La ciencia de López Obrador
La rectoría centralizada de la ciencia ha desencadenado un nacionalismo científico ramplón y poco productivo
Quiero comenzar diciendo algo que hoy parecería una herejía, pero que en mi opinión es sentido común: Yo sí estoy de acuerdo con que el Estado recupere la rectoría de la ciencia.
Me parece adecuado que el Gobierno siente directrices claras de qué tipo de ciencia es deseable financiar con recursos públicos y que utilice el dinero público para alinear el desarrollo científico con las necesidades de desarrollo del país. Considero legítimo, por ejemplo, que el Gobierno decida que es más necesario invertir en ...
Quiero comenzar diciendo algo que hoy parecería una herejía, pero que en mi opinión es sentido común: Yo sí estoy de acuerdo con que el Estado recupere la rectoría de la ciencia.
Me parece adecuado que el Gobierno siente directrices claras de qué tipo de ciencia es deseable financiar con recursos públicos y que utilice el dinero público para alinear el desarrollo científico con las necesidades de desarrollo del país. Considero legítimo, por ejemplo, que el Gobierno decida que es más necesario invertir en STEM y ciencias médico-biológicas, que en más abogados o sociólogos.
Lo considero así porque la historia nos ha mostrado que un componente fundamental del éxito económico de los tigres asiáticos fue precisamente que existiera una rectoría de Estado con capacidad de alinear la investigación científica con el desarrollo de industrias estratégicas. El resultado fue un círculo virtuoso de manufactura cada vez más sofisticada y mejoras en salarios.
López Obrador supuestamente buscaba lograr una rectoría de Estado en la ciencia como la que describo. Sin embargo, fracasó.
En vez del desarrollar una política científica de vanguardia que obtuviera lo mejor del conocimiento global y lo aplicara al desarrollo doméstico, se decantó por una política de ciencia ramplona y nacionalista que desconecta a México del mercado global.
Quizá una de las áreas de mayor retroceso han sido las becas de posgrado. Sin razones de peso, el Gobierno ha decidido limitar el número de becas para estudiar en el extranjero, a fin de favorecer a universidades domésticas. La lógica es que no es necesario pagar por becas en dólares, si los mismos programas se pueden estudiar en México.
Esto es un grave error. El objetivo de las becas al extranjero nunca fue sustituir a los programas domésticos, sino lograr que los estudiantes obtuvieran conocimientos de vanguardia, no disponibles en México. Las becas al extranjero eran una política que nos permitía generar capital humano de talla global a fin de que este pudiera volver a México a desarrollar herramientas nuevas.
Por supuesto que había abusos en la forma de otorgar las becas. Con frecuencia éstas se otorgaban a personas que iban a posgrados de bajo nivel educativo, en disciplinas no prioritarias. En ocasiones las becas parecían ser unas vacaciones pagadas y en otras, el Gobierno mexicano terminaba pagando por becas que hubieran sido pagadas por la universidad extranjera de todos modos.
Sin embargo, el que haya habido abusos no justifica que el programa de becas al extranjero se limite al mínimo. La nueva política de ciencia indica que solo se dará becas al extranjero si sobran recursos de becas domésticas. No es un criterio que este basado en la calidad de la enseñanza, sino en llano nacionalismo.
Una mejor política de becas seleccionaría programas específicos que son sujetos de becas con base en la calidad educativa. Además, requeriría que los estudiantes regresen a México a utilizar sus conocimientos. Uno de los abusos que existía en el programa anterior es que el Gobierno no siempre requería que los estudiantes volvieran a México. El programa de becas al extranjero terminaba patrocinando el capital humano de otros países donde el becado terminaba trabajado.
Me parece que uno de los errores más grandes que López Obrador ha sido el reclutamiento de su equipo. Carente de cuatros técnicos y boyante de perfiles políticos, el Gobierno otorgó importantes cargos a activistas con poca experiencia en el sector público.
Quizá el caso más evidente de ello es el Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías (CONAHCYT). Fue ahí donde María Elena Álvarez-Buylla, su directora, ha dado rienda suelta a su ideología de hierro, buscando implementar a ultranza una agenda que le ha ganado la enemistad de la comunidad científica y su estudiantado.
Álvarez-Buylla ha carecido de capacidad para negociar con distintas contrapartes y para encontrar soluciones efectivas. Por el contrario, la directora del CONAHCYT ha convertido ideas loables en políticas altivas y poco flexibles. El CONAHCYT ha quedado consumido por un deseo revolucionarlo de cambiar todo de forma inmediata, un tractor de arrogancia con ínfulas de orgullo.
El resultado es trágico. Entre la academia con mayor voz pública Álvarez-Buylla ha perdido simpatías. Se le acusa de destruir las instituciones de ciencia, eliminar su capacidad de innovación e introducir una serie de decisiones discrecionales que afectan a los científicos. El CONAHCYT ha despertado profundas animadversiones y ha transformado a la academia, de ser un aliado y un votante del obradorismo, a ser su enemigo acérrimo.
Por su parte, Álvarez-Buylla solo deslegitima estas quejas y minimiza el papel que los académicos juegan en el debate público. Su argumento es que la academia es una proporción muy menor de la población y muy privilegiada. Sus quejas, piensa, no pintan entre el electorado y se explican más por la mezquindad de su ego reaccionario.
Álvarez-Buylla se equivoca. Si bien la academia no tiene muchos votos, sí tiene una capacidad muy crítica: traducir lo que sucede en México al mundo. Sus estudios y opiniones terminan influyendo en la forma en la que se evalúa el sexenio de López Obrador ante los ojos del mundo. La academia es un enemigo poderoso.
Es verdad que el CONAHCYT de Álvarez-Buylla ha tenido aciertos. Por ejemplo, anteriormente el Gobierno tenía programas que financiaban innovación dentro de empresas privadas sin pedirles que compartieran las ganancias de los productos desarrollados con dinero público. El resultado era un festín para empresas ultra grandes que podían desarrollar patentes que les permitían controlar una porción todavía más grande del mercado. Es también un acierto el que se busque tener una mayor eficiencia de recursos y fomentar una mayor vinculación entre las universidades domésticas y la industria.
El problema de la política de ciencia de López Obrador es la forma en la que se ha implementado. Tergiversando conceptos útiles por consignas pedestres que no resuelven el objetivo originalmente planteado.
La visión tajante que tienen de lo que debe ser la ciencia tampoco ayuda. Esperemos que haya espacio para corregir, acotar y perfeccionar esta política. Cada año sin suficientes becas para estudiar en el extranjero, es un año que perdemos para adquirir conocimientos que no existen dentro del país.
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