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La huella del derrame de Pemex agudiza la emergencia en comunidades de Veracruz

La fuga de crudo en ejidos de Álamo Temapache, uno de los municipios más afectados por las lluvias, ha dejado a cientos de familias sin agua potable ni cosechas en un sector de cultivos de cítricos

Trabajadores cerca de un derrame de petróleo en el río Pantepec, en el municipio de Alamo, Veracruz, el 22 de octubre de 2025.Foto: Oscar Martínez (Reuters) | Vídeo: Reuters

La parcela de Susana Marlene Cortés Hernández debería estar verde, oler a cítricos y con la naranja tardía a punto de ser cosechadas. En cambio, está en el medio de un derrame de crudo dentro del ejido Citlaltépetl, en el municipio de Álamo Temapache, uno de los mayores productores de naranjas del país y también uno de los más afectados por las lluvias. El olor a gasolina es penetrante, las hojas de sus árboles lucen petrificadas y las naranjas —el sustento económico de su familia— están completamente teñidas de petróleo. “Es devastador. Es mi patrimonio. Perdimos cultivos y nos quedamos sin agua”, lamenta Cortés Hernández, de 39 años, mientras camina. Lo que era tierra fértil, ahora cruje.

A 10 metros de su naranjal, se dirige al oleoducto donde inició el derrame el jueves 16 de octubre. El ducto de Poza Rica-Madero de Petróleos Mexicanos (Pemex), ya reparado, de 30 pulgadas, se dañó en las inundaciones que afectaron severamente a Álamo. A un costado yace el arroyo de la comunidad, cubierto por una capa espesa que impide distinguir el agua y su cauce, que se vierte en el río Pantepec y que recorre varios municipios y se une con el río Tuxpan hasta finalmente desembocar en el Golfo de México. EL PAÍS ha recorrido tres comunidades afectadas por el derrame del crudo, un nuevo golpe que agudiza la emergencia provocada por las lluvias.

La petrolera ha asegurado que los trabajos de contención han sido concluidos al 100%, que ha iniciado el restablecimiento de agua en Tuxpan y que continuarán las labores de limpieza en los afluentes afectados. Mientras tanto, las comunidades urgen un suministro de agua limpia, comida y apoyo para volver a sembrar en sus tierras.

La citricultora recuerda que el olor en Citlaltépetl fue lo que los alertó el día del siniestro. Era tan fuerte que a ella y a otros vecinos les provocó náuseas, vómitos y dolores de cabeza. “El arroyo estaba negro. Lo reportamos, pero cerraron las válvulas tres horas después”, cuestiona. Al día siguiente, los vecinos le dijeron que su parcela y la de ocho agricultores más estaban cubiertas de crudo.

“El daño ya está hecho. La cosecha era de 5.000 pesos por tonelada y solía sacar 20 toneladas cada temporada”, cuantifica Cortés Hernández antes de ser interrumpida por una autoridad de la petrolera estatal y la Guardia Nacional para que se retirara del terreno “por obras”, mientras una retroexcavadora tumbaba uno de sus naranjos de 10 años.

El director general de Pemex, Víctor Rodríguez Padilla, aseguró que se indemnizará a los dueños de las parcelas afectadas. Sin embargo, Cortés Hernández cuenta que le dieron otra respuesta: “Vinieron a cuantificar los daños pero no me dijeron una cantidad, lo único que me dijeron es que Pemex no tiene dinero”, lamenta. “Quiero que reparen los daños, que saneen los arroyos y la tierra para volver a empezar y sembrar mis cultivos”.

Sobrevivir entre el barro y el crudo

A cuatro kilómetros de Citlaltépetl, la entrada al siguiente ejido tiene un letrero que anuncia el estado de la situación: “El Cabellal totalmente destrozado, ayuda”. Allí, alrededor de 70 familias están instaladas en un campamento improvisado. La mayoría de las casas fueron arrastradas por el agua. Sus cultivos de maíz, frijol, plátanos y pipián se pudren con la humedad. Denuncian que carecen de agua, gas o electricidad desde hace 10 años y que su única fuente de agua era el arroyo por el que empezó a correr petróleo tras el derrame.

Cuando Mario García Osorio, de 42 años, agente municipal de El Cabellal, se percató del olor y el color del agua llamó al 911. Le preocupaba que afectara principalmente a las personas de la tercera edad y niños. “Al otro día vinieron de Pemex y nos dijeron que ya estaba todo controlado, que tardarían un año en recuperar por completo nuestro arroyo”, apunta aún indignado. El arroyo “tenía vida”. Cuenta que al día siguiente de las inundaciones lo único que pudieron comer fueron peces de ahí. “Ya no hay nada, se acabó todo”, puntualiza.

El crudo escurría a montones por allí, sin que ninguna barrera de contención ni cordones oleofílicos contuvieran ese fluir como en otros afluentes. Los árboles tienen una marca negra que indica que el nivel del agua con hidrocarburo llegó a ser mucho mayor. “Ya hay menos pero no se ve que haya parado”, se dicen entre varios campesinos del ejido.

“No se va a poder”, dice el campesino Francisco Hernández Hernández, de 64 años. “Porque, ¿de dónde vamos a agarrar agua? Yo no puedo cargar una garrafa de Álamo hasta acá. Sin agua, no podemos limpiar, fumigar o volver a sembrar nuestras tierras. Perdí todos mis cultivos y mi casa. El agua no me dejó nada, ni siquiera una camisa”, agrega. Su esperanza está puesta en que sí les llegue la ayuda prometida. Hasta ahora, afirma que han recibido atención médica y un tinaco de agua, pero vacío. “Necesitamos un pozo de agua potable, electricidad, pabellones para mosquitos, artículos de limpieza, agua embotellada, enlatados y un molino manual para el maíz”, detalla.

García Osorio desconoce el alcance y los litros derramados, pero su mayor temor es que los pozos de las comunidades se hayan contaminado, como la bocatoma de la Comisión de Agua del Estado de Veracruz, en El Xúchitl, que suministraba agua a todo el municipio de Tuxpan (más de 154.000 habitantes). Hasta la publicación de esta edición, Pemex informó que ha recuperado más de un millón de litros de hidrocarburo en siete puntos estratégicos.

Al borde de la desesperación

A medio kilómetro de El Cabellal, alrededor de 200 personas bloquean la carretera que conecta el municipio Ojite con Álamo para demandar la atención de Pemex. Son los habitantes del ejido Kilómetro 33, donde las calles, todavía cubiertas de lodo, se han convertido en un depósito de pérdidas: muebles, colchones y ropa inservible. Ninguno tiene agua, ya que aseguran que el pozo comunitario está contaminado por el crudo.

Los vecinos se dirigen hasta el puente de El Cabellal, donde la petrolera concentra la mayor parte de su personal y maquinaria. “Queremos soluciones, no promesas”, se escucha repetir a varios vecinos a un gerente de seguridad industrial, quien les prometió “canalizar” un oficio con sus peticiones. Entre sus necesidades está la construcción de un nuevo pozo de agua, un servicio de recolección de basura, ya que tienen prohibido quemarla por riesgo de incendio y una unidad médica ante los malestares que provoca el hedor. Pero, aseguran, hasta ahora no han recibido respuestas.

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