Experimentos con fentanilo, negocios con bitcoin y tortura con tigres: así funciona la empresa criminal de los Chapitos
Los herederos de Joaquín ‘El Chapo’ Guzmán han transformado al cartel de Sinaloa con la expansión del tráfico de fentanilo en EE UU, según la información de los infiltrados del Gobierno estadounidense
El cartel de Sinaloa le ha confiado su futuro a una segunda generación. Tres hijos de Joaquín El Chapo Guzmán han tomado las riendas del negocio del narcotráfico en México, han construido una eficiente estructura de empresa y han perfeccionado el modelo fundado por su padre 30 años atrás, ahora para traficar fentanilo hacia Estados Unidos. Esto es lo que revela ...
El cartel de Sinaloa le ha confiado su futuro a una segunda generación. Tres hijos de Joaquín El Chapo Guzmán han tomado las riendas del negocio del narcotráfico en México, han construido una eficiente estructura de empresa y han perfeccionado el modelo fundado por su padre 30 años atrás, ahora para traficar fentanilo hacia Estados Unidos. Esto es lo que revela la acusación que el Departamento de Justicia ha hecho esta semana contra los vástagos del Chapo —Iván Archivaldo y Jesús Alfredo Guzmán Salazar y Ovidio Guzmán López— en la que contempla seis cargos contra ellos y 25 miembros de la poderosa organización. El documento presentado por la Fiscalía desgrana una operación sumamente organizada que ha echado mano de la antigua estructura del cartel, pero que añade novedosos elementos empresariales que han situado a los Chapitos, como se les conoce a los hijos del capo, como los mayores proveedores de fentanilo en Estados Unidos.
Ests actividades comenzaron en 2014. Ovidio Guzmán López, El Ratón, fundó entonces su primer laboratorio para procesar fentanilo en Culiacán, en el Estado de Sinaloa. El más joven de los tres Guzmán aprovechaba las rutas del cartel de su padre para enviar pequeños cargamentos a Tijuana y cruzar por los canales habituales —tierra, mar y aire— la droga para que llegase a Los Ángeles. Para 2016, era evidente que el negocio debía dar un giro: tras sus inicios en los años 80 con el tráfico de marihuana, la organización había llegado a incluir en sus actividades el trasiego de sustancias como la cocaína, la heroína y las metanfetaminas. La empresa fundada por El Chapo al lado de Ismael El Mayo Zambada ya había pasado por otras transformaciones, pero ninguna como esta, asegura el documento acusatorio. “La operación con fentanilo del cartel de Sinaloa ha crecido exponencialmente en volumen, escala y sofisticación”, señalan. Los Chapitos convirtieron en 2016 un laboratorio dedicado a fabricar metanfetaminas en Durango en una nueva instalación para producir fentanilo y ya no dieron marcha atrás.
Una vez que El Chapo fue capturado en 2016 y extraditado a Estados Unidos en 2017, sus tres hijos moldearon la operación de tráfico de fentanilo y tomaron personalmente las riendas del negocio familiar. Ovidio se encargó de montar una red de laboratorios para asegurarse una producción sostenida; Jesús Alfredo desarrolló alianzas para obtener desde China los precursores químicos necesarios para “cocinar” el fentanilo; e Iván Archivaldo, el mayor de los hijos, administró el aparato de seguridad alrededor de toda la operación, principalmente en la producción, con laboratorios altamente blindados, y la distribución. Los Chapitos emprendieron también una especie de limpieza en los Estados de Coahuila, Michoacán, Sonora, Tamaulipas y Chihuahua, para asegurarse de tener el control de las plazas por ser consideradas “posiciones estratégicas”, donde se aseguraron de sembrar el terror entre sus enemigos. En el camino también hicieron alianzas, por ejemplo, en Coahuila con el cartel del Noreste y en Chihuahua con los sicarios de los Artistas Asesinos.
La crueldad siguió siendo el sello de la casa, según detalla el Departamento de Justicia. Los Chapitos se aliaron con los Ninis, un grupo de sicarios también de Sinaloa, y los convirtieron en su brazo armado. La tortura se convirtió en una constante para castigar a quienes no cumplían con sus deseos y entre las técnicas abundaban el ahogamiento, la electrocución, los golpes y el enfrentamiento con tigres. Siempre según la versión de EE UU, en el rancho de Iván Archivaldo en Sinaloa se encuentra un grupo de ejemplares de tigre —no especifica el número— que los narcotraficantes conservan como mascotas y a los que ocasionalmente se alimenta con los cuerpos de sus enemigos vivos o muertos. “Mientras a algunos [de sus enemigos] les disparaban, otros eran llevados para alimentar a los tigres que conservan como mascotas”, señala el Gobierno estadounidense, que asegura que ha obtenido la información después de infiltrar al primer círculo de los Chapitos.
Los Chapitos S.A.
Uno de los pilares de la operación de los Chapitos es la obtención de precursores químicos que sirven para elaboración de fentanilo. “Los químicos que le permiten al cartel producir y llenar Estados Unidos de fentanilo letal vienen principalmente de China”, explica, sin ninguna duda, el Gobierno estadounidense. Los capos se han encargado de tejer una red para asegurarse de que sus proveedores consigan enviar el químico desde Asia y traspasen sin ningún problema las aduanas mexicanas. A cargo de esta operación ha estado la guatemalteca Ana Gabriela Rubio Zea, que ha actuado como intermediaria para garantizar el suministro de precursores para el cartel. Rubio Zea se ha aliado, principalmente, con la firma china Wuhan Shookang Biological Technology, que consigue que los precursores químicos pasen como contenedores de comida o sean empacados con productos de comercialización legal. Para despistar a las autoridades mexicanas, algunos cargamentos llegan a los puertos en embarcaciones que han pasado previamente por países como EE UU y Alemania, ya que son sometidas a revisiones menos estrictas que las que llegan directamente desde China.
Los químicos son distribuidos en los laboratorios que se encuentran, principalmente, en el Estado de Sinaloa. Allí los Chapitos preparan la droga para ser enviada a EE UU en forma de pastillas o en polvo. Cuenta la acusación que el Gobierno mexicano ha requisado en el último año un laboratorio subterráneo que contaba con ascensores para mover los cargamentos, así como estufas industriales y prensas para pastillas. “El cartel está tratando de producir el fentanilo más potente y venderlo en EE UU al precio más bajo”, estiman los estadounidenses. Los testimonios de sus agentes encubiertos revelan que en los laboratorios los capataces experimentan en humanos con las dosis de fentanilo y su combinación con otras drogas como la heroína. La Fiscalía cuenta el caso de una mujer a la que le fueron suministradas tres dosis del opiáceo para calcular las cantidades de los químicos y que murió por sobredosis. A esas pruebas también han sido sometidos algunos adictos: uno de ellos falleció por una sobredosis, pero la droga que consumió fue enviada igualmente a Estados Unidos.
Los hijos del Chapo utilizan los viejos caminos del cartel de Sinaloa para llevar el fentanilo a Estados Unidos. En aviones, camiones, barcos, a través de las garitas fronterizas y los túneles que en su día hicieron famoso a su padre. Debido a que el volumen del opiáceo es menor que el de otras sustancias, los capos han aumentado el tráfico a través de los pasos fronterizos entre México y Estados Unidos: escondidos en los coches o en personas, las llamadas mulas, que cruzan diariamente las garitas. “El cartel confía en la imposibilidad de inspeccionar todos los artículos que cruzan la frontera y también explota la corrupción en ambos lados de la frontera”, reconoce EE UU. La atención está puesta, por ejemplo, en los cruces de Ciudad Juárez a El Paso (Texas). Allí, el Gobierno estadounidense descubrió que uno de sus oficiales migratorios permitía el paso de mulas sin revisión a cambio de pagos del cartel. Durante 12 meses, el oficial, que cubría un turno nocturno, dejaba pasar a mujeres que llevaban hasta 2.000 pastillas en cada viaje y que podrían atravesar el cruce hasta tres veces en una noche. Las píldoras llevaban impresa la palabra Chapiza o Ratón, en referencia al menor de los Guzmán.
El negocio de los Chapitos ha sido más que rentable: con un kilogramo de precursor, por el que pagan 800 dólares, pueden fabricar hasta 415.000 pastillas o cuatro kilogramos de polvo de fentanilo. Las píldoras llegan a venderse individualmente en sitios como Nueva York en hasta tres dólares. Cada cargamento representa millones de dólares que son enviados a México a través de transferencias en cuentas en paraísos fiscales y criptomonedas. Los distribuidores de la droga en EE UU se encargan de hacer acopio del dinero y de ingresarlo a las cuentas en bitcoins del cartel que son administradas desde México. La tecnología de las criptomonedas impide que el sistema financiero detecte el dinero y este pueda ser convertido a dólares o pesos en México. En algunas ocasiones no es necesaria su conversión a moneda de curso legal: algunos proveedores de precursores en China reciben también el pago por sus productos en criptomonedas. La organización también compra bienes raíces en Estados Unidos, hace cargamentos de dinero en efectivo o compra productos en EE UU, como teléfonos celulares, que después son vendidos en México para completar el lavado de capital.
El Departamento de Justicia describe a un cartel de Sinaloa organizado y fuerte que es “más despiadado, más violento, más mortífero” que en los mejores años de El Chapo Guzmán. La alerta desde Estados Unidos pone el foco en el crecimiento exponencial del tráfico de fentanilo y en el grave daño que ya ha provocado en ese país. Entre agosto de 2021 y 2022, más de 107.000 estadounidenses han muerto por sobredosis del opiáceo. Las autoridades encargadas de los narcóticos señalan que la droga es 50 veces más potente que la heroína. La estructura montada por los Chapitos refuerza la tesis de que México, Estados Unidos y China están ya sumergidos en un nuevo modelo de tráfico ilegal de drogas. La segunda generación del cartel de Sinaloa cuenta con el alcance cimentado por sus fundadores —con presencia en alrededor de 45 países en el mundo—, novedosas herramientas y una visión similar a la de una trasnacional que ni El Chapo Guzmán en sus mejores días alcanzó a imaginar.
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