Los últimos metros de Lidia Gabriela antes de lanzarse de un taxi en marcha para no ser secuestrada
EL PAÍS reconstruye la tarde en la que la joven, de 23 años, se arrojó de un vehículo en movimiento en Ciudad de México. Su familia explica que tenía pánico de convertirse en una desaparecida más
Dicen los que la quieren que ya lo había avisado: ella no iba a dejar que la encontraran tirada en un terreno baldío o, peor, que nunca lo hicieran. “Si algún día me llevan en un carro, yo me aventaría”, había dicho platicando como si tal cosa Lidia Gabriela Gómez, de 23 años, a su novio, a su hermano. Una premonición perversa que se hace realidad en un país en el que cada día 10 mujeres son asesinadas y siete son desaparecidas, donde incluso las caras que pusieron nombre al terror no encuentran justicia. Dicen que ya lo había advertido al ver lo que le ocurrió a Debanhi, que no quería ese dol...
Dicen los que la quieren que ya lo había avisado: ella no iba a dejar que la encontraran tirada en un terreno baldío o, peor, que nunca lo hicieran. “Si algún día me llevan en un carro, yo me aventaría”, había dicho platicando como si tal cosa Lidia Gabriela Gómez, de 23 años, a su novio, a su hermano. Una premonición perversa que se hace realidad en un país en el que cada día 10 mujeres son asesinadas y siete son desaparecidas, donde incluso las caras que pusieron nombre al terror no encuentran justicia. Dicen que ya lo había advertido al ver lo que le ocurrió a Debanhi, que no quería ese dolor para otra familia, para la suya. “Yo me aviento, igual hasta me salvo”. El 1 de noviembre, Lidia Gabriela se arrojó a la carretera desde un taxi en marcha desesperada por estar siendo secuestrada. Falleció al instante. Ha pasado una semana y las autoridades de Ciudad de México todavía no encuentran al conductor que quiso llevársela.
Su último mensaje decía “57 pesos”. Se lo envió Lidia Gabriela —Lidita para su familia, Gabriela para el resto de sus amigos— a su novio. Se estaba quejando del precio y la ruta que había tomado el taxista que la había recogido en la colonia Las Peñas de Iztapalapa, al sur de la ciudad. Hacía un año que la joven vivía allí con Alexis Pérez, su novio, y sus suegros. Sabía que era una zona conflictiva, pero prácticamente siempre que salía iba acompañada, bien por él o por sus padres. Cuando tenía que desplazarse por la ciudad tenía la misma rutina: se montaba en un taxi desde la casa hasta el metro Constitución de 1917, un trayecto de apenas 15 minutos, y de ahí se movía en transporte público.
Así lo hizo el pasado martes. Ese día no había tenido que ir a trabajar al centro comercial Oasis Coyoacán, donde era dependienta de la marca Sephora; el trabajo de sus sueños, cuenta su hermano Diego Maldonado, porque aunque ella estudió Economía lo que de verdad le gustaba era el maquillaje. Tenía que ir a recoger a las seis de la tarde a Alexis a su trabajo en H&M, por lo que a las cinco se subió a un Nissan Versa, rosa y blanco —los colores de los taxis en la capital— con rines negros y placa A2303C.
Pronto le pareció raro el rumbo que el coche tomaba y el precio que el conductor, ahora identificado como Fernando ‘N’, le pedía. Se lo comentó a su novio, quien le dijo que a veces los taxistas hacían rutas más largas para poder cobrar más. “No fue una conversación tan fluida”, recuerda el chico. Al llegar al metro Constitución, donde ella debía bajarse, el conductor del vehículo aceleró y se metió por el carril de alta velocidad, el que está más a la izquierda en las grandes avenidas. Ella empezó a gritar y a pedir auxilio por la ventanilla. La vieron desde una vulcanizadora y un Oxxo. Algunos testigos recogen que llegó a sacar medio cuerpo fuera de la ventana. Nadie pudo hacer nada.
Unos metros más adelante, aterrorizada, se lanzó. “Su celular lo traía dentro del brasier, lo guardó ahí para poder saltar. Yo creo que para que no se dañara, quizás pensando que podía pedir ayuda”, relata conmocionado Alexis. El golpe de su cuerpo con el asfalto fue directo a la cabeza. Allí, en plena calzada de la Ermita Iztapalapa, a las 17.21 horas, quedó Lidia tumbada con su vestido claro y su chamarra negra.
Mientras eso ocurría, Alexis llamaba y escribía, sin respuesta. El joven la esperó después de las seis durante 30 minutos a las puertas de su trabajo, por si ella había perdido el celular y quizá llegaba entonces a donde habían quedado. Ambos compartían las funciones en iCloud, la nube de Apple, que les permitía saber en todo momento sus localizaciones. Al revisar, Pérez vio que la de Lidia Gabriela no se había movido de la estación del metro. Avisó a sus padres para que fueran a ver si la encontraban. En una llamada telefónica, en la que oyó el llanto de su madre, Alexis supo. “Me comunicaron con una policía. Ella me dijo que era una femenina fallecida. Yo estaba a dos estaciones, empecé a sentir el cuerpo pesado, como muy caliente, me hormigueaba. Llegué a la estación, me bajé corriendo. Vi que la ubicación de su teléfono se movía. No quería creerlo. Cuando vi que la ambulancia blanca forense se estaba yendo, ahí ya supe que era cierto”.
El conductor huyó de inmediato del lugar. Las cámaras del sistema C2 Oriente ubican el taxi ese día por última vez a las 18.05 horas, en un estacionamiento de la calle Técnicos y Manuales, también en Iztapalapa, a unos cinco kilómetros de donde se lanzó Lidia. La Secretaría de Seguridad controló muy rápido la localización del vehículo —que se encuentra asegurado, pero no han trascendido los resultados del peritaje— pero faltaba el conductor. El taxi era utilizado por Fernando, el sospechoso, su hermano Federico y su sobrino Pedro Eduardo, y estaba a nombre de su hermana, Guadalupe.
El 3 de noviembre, dos días después de lo ocurrido con Lidia, según unos mensajes que ha podido revisar este periódico, Federico escribe a alguien llamado Tata: “Pregúntale al muerto si voy a tener problemas con las autoridades, por favor, ya que mi sobrino ya dejó el taxi y yo no quiero problemas”. El 5 de noviembre, en una operación coordinada por la Secretaría de Seguridad, Federico es detenido y el taxi, requisado. En un primer momento, el jefe de la policía de Ciudad de México, Omar García Harfuch, anunció que se trataba de la persona involucrada en la agresión a Lidia. Pero, tras la información publicada por EL PAÍS, corrigió que se trataba solo de su hermano.
Fuentes de Seguridad aseguran a este periódico que la búsqueda del taxista está activa y confían en su pronta detención. Fernando ‘N’ no cuenta con antecedentes penales y las primeras hipótesis de la Secretaría de Seguridad apuntan más hacia una posible agresión sexual a la joven que a un secuestro. Pese a los últimos videos que han circulado, donde dos mujeres logran bajarse de un taxi sin placa en Ciudad de México, la dependencia policial de la capital niega que sea un fenómeno que se esté dando con más frecuencia o que deba preocupar.
Se alejó de Tamaulipas por la violencia
El cuerpo de Lidia Gabriela llegó en la mañana del 2 de noviembre a Tampico, Tamaulipas, donde nació y todavía residían sus padres y dos de sus hermanas. El velorio tuvo que durar 24 horas, cuenta su hermano Diego, porque “Lidita tenía muchísimos amigos, desde el kínder, la prepa, la universidad o el trabajo”: “Queríamos que todos tuvieran tiempo de despedirse”. La joven, la menor de cuatro hermanos —”era la bebé de la casa”—, demostró un espíritu luchador desde pequeña. “Era la persona más trabajadora del mundo, desde chiquita no tenía dinero, iba y compraba un pastel en Wallmart, lo dividida y vendía los trozos en una laguna que había enfrente de mi casa. Desde los 13 años...”, dice Maldonado y se ríe al recordar.
En marzo de 2021, en plena pandemia, Lidia Gabriela decidió mudarse a Ciudad de México: acercarse a su novio —con quien había empezado unos meses antes— y alejarse de la fuerte violencia del norte del país que se encarnizaba, sobre todo, con las mujeres. La joven tenía miedo de caminar por la calle y ser secuestrada o agredida en Tamaulipas. En la capital vivió los primeros siete meses con su hermano Diego en la Condesa. Allí montó un pequeño negocio por Instagram de postres. “Era una gran repostera, le encantaba cocinar y también hacer postres”, cuenta Maldonado. Cuando se mudó a Iztapalapa llegó a vender sus dulces en la parada de metro donde más tarde se arrojaría.
Dicen los que la quieren que era una joven trabajadora, el alma de la fiesta, que bailaba y bailaba, que era valiente y generosa y “la más guapa de la familia”, cuentan que acababa de adoptar a una gatita, que se ganaba todos los premios de las competiciones internas que hacían en su lugar de trabajo, que ha dejado ahora una casa vacía y llena de cajas de maquillaje.
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