Los guardianes de huesos de México

El Centro Regional de Identificación Humana, en Coahuila, permanece como una de las últimas trincheras ante el rezago en la identificación de miles de restos humanos después de que López Obrador pusiera en marcha y dinamitase la iniciativa nacional para atender la crisis forense

María del Carmen Macías, encargada del área de registro y control de evidencias de resguardo temporal del Centro Regional de Identificación Humana, en Saltillo, Coahuila. El 28 de septiembre 2024.Victoria Razo

Sobre una mesa de metal fría, el médico acomoda sin prisa y con delicadeza cirujana los huesos de un cuerpo humano sin identificar. Una antropóloga, una odontóloga y un criminólogo le ayudan a armarlo. Como si de un rompecabezas se tratara, colocan una a una las piezas meticulosamente ordenadas. Saben dónde debe ir cada una. Con la certeza de quien estudió durante años para estar allí, distinguen con facilidad una vértebra de otra, una falange de un metacarpiano, un trozo de hueso humano de uno animal. Vuelcan sobre la mesa toda su atención, porque hasta el más mínimo detalle les servirá para entender quién era esa persona, cuál era su sexo, qué edad tenía. Si tienen suerte y consiguen que aquellos huesos hablen un poco más, podrán hacerse una idea de cómo o por qué murió.

—Esta fractura es muy característica en personas que fueron atropelladas— dice el médico al tomar un fémur atravesado por una grieta.

Al menos una persona desaparece en México cada hora. Esa es la cifra registrada por la Comisión Nacional de Búsqueda. El cálculo total supera los 116.000 desaparecidos desde que se tiene registro, unos 53.000 solo en el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador. La guerra contra el narco entre 2006 y 2012, la falta de una política que contuviera la violencia en los siguientes sexenios, la crisis migratoria que cavó una fosa para muchos que intentaban llegar a Estados Unidos y tropezaron con los peligros de México, formaron un cóctel que causó estragos en un país que no estaba preparado técnicamente para atender a sus muertos. El resultado fueron más de 52.000 cuerpos, según los datos de organizaciones civiles, resignados a esperar a que alguien les ponga un nombre, les devuelva la identidad.

La antropóloga Úrsula Juarez, revisa una charola que contiene huesos de animales que separó de los huesos humanos, en el Centro Regional de Identificación Humana, en Saltillo, Coahuila. Victoria Razo

Tráileres abandonados con cadáveres descomponiéndose en su interior, morgues rebasadas, fosas repletas de cuerpos sin nombre, son parte del escenario diario en algunos Estados mexicanos. La situación llamó la atención de los organismos internacionales, principalmente la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que instó al Gobierno a tomar cartas en el asunto. México admitió su derrota y, en diciembre de 2019, puso en marcha el Mecanismo Extraordinario de Identificación Forense, una iniciativa para atender el rezago. El proyecto abarcaba la creación de un Centro Nacional de Identificación Humana y un Banco Nacional de Datos Forenses. El primero abrió sus puertas en agosto de 2022 y las cerró, sin contar casi logros, tras ser desmantelado en enero pasado. El segundo nunca consiguió funcionar del todo.

A más de 800 kilómetros de la capital, en el norte del país, reside una alternativa a la fallida respuesta nacional. El Centro Regional de Identificación Humana (CRIH), en Coahuila, se inauguró en 2019 tras la incansable lucha de las familias de los desaparecidos. Pedían una respuesta contundente por parte del Estado, y consiguieron ser escuchados por tres gobernadores que pasaron por el cargo. Asediado por Los Zetas, Coahuila fue uno de los primeros Estados en ver cómo se formaban colectivos de búsqueda, en entender cuán profundo enraizaba la violencia de una desaparición y en darles a las madres, los padres, los hermanos, un lugar. En cinco años que lleva activo el centro, un capacitado equipo multidisciplinario construyó una reputación en medio de la desidia que asolaba al resto del país.

Buscar a gran escala

Yezka Garza, la coordinadora general del centro, detiene por un momento su agenda para explicar la importancia que tiene el CRIH. En México solían identificarse restos humanos como en la mayoría de países: cada cadáver de manera individual. Pero a partir de la crisis forense, comenzaron a buscar otros métodos, que dieran respuesta a dos fenómenos paralelos que estaban en crecimiento, la escalada de las desapariciones y el aumento de cuerpos sin identificar. Así dieron con el enfoque masivo, un proceso a gran escala para buscar simultáneamente a muchas personas.

“Recuperamos cuerpos a gran escala, documentamos el mayor número de familias que están buscando, tomamos muestras a gran escala, analizamos para poder cruzar la información genética y que nos oriente a la posible coincidencia”, explica la licenciada, sentada en su oficina. Para rescatar a todos los cadáveres no identificados de Coahuila, la iniciativa fue recuperar todos los cuerpos de fosas clandestinas y fosas comunes, allí donde los restos acababan olvidados, y resguardarlos en un espacio designado hasta encontrar a la familia, algo que no muchas entidades hacían entonces, pero que están comenzando a hacer ahora.

Garza había trabajado para el Gobierno de Coahuila anteriormente, pero cuando la llamaron para hacerse cargo del CRIH, estaba ya en Ciudad de México, en la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito. Aceptó el encargo con convencimiento, había visto en las autoridades estatales intenciones serias de hacer algo novedoso. Los primeros pasos como institución los dieron con la ayuda de la Fundación de Antropología Forense de Guatemala, creada para dar respuestas al conflicto armado interno entre 1960 y 1996 que dejó más de 200.000 víctimas de desaparición y homicidio. Tomaron talleres con la fundación y recibieron ayuda en los primeros casos, cuando apenas arrancaban. Ahora son un equipo de 57 personas que capacita y apoya a iniciativas similares en otras entidades.

El hallazgo de los huesos

El recorrido que hace un resto humano desde una fosa hasta que encuentra a su familia es largo, engorroso, con infinitas dificultades que amenazan el reconocimiento. El primer paso es el campo, donde se buscan los huesos. Ese punto se hace normalmente de la mano de las familias buscadoras, que ya tienen localizados sitios geográficos usados en otra época como campos de exterminio por grupos criminales, como Los Zetas, conocidos por calcinar y destruir los cuerpos de sus víctimas. Hace más de 10 años que las familias de esa entidad se han lanzado a los montes y los desiertos a rastrear fosas y, desde entonces, han podido encontrar decenas de miles de restos óseos, algunos del tamaño de una mosca.

Es un miércoles de septiembre, por la mañana, el sol calienta la arena del ejido de Patrocinio, a 62 kilómetros de Torreón, en la zona occidental de Coahuila. De ese terreno, unos 56.000 metros cuadrados, han sacado ya miles de huesos, pero la sospecha es que aún hay más. El CRIH se encuentra en su tercer día de búsqueda consecutivo junto a los colectivos de la zona, encabezados por la madre buscadora Silvia Ortiz, de Grupo Vida. Han marcado en un mapa los sitios a excavar. Los puntos para la búsqueda salen de un primer recorrido, en el que hicieron un análisis que llaman prospección, una exploración del subsuelo basada en las características del terreno. También marcaron los puntos donde encontraron restos humanos en la superficie, sin esconder, a la vista de todos aquellos capaces de distinguir un hueso.

Un grupo de arqueólogos, antropólogos, forenses, ingenieros geofísicos y criminalistas excava sobre una mancha negra que acaba de encontrar en la arcilla. Los expertos comentan que puede tratarse de tierra que ha sido quemada con algún ácido o químico usado por los cárteles para deshacer los restos humanos. La mancha negra suele ser señal de que hay una fosa. “El patrón general aquí es el olor a diesel o lo quemado”, dice la arqueóloga Dolores Dávalos, coordinadora de ciencias forenses de CRIH. Esa tarde, el primer hallazgo fue una llave inglesa partida a la mitad. Ver aquel pedazo de metal aparecer por debajo de los pinceles que sacudían la tierra le dio al equipo mayor seguridad. El día anterior habían encontrado, a menos de un metro del punto que excavan, un cráneo y algunos huesos más.

Dávalos Navarro, arqueóloga y coordinadora de ciencias forenses del Centro Regional de Identificación Humana.Victoria Razo

Los pinceles siguieron su recorrido aquella tarde y con el paso de las horas dejaron a la vista unas esposas, un pequeño hueso que correspondía a una muñeca humana y dos costillas. El equipo de búsqueda saca todo cuidadosamente de la tierra, sin ejercer casi presión para no quebrar los sensibles restos. Lo embalan en bolsas color madera, lo etiquetan, lo sellan, y la encargada de hacer el registro firma un documento que da inicio a la cadena de custodia. Los restos viajarán en sus empaques hasta la capital del Estado y comenzarán allí el proceso puertas adentro.

Quién es y cómo murió

A las afueras de Saltillo, frente a una cárcel de hombres, se eleva un edificio modesto. La mitad está pintada de blanco, la otra, de morado. Sobre la fachada del CRIH cuelgan los nombres de todos aquellos que pusieron recursos para que ese centro existiera. La Comisión Nacional de Búsqueda, la Comisión estatal, el Gobierno federal, el Ejecutivo de Coahuila. Junto al edificio central, un par de obreros trabaja bajo el sol en una ampliación de la obra original. Ellos no lo saben aún, pero construyen las salas que se usarán en el futuro para citar a las familias e informarles que su búsqueda ha terminado, que su familiar ha sido encontrado.

La antropóloga Amy González y el radiólogo Cristian Ramos están en el interior del edificio, en la sala de rayos X, donde comienza lo que llaman el laboratorio de post mortem. Las luces blancas encandilan la habitación, casi vacía, en medio está el aparato que sirve para tomar imágenes de todo lo que llega. “Los cuerpos vienen en diferentes embalajes”, explica González. Según vengan de fosas comunes, de fosas clandestinas o de las fiscalías, pueden llegar en las clásicas bolsas largas negras, en cajas de cartón o en bolsas de papel madera. Los rayos X ayudan a entender con qué se van a encontrar una vez abran la bolsa o destapen la caja. De esa máquina surgen los primeros datos del cuerpo, si sufrió lesiones antes o después de morir, si está completo, si tuvo una autopsia previa. El radiólogo enseña en una computadora una radiografía de un cráneo, tiene un corte perfecto a la altura de la mollera. Ese tipo de marca implica que fue sometido a una necropsia, comenta.

Instalaciones del Centro Regional de Identificación Humana, en Saltillo, Coahuila. Victoria Razo

Una vez extraen toda la información de aquella pantalla, el cuerpo entra en la sala de análisis, donde será armado sobre la mesa de metal, boca arriba, con las manos abiertas hacia el techo. “El sexo lo vemos a través de diferentes huesos, principalmente la pelvis”, comenta González. Las mujeres tienen un canal de parto en esa zona, dice, y todos concuerdan en que ese dato es fácil de distinguir. Igual la estatura, que puede estimarse por el largo del fémur. La edad es más compleja, suele determinarse en rangos amplios, porque hay una edad cronológica, la del tiempo reloj, y otra biológica, que puede estar afectada por las condiciones ambientales o el tipo de vida. Lo más difícil es entender cuánto lleva muerto, comentan, sobre todo si los restos óseos sufrieron varios procesos en el camino. “Las metodologías actuales tienen limitantes”, dice Daniel Siliceo, uno de los médicos del equipo.

En esa misma sala, donde el aire acondicionado se vuelve ensordecedor por momentos, los forenses cortan de cada cuerpo unos trocitos de hueso de un centímetro por un centímetro. Allí acaba el trabajo de post mortem y comienza el de genética. La clave de todo el proceso saldrá de esos cuadraditos de hueso. Cuatro salas contiguas con unas enormes máquinas hacen el trabajo guiadas por un equipo de analistas. Los trocitos son molidos no más llegar al laboratorio. “Lo que buscamos es tener un polvo de hueso”, dice Paola Zamarripa, la responsable de la base de datos genéticos. A ese polvo intentarán quitarle el calcio del hueso y los demás elementos, y quedarse únicamente con el ADN. El resultado es un pequeño bote de 50 mililitros de un líquido que contiene marcadores de un perfil genético. Esos marcados, que son representados por números, son registrados en una computadora.

El laboratorio de genética extrae además perfiles genéticos de unas tarjetas conocidas como FTA, un pequeño sobre de papel que resguarda unas pocas gotas de sangre. Las muestras son tomadas a todos aquellos que busquen a un desaparecido y estén dispuestos a que su información entre en una base de datos. La tarea de convencer y recolectar la hace el equipo de Documentación de personas desaparecidas, el área del CRIH encargada de mantener el contacto con las familias. En sus oficinas acumulan expedientes de cada desaparecido reportado, con la mayor cantidad de detalles personales que sus familiares recuerden y puedan ser útiles en el reconocimiento. Tatuajes, ropa que llevaba, tratamientos dentales o golpes, todo dato cuenta a la hora de identificar.

Genética extrae el ADN de las gotas plasmadas en la tarjeta FTA y cruza la información de unos y otros en un software de identificación forense diseñado a partir de la tragedia del 11 de septiembre, en Estados Unidos. “Lo que hace es incluir todos los perfiles genéticos de los restos óseos y compararlos con los familiares”, dice Zamarripa. “Una vez tenemos coincidencias, las reportamos al área de confirmación de identificaciones”.

Una toma de muestra referencial con la tarjeta autolítica, en el Centro Regional de Identificación Humana, en Saltillo, Coahuila. Victoria Razo

Confirmación es la última etapa del CRIH. Allí, una analista se encarga de juntar todos los datos que pueda sobre esa persona, no solo la comparación hecha por el área de genética. Entran en juego todos los actores que formaron parte del proceso, todos los detalles que lograron conseguir de la desaparición. “El objetivo es avalar o refutar una identificación a partir de toda la información”, dice Erika García, encargada del área. Con el expediente completo en la mano, convocan a una junta con todas las áreas, y no es hasta que están todos de acuerdo que se dictamina la identificación. “Es algo fuerte, una satisfacción, porque acabas con la incertidumbre que trae la familia arrastrando”.

María del Carmen Macías es la persona que resguarda los restos humanos que aún no logran ser identificados. Morena, de cabello rizado y dicción acelerada, se pasea por una sala que parece un laberinto. Cajas amontonadas unas sobre otras van del piso al techo. Cada una contiene una persona hallada. Lejos de lo que pasa en la mayoría de Fiscalías y Servicios Médicos Forenses, donde descartan en fosas comunes los huesos que no pueden identificar, el CRIH preserva hasta el último fragmento, para que cuando el perfil genético coincida con algún familiar, pueda ser devuelto a los suyos. “Estos procesos se cuidan mucho, porque se trata no solo de que se recupere, sino que sea una recuperación digna”, asegura la mujer.

Reconocimiento de propios y ajenos

El CRIH ha logrado subsistir incluso cuando la iniciativa nacional se derrumbó a principios de este año. Actualmente, lo hacen en un 80% con el presupuesto otorgado por el Gobierno estatal, asegura Garza. El resto del dinero lo obtienen del Ejecutivo federal y la cooperación internacional, que les ayuda además a comprar mejores máquinas y tecnologías más novedosas. La inversión inicial fue, sin embargo, el gasto más grande. De los 149 millones invertidos para la construcción y el equipamiento, unos 90 vinieron del Gobierno de López Obrador. Con todos estos aportes, el CRIH se volvió un jugador importante para la crisis forense en el norte del país. Incluso en la identificación de migrantes fallecidos en su camino rumbo a Estados Unidos, que se perdieron en el desierto o murieron intentado cruzar el río Bravo.

El centro ha identificado en estos cinco años 121 personas, 11 de ellas extranjeras. Garza asegura que, a medida que la base de datos genéticos crece, las coincidencias se dan más seguido. Ya tienen miles de restos analizados y resguardados en Saltillo, a la espera de una coincidencia genética. “La identificación es solo un eslabón en toda la cadena de restitución de derechos”, comenta la licenciada. Para lo que viene después, están las otras instituciones, como la Fiscalía o la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas. Cada quien con una misión que se supone debe completar la cadena, como dar justicia o subsanar el daño. Pero todas como eslabones dañados de una cadena que no acaba de cerrar.

—¿Qué desafíos tiene México frente a la crisis forense?

—Reconocerla. Ese es el primer paso. Y reconocer la gran cantidad de personas desaparecidas. Ya después, desde todas las trincheras, se puede llegar a tener instituciones como esta.

El Centro Regional de Identificación Humana cuenta con un panteón forense con 720 nichos de los cuales están ocupados al rededor de 400. Victoria Razo


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