Los cabos sueltos del asesinato del alcalde de Chilpancingo

Capaz de derrotar a Morena en la capital de Guerrero, Alejandro Arcos trataba de hacer malabares ante las presiones del crimen, que buscaba espacios clave en seguridad y obras públicas

Personas visitan el memorial colocado en honor a Alejandro Arcos alcalde de Chilpancingo, fuera del Palacio de Gobierno. El 10 de octubre de 2024.Quetzalli Nicte-Ha (REUTERS)

Poco se sabe de cuándo iniciaron las presiones sobre Alejandro Arcos. Ni siquiera si empezaron así, en forma de presiones, y no disfrazadas de apoyo desinteresado a su campaña electoral. El alcalde de Chilpancingo, que murió asesinado el fin de semana pasado, decapitado, la cabeza abandonada en el techo de su camioneta, tenía ante sí un reto mayúsculo, detener la inercia política del momento, la aplanadora de Morena, que gobernaba su ciudad y el Estado de Guerrero. Lo consiguió, ganó la elección a la alcaldía por algo más de 1.000 votos. Pero todo se complicó en los meses siguientes.

De familia conocida en la zona, Arcos contendía por una alianza impensable años atrás, que juntaba al PRI y al PAN con el PRD, bajo la idea de unificar la oposición. Su rival era Jorge Salgado, el candidato de Morena, que sustituía en la boleta a Norma Otilia Hernández, la alcaldesa en ejercicio, repudiada por el partido. El año pasado, Hernández había protagonizado vídeos en los que aparecía sentada en un restaurante con Celso Ortega, el líder de un grupo criminal de la zona centro de Guerrero, conocido como Los Ardillos. En las imágenes, tomadas con cámara oculta, la alcaldesa hablaba desenfadadamente con Ortega sobre las familias políticas del Estado, entre otras cosas. Tras difundirse esas imágenes, Hernández intentó este año buscar la candidatura para reelegirse en su cargo, pero el partido no se lo permitió. La alcaldesa entonces puso su base electoral al servicio de Arcos, lo que le costó su expulsión de la formación guinda.

Los vídeos de la alcaldesa hacían evidente la presencia del crimen en la escena política local, sus interacciones con el poder. No es que fuera un secreto. Durante años, la iglesia había jugado un papel mediador con los grupos delincuenciales en la entidad. A principios de este año, ante la oleada de asesinatos y ataques en la capital entre Los Ardillos y el grupo contrario, Los Tlacos, y entre estos últimos y más grupos en otras regiones del Estado, los obispos de Guerrero trataron de mediar para cerrar los conflictos, negociación que acabó filtrándose a la prensa. A nadie parecía extrañarle o parecerle mal.

En conversaciones que EL PAÍS ha mantenido estos días con personas conocedoras de la realidad política del centro de Guerrero, la idea de que el crimen y la administración comparten mesa aparece como el punto de partida de todo argumento. Una fuente, que pide que no aparezca su nombre ni detalles que puedan revelar su identidad, señala, por ejemplo, que los grupos criminales, particularmente Los Ardillos, están interesados en controlar las secretarías de seguridad y obras públicas de las ciudades importantes de la zona, esto es, Chilpancingo, y la vecina Chilapa.

Como en muchas regiones de México, el crimen en Guerrero ha entendido que el narcotráfico es solo una de tantas opciones lucrativas. La extorsión se impone en cantidad de sectores productivos, los mercados, las tiendas, las rutas de transporte… No escapan de su mirada los presupuestos municipales, de ahí la batalla por cortejar a sus gestores, situación que, lejos de ser amable, puede tener desenlaces fatales, como el asesinato de Alejandro Arcos. La imagen de su cabeza cortada habla de una negociación fallida, pero también de la dureza del intercambio que, por los dichos de las personas consultadas estos días, resulta siempre inevitable.

El jefe

La pregunta es cómo un proceso relativamente habitual, estas negociaciones entre el crimen y las esferas políticas locales, acabó de una manera tan salvaje. Una persona que habló con el alcalde “10 o 12 días antes de que lo mataran”, cuyo nombre no aparece por seguridad, cuenta que este le dijo que Los Ardillos le habían exigido el control de la policía municipal. De acuerdo a su cuenta, Arcos se negó y eligió a un capitán del Ejército, Ulises Hernández. El 29 de septiembre, criminales mataron a Hernández y a su mujer en Chilpancingo. Según esta persona, Los Ardillos respondían así a la negativa del alcalde.

La petición, según esta fuente, era la consecuencia lógica del supuesto apoyo que Los Ardillos habían brindado a Arcos durante la campaña. El grupo criminal, que tiene su feudo en una comunidad del municipio cercano de Quechultenango, mantiene bases en buena parte de las localidades rurales del sureste de la ciudad. “Fácil, Celso Ortega le consiguió más de 10.000 votos”, asegura. Arcos obtuvo en total poco más de 45.000. Esto no quiere decir que el alcalde estuviera conforme con el apoyo de Los Ardillos. La fuente pinta la situación como un caso de colaboración obligatoria.

“Celso Ortega es el jefe del PRI en el centro de Guerrero”, dice esta misma persona. Aunque suene fuerte, su aseveración apuntala lo que decía el exobispo de Chilpancingo, Salvador Rangel, en una entrevista con este diario en 2022, sobre la cercanía de Ortega con el PRI. Rangel, cercano a Ortega, decía que el líder de Los Ardillos había apoyado al partido tricolor en la campaña electoral por la gubernatura, en 2021. Entonces, Morena ganó, pero el grupo criminal perseveró y habría seguido con su apoyo al PRI. En las elecciones del 2 de junio, además de Arcos, consiguieron que su candidata, Mercedes Carballo, ganara la alcaldía de Chilapa.

Mucho se ha especulado estos días acerca de quién mató al alcalde y a dos personas de su equipo, el militar Hernández y, días más tarde, el secretario del Ayuntamiento, Francisco Tapia, número dos de Arcos, que fue ejecutado en la calle a plena luz del día. Las versiones resultan a veces contradictorias. En el caso del militar Hernández, otra fuente, que conoce los pasos que dio el alcalde en sus últimas semanas, y que prefiere mantener su anonimato por seguridad, apunta a Los Tlacos como los responsables de su asesinato. Esta persona argumenta que Los Tlacos atacaron porque sabían que Los Ardillos querían la Secretaría de Seguridad y relacionaron al militar con sus rivales.

Esa misma fuente achaca la muerte de Tapia a Los Ardillos, como una especie de venganza por el primer homicidio. Sobre este mismo asesinato, la fuente que coloca a Ortega al frente del PRI en la región señala que fue obra de Los Ardillos, un “segundo llamado de atención” hacia Arcos —siendo el primero el militar—, por no cumplir con un supuesto acuerdo que hicieron a cambio del apoyo electoral que le dio la alcaldía. En todo caso, todas las versiones apuntan a que había una disputa por la policía local.

Otra fuente consultada, cuyo nombre no aparece igualmente por seguridad, señala que Arcos tuvo contacto con el líder de Los Tlacos, Onésimo Marquina, alias Necho. No está claro cuándo ocurrió ese contacto, pero la fuente asegura que el enfado final de Los Ardillos con Arcos —y el salvajismo con que lo mataron— ocurrió precisamente cuando Celso Ortega supo de estos contactos. Esta fuente descarta que Los Tlacos mataran al futurible jefe de policía. “Ellos eran conscientes de que Arcos no era su candidato, no podían pedirle la Secretaría de Seguridad”, señala.

Más allá de las contradicciones en las versiones, lo que sí se sabe es que el día que apareció decapitado, Arcos fue a una reunión a Petaquillas, una zona rural de influencia de Los Ardillos. Lo hizo solo, “sin escoltas, ni chofer”, informó esta semana el secretario de Seguridad federal, Omar García Harfuch. Una de las fuentes consultadas, cercana al equipo de trabajo de Arcos, asegura que su intención era ir a calmar las aguas después de que le mataran en menos de 10 días a dos hombres que había elegido como miembros de su Gabinete. Como sabía dónde se metía, apunta la misma fuente, les pidió a sus escoltas que le dejaran marchar sin protección.

La brutalidad del asesinato dejó perplejo a todo el país. Las especulaciones sobre quién dio la orden de matarlo o por qué inundaron las redes sociales. También las amenazas que se proponían hablar en nombre de los grupos del crimen organizado de Guerrero. El suplente del alcalde, Gustavo Alarcón, tomó protesta frente al Congreso el pasado jueves y afirmó que era posible gobernar el municipio sin hacer pactos con el crimen. Las autoridades federales no volvieron a tratar el tema, y el silencio atronador sobre la situación en Chilpancingo que hizo la gobernadora, Evelyn Salgado, tuvo un pequeño paréntesis para mostrar su apoyo al nuevo presidente municipal, quien deberá asumir la papa caliente en medio de la tragedia.

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