Tatiana Bilbao: “No creo que con mi voto pueda injerir en nada y eso me frustra”
La arquitecta mexicana más galardonada internacionalmente reflexiona sobre los cuidados, el desencanto con la política y la importancia de consultar a las comunidades sobre el desarrollo de obras en su territorio
Dice Tatiana Bilbao (Ciudad de México, 52 años) que si le puede pedir algo a la nueva presidenta de México es ayudarla a sacar la cocina de dentro de las casas. Para así, sacar a las mujeres de las cocinas. La arquitecta mexicana más galardonada en el exterior siempre ha mantenido que una casa no es solo una casa. Ha estado enfocada toda su carrera en lograr que la construcción de las ciudades sea más consciente, más amable, más útil para quienes viven en ellas —una de sus primeras tesis fue tratar de peatona...
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Dice Tatiana Bilbao (Ciudad de México, 52 años) que si le puede pedir algo a la nueva presidenta de México es ayudarla a sacar la cocina de dentro de las casas. Para así, sacar a las mujeres de las cocinas. La arquitecta mexicana más galardonada en el exterior siempre ha mantenido que una casa no es solo una casa. Ha estado enfocada toda su carrera en lograr que la construcción de las ciudades sea más consciente, más amable, más útil para quienes viven en ellas —una de sus primeras tesis fue tratar de peatonalizar el centro de la capital del país—. Nieta de Tomás Bilbao, arquitecto y ministro del presidente de la Segunda República española Juan Negrín, exiliado en México, Tatiana Bilbao creció convencida de que la arquitectura y la política eran parte de lo mismo: un modo de transformar. Ahora, desde su luminoso estudio en el Paseo de la Reforma de Ciudad de México, en el que crecen, por las paredes y el techo, plantas y maquetas, reconoce su profundo desencanto con los gobiernos.
Pregunta. Hay una frase que dice mucho: “La arquitectura es un reflejo de su tiempo”. ¿Qué tiempo es ahora para México?
Respuesta. Es un tiempo en el que la sociedad hemos perdido la capacidad de entendernos como ciudadanos responsables de nuestra colectividad. Tenemos la sensación de que la clase política es una clase aparte y que nosotros no pertenecemos ahí.
P. ¿Esa desafección ha sido propiciada por la clase política?
R. Claro. Deliberadamente nos han desinvolucrado para seguir manteniendo este poder. En un curso sobre vivienda estábamos hablando de que en la Santa María de la Ribera, la alcaldesa decidió que los gráficos de los puestos eran feos, entonces decidió que se tenían que pintar todos de una forma específica. Sin embargo, el derecho humano de la representación cultural está descrito en la Constitución. Entonces, un alumno me preguntó: ¿por qué la gente no lleva esto a una batalla legal? Sin embargo, nadie lo hace, es más fácil esperar a que esa alcaldesa se vaya y volverlo a pintar. Es esa desesperanza, esa absoluta noción de derrota.
P. Personalmente, ¿cómo ha vivido esta situación política, los largos meses de campaña?
R. Yo crecí en una familia de políticos y arquitectos, que es lo mismo. Yo creo que la arquitectura es política. Mi abuelo sirvió de arquitecto político y de político siendo arquitecto. Yo crecí muy involucrada. Mi primer trabajo fue en la Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda y, cuando me lo dieron, era mi trabajo de los sueños. Me di cuenta muy pronto que ese no era el lugar donde se producía el espacio, ni siquiera de dónde se tomaban las decisiones sobre el espacio. Yo creo que de ahí viene mi desencanto. Me di cuenta que quienes podían producir espacio público y proponer soluciones de vivienda era gente del sector privado, académico e investigadores. Decidí pasarme ahí para poder injerir. Decidí ser ciudadana a través de mi arquitectura.
También me fui desencantando de la política porque hoy en día está rendida 100% al capital. Yo era la que a todo el mundo decía, “es que tienes que votar, no importa por quién”, y llevo dos elecciones y digo “no voy a votar”. Luego voto, porque es una responsabilidad y si no dejo de ser ciudadano, pero me cuesta mucho trabajo. Porque no creo que mi voto realmente pueda injerir en nada, y me frustra esa situación.
P. A pesar de eso, ¿va a votar el 2 de junio?
R. Sí, votaré, no puedo no hacerlo, mi abuelo me jala de las patas desde la tumba (se ríe).
P. ¿Con qué propuestas podría recuperar ese encanto?
R. Con hechos. Y eso es lo que no veo. He visto procesos, de todos los colores políticos, rendidos a aspiraciones personales o de partido.
P. ¿Cree que las obras se han convertido en una parte clave del ego de cada Gobierno?
R. Absolutamente. Pero esto no es nuevo, la arquitectura siempre se ha usado para refrendar el capital o el poder. Ha pasado en este sexenio, pero podemos decir lo mismo de todos, la arquitectura ha sido un vehículo para promover la posición política del partido en turno.
P. Venimos de un Gobierno en el que las grandes obras se han convertido en el emblema del Gobierno: el Tren Maya, una refinería, un corredor transístmico. Como arquitecta, ¿qué obras le gustaría ver en la próxima Administración?
R. Es realmente necesario empezar a involucrar a la comunidad. A mí me gustaría muchísimo ver a las comunidades otra vez apropiándose de sus espacios. Yo me imagino para la mía, por ejemplo, lograr espacios colectivos de cuidados, que esos fueran los lugares más icónicos de la ciudad, o espacios de producción cultural colectiva. Me gustaría muchísimo ver que el Gobierno en vez de imponer proyectos, preguntara a las comunidades qué necesitan.
P. ¿Cree que es posible?
R. ¡Sí!
P. Pero valorando los tres perfiles que hay para la presidencia de México.
R. Ah, ¿real? No. Porque los proyectos necesitan responder a esos intereses que los van a llevar a cualquiera de los tres al Gobierno.
P. Seguramente vayamos a tener la primera presidenta mujer.
R. Fíjate que mis hijas llegaron un día muy contentas cuando salieron las dos mujeres como candidatas: “Al menos vamos a tener una presidenta mujer”. Yo le dije: “Pero una presidenta mujer no necesariamente trabaja en pro de las mujeres”. Claudia Sheinbaum no abrió ni una puerta, al revés, puso muros al movimiento feminista. Y Xóchitl Gálvez tampoco, de ninguna forma, en ningún momento. A mí también me costó mucho tiempo entenderme y ser una arquitecta mujer: me di cuenta hasta muy tarde que lo que yo había entendido era un sistema patriarcal de establecer relaciones físicas a través de la arquitectura, que iban en detrimento de las mujeres 100%. De entrada: la casa es un espacio absolutamente discriminador del cual si no nos empancipamos, si no rompemos el esquema arquitectónico de la casa, no vamos a avanzar en la equidad.
P. Puede explicar un poco más eso.
R. La casa está descrita en el código legal de México para que al menos tenga una cocina, un baño, una sala, un comedor y dos recámaras, una más grande y una más chica. Esa casa está descrita para sostener una familia heteropatriarcal y no cabe nadie más: una pareja y unos hijitos. Las estadísticas dicen que solo entre el 16% y el 26% vive de esta forma: ¿dónde está el otro 74% representado? ¿Dónde viven? En espacios totalmente inadaptados a su forma de ser. Además, en esa casa, ¿quién hace la labor doméstica que no está reconocida como un trabajo y que es la que sostiene a la economía? Las mujeres. En esa casa no se puede ni siquiera colectivizar ese trabajo, tiene que hacerlo una persona solo, porque no hay espacio. El Estado ha ido eliminando de sus programas guarderías, centros comunitarios, asilos… Mientras, cocinar, lavar, planchar se ha escondido dentro de estas unidades mínimas. No hay manera de colectivizar la posibilidad de cuidarnos en colectivo y eso lo hace la casa.
P. ¿Cómo sería una casa con arquitectura feminista?
R. Colectiva. Sin cocina, sin lavandería. Los espacios de labor deberían ser espacios de trabajo, ¿por qué tienen que estar adentro del hogar? Si no quieres cambiar el esquema de la casa, entonces crea un ministerio que le pague a las mujeres para que hagan eso en su casa, pero está difícil.
P. ¿Qué ve más difícil, cambiar las casas o crear un ministerio que pague a las mujeres?
R. Yo creo que las casas. Nosotros estamos tratando de hacer dos espacios de vivienda así [colectiva] y estamos topados con la pared, porque la legislación no lo permite, porque la legislación dice que una casa tiene que tener una cocina.
P. En Ciudad de México, ¿qué le pediría al nuevo jefe o jefa de Gobierno?
R. Las predicciones dicen que va a ganar Clara Brugada, y a mí me gustaría muchísimo ver cómo su propuesta y lo que logró en Iztapalapa a través de las utopías, de los centros que tocan temas de agua, de comunidad, de cuidado, de cultura, se multiplicaran en la ciudad. No replicarlos, sino multiplicarlos. Integrar esa idea y que la expresión sea absolutamente local. Eso me gustaría ver.
P. Si le encargaran una obra en cualquier parte del país, ¿cuál le gustaría que fuera?
R. A mí me gustaría profundamente injerir en política pública, sobre todo en la definición de los proyectos de vivienda. Porque estamos haciendo muchos proyectos increíbles que transforman una microrrealidad, y yo sí creo que a partir de esas microintervenciones se puede transformar una realidad completa. Sí me encantaría, por ejemplo, ayudar a un grupo a construir un barrio colectivo. Pero, si me preguntas, como si fuera una carta a Santa Claus, qué me gustaría: cambiar la Constitución y la Ley de Vivienda.
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