Dentro del taller de animación donde ‘Pinocho’ cobró vida en México
Seis minutos de la nueva película de Guillermo del Toro, que se estrena este jueves en cines, se crearon en Guadalajara. EL PAÍS visita los estudios donde se rodó una parte de la historia del títere más famoso del cine
El Taller del Chucho es un organismo vivo con un esqueleto de más de 7.000 metros cuadrados que respira por turbinas ruidosas. El aire fresco pasa de una sala a otra y en el interior una treintena de animadores trabaja en áreas interconectadas para dar vida al sistema: carpintería, pintura, cabello y vestuario, moldeado, impresión 3D. En este polígono de Guadalajara, un equipo de 40 personas trabajó durante casi dos años para animar seis minutos de Pinocho, ...
El Taller del Chucho es un organismo vivo con un esqueleto de más de 7.000 metros cuadrados que respira por turbinas ruidosas. El aire fresco pasa de una sala a otra y en el interior una treintena de animadores trabaja en áreas interconectadas para dar vida al sistema: carpintería, pintura, cabello y vestuario, moldeado, impresión 3D. En este polígono de Guadalajara, un equipo de 40 personas trabajó durante casi dos años para animar seis minutos de Pinocho, la película más reciente de Guillermo del Toro, que reinventa en stop motion la historia del títere más famoso del cine. Las entrañas de los estudios se abren al final del camino que indica un pug con gesto malandra.
Tras la puerta que atraviesa el animal delante del grupo de periodistas aparecen naves de paredes negras. Cerca del techo, a más de tres metros de altura, pasan circuitos como venas que transportan archivos digitales por todo el taller, y desde ahí bajan cortinas que delimitan áreas de filmación oscuras y herméticas. En el interior, es donde ocurre la magia. Este viernes, un animador daba vida a tres muñecas de 26 centímetros sentadas delante de una milpa miniatura. Lo iluminaban desde arriba varias lámparas led y el aire entraba para enfriar el ambiente; el ruido no es un problema cuando se rueda en stop motion. En sets como este se creó parte de Pinocho en México.
El cineasta mexicano Guillermo del Toro pensó por primera vez en adaptar el cuento del italiano Carlo Collodi al cine cuando era adolescente y comenzó a desarrollar el filme hace 14 años –él tiene hoy 58–. “Quería hacer una película que conmoviera, pero también tomar una de las formas más delicadas y artesanales de la animación y empujarla tanto como fuera posible”, dijo durante la promoción del largometraje, que se estrena en cines en México este jueves y en Netflix el 9 de diciembre.
El stop motion, o la animación cuadro por cuadro, es una técnica que permite crear la ilusión de movimiento a partir de elementos que están estáticos. “Tenemos una expresión a la que recurrimos varios”, explica Rita Basulto, que fue coordinadora de Iluminación y Cámara de Pinocho en México, y conversa con EL PAÍS en la bodega donde se filmó la película en Guadalajara. La fotógrafa empieza a explicar que la técnica consiste en “proveer de alma a un ser inanimado” y enseguida se desdice y rie: “¡Al rato tenemos nuestras dudas! Creo que los personajes se animan solos y nosotros somos sus títeres”.
La película dura casi dos horas y está ambientada a principios del siglo XX, durante el ascenso del fascismo en Italia. Del Toro, ganador del Oscar por La forma del agua, dijo en junio, cuando presentó un avance del filme en Francia: “Cada uno tiene una meta, y Pinocho es la mía, una de las historias más importantes de mi vida a la que quiero dar la vuelta”. Para hacer su primer largometraje de animación, el cineasta y el codirector de la película, Mark Gustafson, coordinaron equipos de especialistas en Portland (Estados Unidos), donde se produjo la mayoría del filme, en Manchester (Inglaterra) y en Guadalajara (México).
“Entendimos de inmediato que era lo que estaban buscando”, asegura Basulto. La producción en México tuvo dos etapas. En la primera, que llevó un año, el equipo local recreó el Limbo, una especie de inframundo al que llega Pinocho en la película. La maqueta que tiene Basulto detrás, una pila de 300 ataúdes iluminada con filtros morados, se creó para esos planos y es lo único que se puede fotografiar dentro de las instalaciones. Del Toro también encargó al animador León Fernández la construcción de los Conejos Negros, cuatro personajes de caras alargadas, costillas expuestas y manos esqueléticas que se encuentra Pinocho en la antesala del Limbo. Con los mismos personajes, se rodaron también los créditos en una segunda etapa que duró cuatro meses. En total, se hicieron en México 33 planos y 3.443 frames. Pero ahora ya no quedan casi rastros del rodaje.
Aranza Engle, gerenta de Producción de El Taller del Chucho, cuenta que “se eligieron esas escenas porque iban con el mood del taller”, pero también porque eran secuencias independientes que no tenía que tener continuidad con lo que se estaba rodando en los sets de Portland. “Las escenas que hicimos no le tienen nada que pedir a películas extranjeras. Esa fue la apuesta de Guillermo [del Toro]”, dice Engle, y explica: “México no puede competir contra Pixar, que es un estudio gigantesco de [animación] 3D. México puede competir con stop motion”.
Guadalajara tiene una larga tradición de animación cuadro por cuadro que impulsó, sobre todo, un grupo de siete animadores (Basulto, Juan Medina, Luis Téllez, Karla Castañeda, Sofía Carrillo, René Castillo y León Fernández), que son parte de El Taller del Chucho. Los estudios fueron fundados por la Universidad de Guadalajara en 2019 por iniciativa de Del Toro para impulsar el talento local. Las instalaciones tienen capacidad para albergar tres producciones completas en simultáneo. Además, son un espacio de formación donde unas 300 personas han participado en talleres desde enero. Hace un año, adoptaron a Chilaquil, el pug de mandíbula inferior expuesta que se mueve como un vigilante por las instalaciones. “Ni modo que no tuviéramos un chucho [perro] en El Taller del Chucho”, dice Engle.
La Biblia de la animación
Para hacer Pinocho, los equipos ubicados en Estados Unidos, Inglaterra y México tenían “una Biblia completa” para que el trabajo entre las diferentes unidades fuera homogéneo, cuenta Luis Téllez, director de Animación de la película. Los mandamientos de ese documentos establecían, por ejemplo, que había que “animar el silencio” o “animar los errores” de los personajes, como los titubeos al abrir una puerta o ponerse un zapato. “Se tiende como homogeneizar la animación, a hacerla muy cartoon, muy exagerada, y aquí lo que quería Guillermo [del Toro] era capturar vida, capturar emociones verdaderas y en eso nos concentramos”, cuenta Téllez a EL PAÍS.
“Los Conejos Negros se animaron por animación directa”, cuenta el cineasta, y explica: “Es cuando un personaje tiene una cabeza mecánica y tú la vas moviendo con los dedos”. La marioneta de Pinocho, en cambio, se animó “por reemplazos”, es decir, que el equipo mexicano contaba con 150 caras del personaje enviadas desde Portland con diferentes gestos para hacer hablar y cantar al niño de madera en Guadalajara. “Es muy común tercerizar en 3D o 2D a diferentes estudios, pero esto yo no lo había escuchado, hacer una animación y que funcionara tan bien. Esto fue un riesgo que se tomó y salimos bien librados”, opina Téllez, que cree que Pinocho es “una película valiente” que podría competir como Mejor Largometraje en los Oscar.
Del Toro destacó diferentes veces durante la promoción de la película que la animación tiene que ser “un poco más atrevida técnica y temáticamente” para “romper la barrera” del género y ser “una forma de arte reconocida como cine”. “Pinocho es ese tipo de historia”, dijo el cineasta. “Lo que tenía claro era que Pinocho nunca debería convertirse en un niño de verdad ni tampoco sería ese su objetivo”, dijo el realizador. El Grillo, ese personaje que acompaña y aconseja al hijo de Gepetto, ya había avisado en los avances de la película que el filme sería una adaptación diferente. “Quiero contarles una historia”, narraba el insecto, “tal vez crean que conocen esta historia pero no es así”.
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