López Obrador y el coste del poder
A sus 67 años, el presidente llega al punto de inflexión de su vida política. Las elecciones intermedias le marcaron los límites y ahora debe decidir cómo afronta la parte final del sexenio: más polarización o pacto con su archienemigo, el PRI. En juego está su legado y el futuro de México
El primer viaje que Andrés Manuel López Obrador programó después de las elecciones intermedias del pasado domingo fue a la Costa Chica de Guerrero. El presidente llegó a uno de los Estados donde su partido, Morena, tenía la certeza de ganar, a última hora de la mañana del viernes, después de su conferencia de prensa diaria en Ciudad de México. Allí reanudó oficialmente sus giras de propaganda tras dos meses de veda electoral. Habló de ayudas sociales y repitió la consigna ...
El primer viaje que Andrés Manuel López Obrador programó después de las elecciones intermedias del pasado domingo fue a la Costa Chica de Guerrero. El presidente llegó a uno de los Estados donde su partido, Morena, tenía la certeza de ganar, a última hora de la mañana del viernes, después de su conferencia de prensa diaria en Ciudad de México. Allí reanudó oficialmente sus giras de propaganda tras dos meses de veda electoral. Habló de ayudas sociales y repitió la consigna que lo acompaña como un mantra desde hace décadas: “Por el bien de todos, primero los pobres”. Esta semana el mandatario ha vuelto a su terreno de juego natural, el de la confrontación abierta, sin disfraz. Pero los resultados de los comicios y la viabilidad de su proyecto, la autodenominada Cuarta Transformación, le obligan a considerar también otro camino de la política, el del ajedrez y la negociación. La carrera hacia 2024 ya ha comenzado y, cuando están a punto de cumplirse tres años desde su victoria, acaba de empezar también el segundo tiempo de López Obrador.
Antes de las elecciones de 2006, cuando el entonces dirigente del Partido de la Revolución Democrática (PRD) se postuló por primera vez a la presidencia, le confesó a un amigo empresario que si no ganaba daría un paso atrás. En ese momento el comentario no trascendió. Sí se supo seis años después, en medio de su segundo intento. El político se reunió con un grupo de directivos del sector inmobiliario en un hotel del Paseo de la Reforma. Dio un discurso público y después se celebró un encuentro a puerta cerrada, pero alguien dejó encendido el micrófono. El candidato admitió estar cansado y se dirigió a la persona que le había guardado la confidencia durante todo ese tiempo. “¿Te acuerdas, en tu casa, de que dije que si la elección era limpia y libre y perdía me iba a ir a La Chingada? ¿Te acuerdas? Sí, ahora sí”, enfatizó. El juego de palabras hace referencia al rancho familiar de Palenque, en Chiapas. En cualquier caso, López Obrador no se retiró ni en la primera ocasión ni en 2012. Y en la tercera ganó.
El presidente, de 67 años, lleva décadas en la línea de fuego de la vida pública y nunca ha querido alejarse de ella. Con el Partido Revolucionario Institucional (PRI) de su tierra, Tabasco, en los setenta; con el PRD, que dirigió después de Porfirio Muñoz Ledo, hoy uno de sus grandes rivales dentro de Morena. Y finalmente en esta formación, el Movimiento Regeneración Nacional, que impulsó a partir de 2012. Casi siempre estuvo en algún tipo de frente opositor encuadrado en la izquierda, como contrapoder del aparato del PRI o como adversario de las últimas Administraciones. También lo fue cuando gobernó el Distrito Federal y afrontó un largo contencioso por desafuero que profundizó la pugna con el exmandatario panista Vicente Fox y cimentó el apoyo de sus bases. Y ahora, incluso como jefe de Estado, no ha renunciado a ese talante más propio de un líder de la oposición. Enfrente tiene el pasado reciente, con el que quiere acelerar una ruptura, y todo lo que él cree que lo representa, de la judicatura a los inversores extranjeros, la prensa u organizaciones de la sociedad civil.
El resultado
Ese ha sido en buena medida el motor de su éxito en las urnas y el pegamento de su proyecto político. Los resultados de las elecciones federales y locales de este 6 de junio, la más grandes de la historia de México y celebradas como una suerte plebiscito en torno a su figura, le han dejado sin embargo un mensaje agridulce. Morena amplió de forma significativa su poder territorial, ganó en 11 de los 15 Estados en juego, consolidándose como formación nacional. Pero no logró barrer del todo a sus adversarios, sufrió una sonora derrota en Nuevo León, corazón industrial del país, y se estrelló en cuatro alcaldías controladas por el movimiento oficialista en Ciudad de México. Sobre todo, la formación y sus aliados -el Partido Verde y el Partido del Trabajo- perdieron más de tres millones de votos en la elección federal de la Cámara de Diputados. De los más de 24,3 millones de 2018 a unos 21. Estos números garantizarán a López Obrador una holgada mayoría absoluta en la Cámara baja, aunque le alejan de su propósito central, que era el de alcanzar una mayoría calificada. Esto es, dos terceras partes de los escaños: 334 de 500.
La meta no era solo simbólica, ya que se trata del umbral necesario para acometer reformas constitucionales, un as en la manga que desea todo presidente que aspire a cambiar las reglas del juego unilateralmente, sin necesidad de negociar. El mandatario se ha comprometido, incluso por escrito, a dejar el poder al final del sexenio, en 2024, pero tiene una ambición que coincide con el sentido histórico que quiere dejar en su gestión: aprobar reformas estructurales con una profunda carga ideológica. Dos de esas reformas, la ley eléctrica y la ley de los hidrocarburos, encendieron hace meses todas las alarmas de los sectores productivos al privilegiar a dos empresas del Estado, la Comisión Federal de Electricidad (CFE) y la petrolera Pemex, frente a la iniciativa privada. La justicia admitió varios recursos de particulares y ahora estas iniciativas, apuestas personales del presidente ya aprobadas por el legislativo, se encuentran paralizadas en los tribunales. Una modificación de la Constitución puede desatascarlas, pero los resultados de las elecciones cerraron ese camino, al igual que la posibilidad de eliminar órganos como el Instituto Nacional Electoral (INE), con el que López Obrador entró en un cuerpo a cuerpo por unas decisiones que afectan a Morena. Entre ellas, la inhabilitación del candidato en Guerrero, Félix Salgado Macedonio, un veterano político denunciado por violación que fue excluido de la campaña por no haber justificado unos gastos. El viernes se acercó a la Costa Chica para ver a su jefe político, hacerse una foto y exhibirla en las redes sociales.
El mandatario lanzó en sus comparecencias de esta semana señales contradictorias. Por un lado, intensificó la pugna con sus rivales políticos, ironizó con el veredicto de las urnas -”nos fue tan mal, tan mal, tan mal”, bromeó-, apenas hizo autocrítica, mostró displicencia con los votantes de la oposición, aunque reconoció que en la capital se debe “trabajar más con la gente”. Por otro, llegó a sugerir que podría alcanzar acuerdos con sectores del PRI. Una fórmula más que improbable -”no somos Judas”, llegó a responder una diputada del partido-, aunque no imposible. Pero a esas complicaciones se añade la posición de los Verdes, que multiplicaron su presencia en el Congreso, estarán en condiciones de plantear más exigencias y no son una bancada puramente obradorista.
“Ensayo y error”
Francisco Abundis, director de la firma de análisis de opinión Parametria, considera que “para el presidente todo va a ser más negociado, principalmente en el Congreso”. “Creo que va a poder llegar a acuerdos y probablemente intente moverse más al centro. Da la impresión de que aplica un método de ensayo y error, avanza y recula”, señala. Para esta estrategia, que consiste en lanzar globos sonda para ver qué reacciones provocan, resulta de vital importancia el control de la agenda y de los debates que López Obrador ha mantenido cada mañana desde la tribuna de sus conferencias de prensa. La carrera hacia las presidenciales de 2024 ya ha empezado y, aunque no haya un sucesor claro, todos los ojos miran a la jefa de Gobierno de Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, y al secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard.
El trabajo de los próximos años será decisivo en esa contienda, que desde esta semana se anuncia más incierta, y la gran pregunta es si Morena va a poder recuperar los sectores sociales que le dieron la espalda. Abundis un caso. “Es útil, por ser una comparación histórica reciente: en 1997, cuando el PRI pierde la Ciudad de México, pierde Nuevo León y pierde Querétaro, lo siguiente es la pérdida de la presidencia. Lo que ha pasado en la capital , si acaba siendo tendencia, significaría como pasó en 1997 que en 2024 pudiera haber una opinión pública más crítica con el presidente”, afirma. En su opinión, Sheinbaum, que en mayo afrontó una crisis por el derrumbe en la Línea 12 del metro que dejó 26 muertos y decenas de heridos, no es la responsable de caída de Morena. “Tiene niveles de aprobación más altos que el presidente. Aquí, fue el voto de protesta contra él”.
“Héroes y villanos”
Para Edna Jaime, politóloga y directora de la organización México Evalúa, el mandatario en cambio no se moverá. “El presidente es bastante predecible y tiene un apego muy grande a su visión de las cosas. No lo veo dispuesto a hacer ningún cambio. Pienso que él va a seguir insistiendo en discurso de polarización. El día después de las elecciones me sorprendió su tono, sin opiniones rijosas, por ejemplo sobre el INE. Pero ha vuelto al esquema de héroes y villanos, donde encabeza el lado de los buenos. Pienso que lo va a seguir haciendo con el tema de la reforma energética y va a seguir insistiendo en sus programas sociales”, opina.
Antes de 2024 habrá otra votación, el referéndum revocatorio fijado para 2022 y que le servirá, básicamente, para intensificar su campaña. Pero mientras tanto se enfrentará a “problemas financieros serios”, continúa la politóloga. “En los primeros años pudo maniobrar porque teníamos fondos con ahorros, pero estos guardadítos ya se acabaron, están a punto de agotarse”. Edna Jaime vaticina “un desplome de estructuras vitales, educación, sanidad. Se va a enfrentar a la desinversión. El presidente va a generar expectativas muy grandes, no va a poder responderlas y va a haber una acumulación de desencanto”. Según su análisis, en definitiva, López Obrador está cerca de fracaso en su objetivo central: dejar un legado.
Para preparar ese legado, el político está buscando también tejer redes de apoyo en el sector económico. Con los mensajes tranquilizadores a los mercados, por ejemplo. El jueves se reunió con los poderosos Carlos Slim, Emilio Azcárraga y Daniel Servitje, entre otros. En la cita, pidió respaldo del gran capital y afirmó que “no se puede desarrollar el país solo con la inversión pública”, lo que choca con la hostilidad mostrada con los empresarios, sobre todo extranjeros, y la salida de fortunas de los últimos meses. La primera mala señal de su gestión fue, para los inversores, la cancelación del aeropuerto de Texcoco, anunciada cuando todavía no había tomado posesión. Sustituyó ese proyecto con el del aeródromo de Santa Lucía, que se encuentra a casi dos horas de la ciudad y cuya construcción está en manos de los militares, al igual que otras obras emblemáticas de los últimos años como el Tren Maya.
La economía
La economía es el frente abierto más preocupante. López Obrador se ha negado hasta ahora a poner en marcha una reforma fiscal por temor a que se interprete como la antesala a una subida de impuestos. En cada intervención asegura que el modelo aplicado para hacer frente a la profunda crisis derivada de la pandemia ha sido eficaz. Sin embargo, el Producto Interior Bruto de México se desplomó un 8,5% el año pasado, una caída nunca registrada en casi un siglo, desde la Gran Recesión. Y los expertos consideran natural, con un descalabro de esas caracterísitcas, que las previsiones para 2021 apunten a una recuperación de casi cinco puntos, según las últimas estimaciones del Banco Mundial. El repunte no garantiza una recomposición real de la economía.
Mientras tanto, el presidente acaba de anunciar un relevo en la Secretaría de Hacienda. La ocupará a partir de julio Rogelio Ramírez de la O, su asesor de hace décadas, en sustitución de Arturo Herrera, a quien postuló como próximo gobernador del Banco de México. El principal cometido del nuevo secretario será la elaboración de los presupuestos. A Herrera, en cambio, le encomendó dar una “dimensión social y moral” al banco central.
La moralidad es también el principio con el que López Obrador ha defendido la extensión del mandato de Arturo Zaldívar, un jurista progresista, al frente de la Suprema Corte de Justicia, una medida impuesta en el Congreso en medio de cuestionamientos y dudas sobre su constitucionalidad. Detrás de esa palabra sus adversarios leen otra: ideología. La misma que está a la base de su agenda energética o de sus referencias a presidentes como Lázaro Cárdenas o Adolfo López Mateos. El primero expropió la industria petrolera, el segundo nacionalizó el sector eléctrico. Lo hicieron a mediados del siglo pasado, en un contexto radicalmente distinto. Pero dejaron un legado y son sus modelos.
La guerra cultural
El periodista Julio Scherer García, fundador del semanario Proceso, le preguntó en una ocasión a Narciso Bassols por el legendario expresidente Lázaro Cárdenas, de quien había sido secretario de Hacienda. Este negó que fuera culto, incluso menospreció su inteligencia. Pero le atribuyó una virtud esencial: “Pertenece a una categoría privilegiada. Late la política en la yema de sus dedos, allí la siente y la entiende, ¿comprende usted? Hay especies animales que conocen como nadie la dirección el viento, porque el viento lo llevan en el lomo como una segunda piel. Así es Cárdenas”.
López Obrador siempre ha tenido una habilidad para adivinar por dónde soplaría el viento. Con esas intuiciones montó un partido ganador y que hoy más que un movimiento progresista es una maquinaria electoral con márgenes ideológicas indefinidas, a menudo conservadoras. Y con esos pálpitos articuló una guerra cultural. Lo hizo en torno a nociones como corrupción, justicia, regeneración, igualdad. Rechazando cualquier crítica y colocando a todos sus adversarios en el mismo saco, sin distinciones y, con frecuencia, manchándoles con acusaciones sin evidencias. Pese a haber perdido tres millones de votos, el político ha rebajado el golpe y lo ha atribuido a la fiscalización de los medios de comunicación.
“Les funcionó aquí en la ciudad [...]. Sobre todo sectores de clase media fueron influenciados, se creyeron lo del populismo, el de que íbamos a reelegirnos, lo del mesías tropical, el mesías falso, etcétera. ¿Quién fue el que internalizó mejor el hecho de que había corrupción y que si se combatía las cosas mejoraban? Pues la gente que nunca recibía nada. Pero un integrante de clase media, media alta, incluso, con licenciatura, con maestría, con doctorado, no. Está muy difícil de convencer, es el lector del Reforma, ese es para decirle: Siga usted su camino, va a usted muy bien, porque es una actitud aspiracionista, es triunfar a toda costa, salir adelante, muy egoísta”. Esta fue la última reflexión del presidente sobre el resultado electoral. De momento, la primera pista del camino que ha decidido seguir.
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