De mil héroes la patria aquí fue
Quizá si la vida en México dejara de estar aplastada por la violencia y la marginación, podríamos estar orgulloso de vivir en paz sin necesidad de disfraces y banderitas
Siempre me ha sorprendido, para mal, la confianza que los gobiernos depositan en la propaganda. Hablo en términos generales, pero en este caso voy a referirme a la que podríamos denominar como propaganda patriótica. Me cuesta creer que un habitante de este país tan flagelado se olvide, al mirar una banderita tricolor con su escudito de águila en el centro, unos colgantes luminosos con las carotas de l...
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Siempre me ha sorprendido, para mal, la confianza que los gobiernos depositan en la propaganda. Hablo en términos generales, pero en este caso voy a referirme a la que podríamos denominar como propaganda patriótica. Me cuesta creer que un habitante de este país tan flagelado se olvide, al mirar una banderita tricolor con su escudito de águila en el centro, unos colgantes luminosos con las carotas de los héroes o una pirámide primorosamente elaborada a base de tablarroca, de sus problemas económicos, de la violencia diaria, de esas crisis superpuestas que llamamos México. En cambio, los poderes institucionales están seguros de que ese dudoso efecto es muy real.
Si la actualidad mueve a la desesperanza, pues que la historia y los símbolos nos devuelvan la fe: eso parecen pensar los gobernantes (y no solamente los actuales, que ya sabemos que son devotos de andar desempolvando efemérides nacionales cada mañana, sino básicamente todos los que han ejercido el poder en este país, como si con la silla del águila viniera también empaquetada una flautita de Hamelin patriotera). Se olvidan, claro, de que nuestra historia será todo lo épica que se quiera, pero también que está cuajada de derrotas calamitosas y que la inmensa mayoría de nuestros próceres acabaron muy mal…
Quizá el escepticismo que experimento provenga del hecho de que cuando era niño, mi padre me llevó a ver una obra de teatro en la que un actor caracterizado como el Benito Juárez de los billetes repetía las frases célebres del mandatario oaxaqueño y al final mandaba fusilar a un Maximiliano de Habsburgo que hablaba como gringo. ¿Qué hacía yo en la platea, mirando ese bodrio? Me había mandado la maestra de la escuela pública en la que estudié, castigado. ¿Cuál era el motivo? Que me había sorprendido bostezando en la clase de historia. El tema que estábamos viendo no tenía nada que ver con la Guerra de Reforma ni la Intervención Francesa (creo recordar que estábamos memorizándonos los nombres de las cuatro principales calzadas que atravesaban la gran ciudad de México-Tenochtitlán). Pero como la obra estaba en cartelera, la profesora decidió mandarle un recado a mis padres, en el que les solicitaba que me llevaran a la representación dichosa, para ver si el espíritu patrio descendía sobre mí. Huelga decir que eso no sucedió.
Lo que queda claro es que, en las escuelas públicas de mi época, el patriotismo era cosa que se tomaba muy en serio. Cada lunes, se realizaban representaciones de episodios históricos y los niños debíamos disfrazarnos. Algunos de revolucionarios, otros de insurgentes, unos más de franceses invasores para que los tundieran los niños vestidos de seudozacapoaxtlas. Nuestras clases nos machacaban el nacionalismo a tal grado que la historia universal básicamente servía de preámbulo al momento cumbre en que el PRI tomaba el poder… También había, lo entiendo ahora, poca conciencia de la cantidad de nacionalismos encimados y autoexcluyentes en ese discurso. Algunos pensaban que ser mexicano significaba sentirse azteca. Otros pensaban lo mismo de ser charro, que es algo que ningún azteca hubiera podido ser ni en alucinaciones. Nuestra profesora estaba muy satisfecha con nuestro fervor, pero cuando se le ocurrió poner en un examen la curiosa pregunta: “¿Cuál es tu país favorito del mundo?” la mayoría de los niños respondieron “Estados Unidos” y milagro que no se nos infartara. Por desgracia, no había en aquel momento una obra de teatro patriótica en la cartelera local. Nomás nos quedamos sin recreo, por extranjerizantes y malinchistas.
Quizá si la vida en México dejara de estar aplastada por la violencia, los problemas económicos, la marginación y la zozobra de millones, podríamos estar orgulloso de vivir en paz sin necesidad de disfraces, banderitas, parrafadas sin fin sobre lo nobles que fueron los héroes. Pero entonces ¿qué harían los constructores de pirámides de tablarroca?
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