512 días bajo tierra

Los rescatistas logran extraer restos de dos mineros de Sabinas pero la tragedia está lejos de cerrarse

Dos rescatistas trabajan para recuperar los cuerpos de los mineros atrapados en Sabinas, en el Estado Coahuila, en agosto de 2022.DANIEL BECERRIL (REUTERS)

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Llamarle al carbón mineral “rojo” no necesita mucha explicación en México, donde decenas de mineros yacen bajo tierra, pero no precisamente en un cementerio. Con el color de la sangre lo denominan en Sabinas (Coahuila). Allí quedaron atrapados hace 512 días los cuerpos de 10 mineros en la enésima tragedia para estos obreros y sus familias debido a las malas condiciones de las explotaciones. Un río subterráneo de agua se llevó...

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Llamarle al carbón mineral “rojo” no necesita mucha explicación en México, donde decenas de mineros yacen bajo tierra, pero no precisamente en un cementerio. Con el color de la sangre lo denominan en Sabinas (Coahuila). Allí quedaron atrapados hace 512 días los cuerpos de 10 mineros en la enésima tragedia para estos obreros y sus familias debido a las malas condiciones de las explotaciones. Un río subterráneo de agua se llevó por delante los andamiajes y dificultó las tareas de rescate. El pasado miércoles, la inesperada noticia, exenta ya por completo de celebración alguna, llegó a los medios de comunicación. Restos de dos personas emergieron por fin a la superficie. Se les identifica por ahora como “indicio biológico A e indicio biológico B”, y así seguirán hasta que los análisis puedan poner un nombre a sus tumbas y flores sobre ellas.

‌El final de la tragedia se adivina más cerca si, con suerte, pudieran extraerse muestras de los demás infortunados. Mucho antes que los cadáveres, salieron a la luz en aquellos días las pésimas condiciones en que se desenvuelven estos trabajadores y oscuras responsabilidades que nunca se saldan del todo. Hay dos detenidos por lo ocurrido entonces, el capataz Cristian Solís Saavedra y Luis Rafael García Luna Acuña, uno de los presuntos dueños de la empresa. Arnulfo Garza Cárdenas se fugó y lo busca la Interpol. Algunos pudieron escapar con vida tras el derrumbe. Los familiares contaban los días haciendo esperanzadoras cábalas sobre cuánto puede aguantar alguien sin comida, sin el oxígeno suficiente y posiblemente malherido a 62 metros bajo la superficie. Con el paso del tiempo, cualquier llama de luz se fue apagando y todos volvieron a sus casas con la indigerible desgracia de la mina.

‌Las autoridades informan de que se han retirado desde entonces 2,3 millones de metros cúbicos de suelo y roca. El resultado siempre es pequeño, habida cuenta de que las tragedias van por delante de los éxitos en el rescate. En julio de este año, otro accidente se llevó la vida de dos mineros y el registro que llevan los familiares por su cuenta eleva a 3.100 los hombres que no han vuelto a casa desde que se abrió la explotación a finales del siglo XIX.

En efecto, las condiciones que soportan los mineros en esas tierras y otras de México pueden calificares de decimonónicas. Y el abordaje de los accidentes tampoco difiere mucho de aquellas décadas en que solo se podía hacer una cosa: llorar. Las explotaciones están lejos todavía de tener la supervisión laboral adecuada y la responsabilidad penal suele enredarse en una maraña de dueños y prestanombres con los cimientos mejor edificados que aquellos que sostienen las galerías subterráneas.

El mineral seguirá llevando el color de la sangre, por si el negro del carbón no fuera poco.

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