Fuentes

Dicen las estadísticas que se cumple la década de ausencia, pero el autor de ‘Aura’ es una presencia recurrente

Uno no solo abreva de las grandes letras y su música; uno se forja y forma, van hilándose ideas y criterios compartidos, callados debates y pura conversación con autores que parecían eternos. Ahora que se palpa el latido de su ausencia parece mentira que hubo ayeres en que la mesa de novedades en las librerías alineaba novísimas entregas de Borges y Bioy, que en el pasillo del fondo deambulaba en persona Pitol y que esa misma tarde veíamos salir de su estudio en jardín a García Márquez a medio párrafo de una página amarilla. Hubo visiones de Ibargüengoitia levitando por Coyoacán en un plano qu...

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Uno no solo abreva de las grandes letras y su música; uno se forja y forma, van hilándose ideas y criterios compartidos, callados debates y pura conversación con autores que parecían eternos. Ahora que se palpa el latido de su ausencia parece mentira que hubo ayeres en que la mesa de novedades en las librerías alineaba novísimas entregas de Borges y Bioy, que en el pasillo del fondo deambulaba en persona Pitol y que esa misma tarde veíamos salir de su estudio en jardín a García Márquez a medio párrafo de una página amarilla. Hubo visiones de Ibargüengoitia levitando por Coyoacán en un plano que parecía palpable y la tos de Monsiváis en una mesa que por azar nos reunía con sus pensamientos prognatas… y Carlos Fuentes, en la interminable escalinata de una biblioteca blanca e infinita, suéter de cuello de tortuga y todos los idiomas en la lengua de tinta.

Dicen las estadísticas que se cumple la década de ausencia, pero Carlos Fuentes es una presencia recurrente, al menos para los deudores de su Aura novela corta o cuento largo perfecto, la piel del cuento Chac Mool y Un alma pura, la lenta muerte de un Artemio revolucionario y tantas tramas y tantos personajes que hablaban como él, autor poliedro y polifacético. Era generoso con los escritores en ciernes y paseaba por los atardeceres de Londres entre las tumbas de miles de jovencitos que murieron en las grandes guerras; cantaba óperas en la ducha y se sabía de memoria los créditos completos que aparecen al final de las grande películas y podía parar el tráfico con su perfil aguileño –de joven y de viejo, de traje o en mezclilla.

Daba unos brincos atléticos para subir a los escenarios de las cátedras que iluminó y de los escenarios que lo premiaron y bailaba danzón como si el mundo se hubiese congelado en 1958. Se enamoraba de la Luna y era capaz de silencios en prosa, de retruécanos constantes con las palabras y de enrevesar los nombres como greguerías.

Era un lector voraz que contagiaba lecturas como alientos de vida y un melómano silente, un cronista en columnas de prensa y un cuentista de electrocardiogramas verbales y sobre todo, novelista que adelantó a su redacción la lista completa de sus obras completas, como quien tienen un plan de evasión preparado desde hace décadas y sí, estas líneas pretenden abrazar a su güerita, amiga del Universo en un oleaje de diversa gratitud y crecida admiración… y sí, ¡Qué viva Carlos Fuentes!

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