México vota a la primera presidenta de su historia
Más de 98 millones de electores podrán decidir si continúan la línea marcada por el presidente López Obrador o dan su apoyo a la oposición conservadora
Más de 98 millones de electores están llamados este domingo a las urnas en México para decidir por la continuidad de las políticas actuales o cambiar de registro. La primera opción la representa Claudia Sheinbaum, de 61 años, sucesora del presidente Andrés Manuel López Obrador, favorita en todas las encuestas con sobrada ventaja para convertirse en la primera mujer que ocupe el sillón presidencial en México, algo que no ha ocurrido nunca en toda Norteamérica. La segunda, Xóchitl Gálvez, de la misma edad, encarna las aspiraciones de la coalición opositora, que reúne a los dos partidos históricos del país, el Revolucionario Institucional (PRI) y Acción Nacional (PAN), junto al minoritario PRD, un cóctel de ideologías para enfrentar el empuje de Morena, y los sondeos insisten en que ni así lo van a conseguir. Para quien no guste de ninguno de los grandes bloques, queda una tercera vía, de posibilidades escasas, Movimiento Ciudadano, que ha rechazado unirse a la oposición y tratará de conquistar por libre el voto joven, con especial énfasis en la infancia. En los últimos días, legislar a favor del consumo de marihuana y del aborto se han convertido en sus señas de identidad, aunque ambas prácticas están ya despenalizadas por la Suprema Corte.
México ha logrado en este sexenio reducir la pobreza, que todavía afecta de forma moderada o extrema al 36% de una población de 126 millones de habitantes. Sus datos de criminalidad, sin embargo, no han descendido lo suficiente para abrir espacio a la esperanza: más de 30.000 muertos al año. Las elecciones son una buena muestra de ello, con una treintena de candidatos asesinados desde junio pasado, cuando iniciaron informalmente las campañas. Pobreza y violencia han sido las dos claves de la campaña que comenzó el 1 de marzo.
La oposición ha atacado duramente con los niveles de inseguridad, su lema ha sido Por un México sin miedo. Sin embargo, en lo que respecta a la pobreza, ha tratado de convencer al electorado de que no eliminará las muchas ayudas que ha repartido el presidente López Obrador a las familias humildes: el 70% de los hogares mexicanos cuentan con alguna de estas, ya sean becas escolares, pensiones u otras. Gálvez, que se crio en un pueblo pobre, ha repetido hasta la saciedad que las mantendrá si llega a ser presidenta, porque conoce la vida de carencias, dice, aunque ahora es ingeniera y empresaria.
La favorita, Sheinbaum, sí cuenta con el apoyo mayoritario de los pobres, de esa suerte de izquierda que encarna su partido, Morena, en cuya fundación ella misma participó. Es el movimiento que llevó a López Obrador a la presidencia con una lluvia de votos y el que le mantiene en un pedestal político digno de un santón laico. Su popularidad alcanza, en el sexto y último año de su mandato, alrededor de un 60%. Esa fuerza es la que ha llevado en volandas a la candidata, que ha prometido por activa y por pasiva “guardar su legado”, ahora que él se retirará al rancho cuando entregue, el 1 de octubre, la banda presidencial. El continuismo que ha ofrecido Sheinbaum le garantiza un enorme suelo de votos, pero hay quien teme que los numerosos adversarios que se ha ido ganando el presidente en su mandato resten apoyos en otros sectores que en principio parecerían propios de esta candidata, de clase media, formación científica (es doctora en Física) y trayectoria académica, tanto en el activismo estudiantil como de profesora en las aulas.
Parte de las clases medias volvió la cara a López Obrador por sus continuos ataques, también los científicos, los periodistas resultaron muy fustigados, intelectuales, feministas, todos iban engordando la nómina de adversarios. De modo que a Sheinbaum le funciona en su éxito la máxima del presidente: “Por el bien de todos, primero los pobres”, pero está por ver cuánto terreno araña en otras esferas. Hay quien confía en que, si llega a la presidencia, mejorará o variará algunas de las políticas sobre las que ahora calla, y no faltan quienes piensan que conseguirá aún más votos que su antecesor. En unas horas se verá.
Con mejoras o sin ellas, depende de quien lo mire, México tiene todavía grandes asignaturas pendientes en áreas básicas, como la educación, que este mandato ha experimentado una reforma de calado que apenas comienza en las aulas con total incertidumbre; en la salud, donde el sistema público muestra múltiples carencias de recursos humanos, o el desabasto de medicamentos vitales. Es la economía, una de las áreas de mayor interés ciudadano, la que más alegrías ha proporcionado al Gobierno y mayor munición electoral a su sucesora, que ha exhibido logros como el aumento histórico del salario mínimo y las pensiones, los récords en inversión extranjera, en exportaciones o en las remesas que envían los migrantes para sostener pueblos enteros; la fortaleza de la moneda, casi sin parangón entre países pares, o la esperanza de mayores empleos asociados a la relocalización de empresas estadounidenses. Como ha ocurrido con las ayudas sociales, ni la oposición se ha atrevido a denostar estos avances en la campaña.
Estas elecciones, las más grandes de la historia, decidirán también la nueva composición de las dos Cámaras, la gubernatura de nueve Estados, incluida la capital, que se administra con idéntica autonomía, varios legislativos estatales y las alcaldías de todo el país, en total, más de 20.000 cargos políticos pasarán por las urnas, allá donde no las quemen o las roben, que también ocurre, puntualmente. 98 observadores internacionales de la Organización de Estados Americanos (OEA) y otros equipos a instancias de los partidos revisarán el proceso en un país con una democracia sólida, pero que mantiene algunos puntos rojos en el mapa por la violencia criminal y otras resistencias a los comicios. También es frecuente el voto controlado por los caciques locales o sindicatos engañosos que proporcionan miles de sufragios de determinados sectores laborales a ciertos candidatos, que lo reconocen con desparpajo. Es el voto acarreado.
Una de las grandes incógnitas de esta elección tiene que ver con el PRI. El partido que ha definido México durante décadas lleva años con tropiezos de moribundo y es el que acumula el mayor rechazo ciudadano en las encuestas. Estado a Estado, ha ido perdiendo su fuerza territorial y muchos de sus altos cuadros lo han abandonado o han sido expulsados en los últimos tiempos. El PRI se desangra y todo predice que estas elecciones le situarán en un plano irrelevante en el devenir político, pero el muerto que tantos han matado, no pierde del todo la salud. Su mala fama ha sido, eso sí, uno de los lastres de la candidata opositora en esta campaña.
La segunda sorpresa podría salir de la Ciudad de México. Gobernada durante 27 años por la izquierda, en esta ocasión los conservadores le pisan los talones, como ya demostraron en las elecciones intermedias de 2021, cuando el PAN aumentó el número de alcaldías capitalinas hasta hacerse con la mayoría. No tiene por qué repetirse ese resultado, estos comicios son más complejos y el arrastre del voto presidencial juega a favor del partido que triunfe. Si Sheinbaum gana, es probable que parte de su éxito se refleje también en la Ciudad de México, pero en Morena no han dejado de mostrar signos de inquietud con el futuro de la capital.
Las elecciones no serán el final del mandato. López Obrador ha prometido agotar la legislatura nada menos que enviando a las Cámaras un paquete de medidas que requieren la reforma de la Constitución. Para ello necesita que estos comicios arrojen una mayoría de dos tercios que se antoja complicada y solo quedará el mes de septiembre para legislar. El nuevo gobierno, instaurado el 1 de octubre, deberá hacerse cargo de todo lo que haya quedado pendiente, mejorarlo, modificarlo o destruirlo, según quien gane. Y eso es exactamente lo que decidirán los mexicanos en unas horas.
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