El cierre de campaña de Sheinbaum: el obradorismo es callejero

Durante el último año, la candidata de Morena recorrió todo el país al menos cinco veces. También porque la corriente popular que la lleva en brazos es precisamente aquello que los suyos llaman ‘Movimiento’

Claudia Sheinbaum en Ciudad de México, este 29 de mayo.Isaac Esquivel (EFE)

Era 27 de junio de 2018. Claudia Sheinbaum, de 56 años y candidata a la jefatura de gobierno de la Ciudad de México, pronunciaba en el estadio Azteca el discurso final de la última campaña presidencial del tres veces candidato Andrés Manuel López Obrador. El AMLOFest —así bautizado— congregó a 100.000 personas, cuatro veces menos que los asistentes reunidos (según cifras oficiales) por Sheinbaum en la Plaza de la Constitución pa...

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Era 27 de junio de 2018. Claudia Sheinbaum, de 56 años y candidata a la jefatura de gobierno de la Ciudad de México, pronunciaba en el estadio Azteca el discurso final de la última campaña presidencial del tres veces candidato Andrés Manuel López Obrador. El AMLOFest —así bautizado— congregó a 100.000 personas, cuatro veces menos que los asistentes reunidos (según cifras oficiales) por Sheinbaum en la Plaza de la Constitución para su cierre de campaña.

Desde entonces, seis años han transcurrido y mucho ha cambiado. La popularidad del presidente vuela alto y los pronósticos catastróficos asociados con la izquierda yacen derrotados. En cambio, los inversionistas parecen ir de guinda: nada peor para los negocios que la impredecibilidad e inestabilidad política ofrecida por el bando contrario.

El nutrido acto final de Sheinbaum —”del Zócalo a la victoria” — era previsible tras una campaña territorial que peregrinó los 300 distritos electorales que integran el país. Durante el último año, la candidata de Morena recorrió todo el país al menos cinco veces. También porque la corriente popular que la lleva en brazos es precisamente aquello que los suyos llaman Movimiento. Un colectivo forjado a pie, nacido de los éxodos por la democracia de los años noventa, el desafuero, las movilizaciones contra el fraude electoral de 2006 y la compra del voto en 2012. El obradorismo es callejero.

Que Andrés Manuel estuvo también en el cierre de campaña es un sobreentendido.

Pero algo ha cambiado. El metódico curso sucesorio echado a andar dentro del movimiento y las características personales de la heredera lograron lo impensable: una entusiasta autorización popular para un doloroso enroque.

Primero fue el extenso proceso de sucesión. El relevo efectivo del liderazgo obradorista ha sido tan gradual y escalonado que, para el día en que Claudia Sheinbaum proteste guardar y hacer guardar la Constitución ante el Congreso de la Unión, llevará poco más de un año como titular del bastón de mando del movimiento. Hoy estamos tan acostumbrados a ver a Sheinbaum como a Obrador de pie frente al estrado. Primi inter pares.

Andrés Manuel —ese que tildaban de tirano y monopolizador—, fue cediendo terreno a su discípula como parte de una estrategia de evaporación gradual ante los ojos de sus seguidores. Lo que alguna vez fue operativo se fue tornando simbólico para terminar desapareciendo con lo que Saramago llama una onomatopeya providencial. Cuatro letras. Plof.

Después están las características propias de la candidata. La disciplina de abeja y la fuerza de persuasión de Sheinbaum —esa exótica cualidad que en un hombre se considera deseable y que se transforma en intimidatoria cuando una mujer la encarna— son su escudo, no permiten que sea devorada por las virtudes del predecesor.

Claudia no es Andrés, pero lo reconoce sin descanso.

Durante el discurso de cierre de campaña, a Claudia no le bastaron tres palabras para describir lo que visualiza como proyecto. Su plan de nación no se agota en la reivindicación de la vida digna, la verdad y la libertad. Además, resaltó en mayúsculas tantas otras: Justicia Social, Resultados, Economía Moral, Salario Justo, Inversión Extranjera, Transformación, Bienestar, Democracia, Pueblo, Austeridad y Territorio. De eso —y de un llamado final a la Unidad Nacional— promete que irá su sexenio.

Sheinbaum buscó cumplir al menos cuatro objetivos en su cierre de campaña. El primero fue expreso: agradecer el apoyo recibido y comprometerse a no defraudar. El segundo fue aritmético. Un llamado al entusiasmo necesario para impulsar su mentado Plan C. La candidata es consciente de que solo eso la salvará de quedar atrapada entre la debilidad numeraria en el Congreso y la dialéctica legislativa.

El tercer fue arenga: Morena necesita una diferencia de votos contundente ante las amenazas de impugnación anticipadas por una oposición moribunda que se aferra al bote salvavidas.

Por último, con apoyo del discurso de Clara Brugada, buscó recordar a quién pertenece el Zócalo de la Ciudad de México, cuna del obradorismo, testigo de la primera victoria electoral de la izquierda en 1997 y del voto por voto, casilla por casilla. No pueden perderla.

A cinco días de que los diarios confirmen en sus titulares que #FueClaudia, la última movilización obradorista llega como un último recordatorio de la transformación que Andrés Manuel provocó en nuestro sistema de partidos. Si en 2018 la gente no votó por Morena, sino por López Obrador y un proyecto de nación, en 2024 la historia no será diferente.

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