajó del avión en el que iba con Joaquín Guzmán, hijo de El Chapo, y quedó bajo custodia de las autoridades estadunidenses. Luego, su abogado insistió en que no se había entregado. En la foto que todos hemos visto, vistiendo una camisa polo azul, el pelo y el bigote bien negros, a El Mayo se le nota contrariado.

Luego, pregunta otra vez Scherer: “¿Hay en usted espacio para la tranquilidad? –Cargo miedo. –¿Todo el tiempo? –Todo. –¿Lo atraparán, finalmente? –En cualquier momento o nunca.”

Y así, en cualquier momento, cuando ya nadie esperaba que sucediera, el pasado jueves 25 de julio, un día como cualquier otro, cayó el Señor del Sombrero, el legendario Mayo Zambada, líder del Cartel de Sinaloa. Septuagenario y enfermo, su imagen ya no es la del hombre macizo que se encontró Scherer y con quien accedió a tomarse la última foto que teníamos de él. Así, sin un solo disparo de por medio, Zambada fue arrestado.

Influenciados por el cine y las narcoseries, solemos imaginar que las caídas de personajes míticos como El Mayo deben ser espectaculares, llenas de acción y no aburridas o marcadas por diligencias cotidianas. Por eso cuando la realidad no llena la expectativa, desconfiamos.

Pero en la que sin duda es la lección que todos debimos aprender desde 2010, afirma Zambada con acierto: “Un día decido entregarme al Gobierno para que me fusile. Mi caso debe ser ejemplar, un escarmiento para todos. Me fusilan y estalla la euforia. Pero al cabo de los días vamos sabiendo que nada cambió. –¿Nada, caído el capo? –El problema del narco envuelve a millones. ¿Cómo dominarlos? En cuanto a los capos, encerrados, muertos o extraditados, sus reemplazos ya andan por ahí”.

Por supuesto El Mayo no se entregó para ser fusilado, si acaso hubo una negociación (una versión que sostienen algunos periodistas) lo hizo para llegar a algún acuerdo que le permita volver a ver sus hijos y tratar su salud. Sabremos relativamente pronto qué pasó. En caso de que fuera a litigio, será sin duda el nuevo juicio del siglo.

Por eso, por llamativa que resulte, la detención de Ismael Zambada García probará, otra vez y al igual que con otras de su tipo, que estas alteran en muy poco el fenómeno del narcotráfico mundial. Lamentablemente, los impactos más visibles y no por temporales menos dolorosos, se dan siempre en el ámbito de la seguridad, donde los reacomodos generan olas de violencia con numerosas víctimas entre las facciones involucradas y en los territorios en que operan.

A la espera de esos posibles reacomodos estamos en Sinaloa, a donde llegaron 200 elementos de las Fuerzas Especiales del Ejército para reforzar la seguridad. ¿Se desatará la violencia? Puede ser, pero no lo sabemos con certeza. Lo triste es que las autoridades tampoco.

Desde la detención de El Mayo se han registrado tres homicidios en el Estado. Uno de ellos fue, el mismo día casi a la medianoche y de altísimo perfil, el de Héctor Melesio Cuén Ojeda, futuro diputado federal del PRI, exrector y cacique de la Universidad Autónoma de Sinaloa.

No sabemos si ambos hechos están vinculados, la carpeta se abrió por homicidio doloso, pero la primera línea de investigación de la Fiscalía apunta a un posible robo de vehículo tras el testimonio de su acompañante, un hombre de confianza de la víctima que presenció el ataque a balazos y lo llevó a la clínica donde murió. La muerte de Cuén Ojeda ha sido más leída en Sinaloa que la captura de Zambada y agregó más zozobra al ambiente.

Dos décadas después de abrir el frente de batalla que nos mantiene ensimismados en la lógica de la militarización, perdidos en la frialdad de las estadísticas de detenciones y decomisos, hemos perdido toda perspectiva y honestidad intelectual para reconocer que la guerra que decidimos pelear con el argumento de reducir los daños ocasionados en la sociedad por el consumo de drogas es una guerra fallida y contraproducente.

México vive hoy una crisis humanitaria no reconocida oficialmente, pero que registra cientos de miles de personas muertas o desaparecidas, territorios completos controlados por jefes de plaza y un Estado cada vez más imbricado y coludido con el crimen organizado.

El Mayo Zambada fue detenido en Estados Unidos, donde será juzgado o llegará a algún arreglo a cambio de dinero e información, pero la crisis de salud por el consumo de fentanilo que el Cartel de Sinaloa produce y envía a ese país seguirá. Mientras tanto, en México, al tiempo que los asesinatos y las desapariciones continúan en total impunidad, heredaremos sus relevos, que ya están listos. Todos sabemos quienes son.

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