Marcha fúnebre por la selección mexicana
El equipo dirigido por Jaime Lozano mostró todos los defectos posibles: fragilidad defensiva, pésimo control de media cancha y una incapacidad para marcar asombrosa, ¿son suficientes dos años para enmendar la plana antes del Mundial?
La selección mexicana de fútbol ha sido eliminada de la Copa América 2024 de una forma ignominiosa, y en un grupo que parecía, en el papel, bastante accesible, tras conseguir una magra victoria sobre Jamaica de 1-0, caer por el mismo marcador ante Venezuela y empatar sin goles con Ecuador. El equipo dirigido por Jaime Lozano mostró todos los defectos posibles: fragilidad defensiva en momentos clave, pésimo control de media cancha y una incapacidad para marcar asombrosa.
México, ya clasificado al Mundial de 2026 por ser uno de los países anfitriones, mostró su peor juego en años y fracasó en su última gran prueba. Varios analistas auguran la posibilidad de que Lozano sea apartado del cargo y se dé un volantazo, el enésimo, en la conducción del combinado nacional. El director técnico fue ratificado la noche del domingo por los directivos, pero las réplicas del terremoto que representa esta caída no se apagarán fácilmente.
No podemos enterrar la carcasa del equipo que se presentó en esta Copa América sin unas palabras previas. La primera reflexión, inevitable, es que el futbol mexicano es un manantial de mediocridad. Una liga cuajada de jugadores importados, en la que los nacionales, en especial los jóvenes, son en el mejor de los casos actores secundarios. México es un país que compra jugadores foráneos, pero del que muy pocos nacionales emergen. La vida es demasiado cómoda aquí para los mexicanos de cierto nivel. Una minoría absoluta emigra y se gana un lugar en competencias principales en Europa. Casi todos prefieren la tranquilidad, el sueldazo y el conformismo de ser meras estrellitas locales. Sostenemos, además, un torneo sin descenso ni ascenso, en la cual clasifican a las finales la mitad de los equipos. Hay que hacer muy poco en esta liga para estar a un paso de ser campeón. Nuestra competitividad está por los suelos.
Los jugadores mexicanos han sido atávicamente incapaces de crecerse en los torneos importantes. Nuestros campanazos en Copa América, mundiales o Confederaciones ya quedaron muy lejanos. Y no se puede culpar más a la falta de renovación del cuadro. El equipo de Lozano salió a las canchas sin que figuraran en él ninguna de las viejas glorias que coparon las playeras verdes durante los recientes dos decenios. Ya no viajaron los Ochoa, Guardado, Hernández, Jiménez, Herrera o Moreno de toda la vida. Pero quienes están no fueron capaces siquiera de llenar sus de por sí controversiales zapatos.
Mientras que equipos como Colombia han renacido y comen en la mesa de los grandes, y otros como Venezuela o Canadá muestran un crecimiento continuo y decidido, México parece retroceder en cada torneo. El equipo rocoso, luchador, con destellos de clase, que sorprendió y brilló en otras Copas América, fue sucedido por este proyecto flojo, inocuo, que ni muestra buen juego ni obtiene resultados ni preocupa a los rivales.
¿Qué hacer? Mientras el torneo mexicano margine y aplaste a los jugadores nacionales, y mientras seamos un país comprador y no exportador de futbolistas, nuestras oportunidades se reducirán más cada vez. Si a eso sumamos que la selección suele ser un mero negocio, un combinado que sale a jugar amistosos intrascendentes en canchas de Estados Unidos para embolsarse los dólares de los leales mexicanos que residen allá, no hay mucho que esperar.
¿Son tiempo suficiente los dos años que restan antes del mundial para enmendar la plana, luego de los desastres sumados de Qatar 2022 y esta Copa? Es difícil decirlo. Pero si no se dan de una vez los pasos que revolucionen la liga y la manera en que se maneja a los futbolistas nacionales, estos pésimos resultados serán, apenas, los primeros de muchos por venir.