Ken Salazar, el embajador de las dos caras
El representante de Estados Unidos en México, sumergido en la misión de revertir la turbulenta relación de los dos países que se instaló con Trump, sufre los primeros tropiezos con la reforma eléctrica
Con una canasta llena de mazorcas de maíz en las manos y su característico sombrero tejano, Ken Salazar sonríe orgulloso. Está de visita por el Estado de Campeche y desde allí, entre fotos y abrazos, celebra las benevolencias de uno de los programas estrella del Gobierno mexicano. El embajador de Estados Unidos en México está encantado. Lo cuenta en su Twitter a principios de abril tras conocer una sede de Sembrando Vida, el proyecto “f...
Con una canasta llena de mazorcas de maíz en las manos y su característico sombrero tejano, Ken Salazar sonríe orgulloso. Está de visita por el Estado de Campeche y desde allí, entre fotos y abrazos, celebra las benevolencias de uno de los programas estrella del Gobierno mexicano. El embajador de Estados Unidos en México está encantado. Lo cuenta en su Twitter a principios de abril tras conocer una sede de Sembrando Vida, el proyecto “fundamental” de la Administración de Andrés Manuel López Obrador para generar empleo y reforestar la región sur. Salazar lleva ocho meses en el cargo e incontables discursos sobre la grandeza del país. A sonrisas y halagos, el enviado de Joe Biden se ha sumergido en la misión de revertir la turbulenta relación que se instaló entre los dos países durante la Administración de Donald Trump.
Pero su sonrisa no es irrebatible. El diplomático, de 67 años, es un político de cepa que se ha vuelto un jugador importante en la política mexicana. Miembro del Partido Demócrata, fue el primer latino en representar Colorado en el Senado de Estados Unidos. Antes estuvo al frente de la Fiscalía del Estado, y después fue secretario de Interior en el Gobierno de Barack Obama. Llegó a México siendo la opción inteligente de Joe Biden —habla español fluido y es un hombre de su confianza— para atender la agenda bilateral de uno de los principales socios de Estados Unidos. Es cuando se mete en el papel de guardián de los intereses estadounidenses, cuando su rostro se transforma.
Uno de los asuntos ríspidos de las últimas semanas en la agenda de Salazar con el Gobierno de México ha sido la reforma eléctrica propuesta por López Obrador. La iniciativa, que busca limitar la participación privada en el sector y privilegiar a la empresa estatal aunque se trate de plantas más caras o contaminantes, saca la cara más tensa de Salazar. A medida que la propuesta se hacía más real, el tono del embajador se iba endureciendo. “Promover el uso de tecnologías más sucias, anticuadas y caras sobre alternativas renovables eficientes, pondría en desventaja tanto a consumidores como a la economía en general”, alertó en un comunicado en febrero cuando la reforma comenzaba a tomar forma.
El momento más álgido de esta disputa entre los dos políticos se alcanzó a principios de abril. López Obrador acusó en una de sus conferencias matinales diarias al Gobierno de Estados Unidos de hacer lobby para tumbar su reforma eléctrica. La declaración provocó una visita inmediata del embajador del sombrero vaquero a Palacio Nacional. Un día después el asunto llegó a la Suprema Corte de Justicia, que avaló la legalidad de la propuesta del presidente. La escalada continuó con un duro comunicado de la embajada en el que aseguraba que respetaban la soberanía de México, pero que les preocupaba que la ley abriera “la puerta a litigios sin fin, generando incertidumbre y obstruyendo la inversión”.
El contenido del documento llegó a la conferencia del presidente del siguiente día. “Él habla de que pueden haber acciones de tipo jurídico, nosotros también haríamos lo propio, porque somos un país independiente”, le respondió López Obrador en otra escalada de la discusión más espinosa que han tenido las dos Administraciones hasta el momento. Ken Salazar reconoció en una entrevista en marzo con la cadena CNN que “antes” en Estados Unidos “se hacían cosas que no respetaban la soberanía de México”. Antes como apelativo de que son cosas que ya no pasan bajo la Administración Biden. “Somos muy respetuosos de la libertad de expresión, aun en exceso preferimos eso, que todos puedan manifestarse”, agregó aquel día el mandatario mexicano.
A pesar de las tensiones, Salazar —descendiente de españoles establecidos en México desde el siglo XVI— es un diplomático con mucho más acceso al Ejecutivo que ningún otro embajador. Visita al menos una vez al mes al presidente y su equipo, cuando no dos veces a la semana. Reynaldo Ortega, del Centro de Estudios Internacionales del Colegio de México, explica que se trata de uno de los vínculos más importantes de México: “De lo que pase en esa relación depende el bienestar de gran parte de los mexicanos, los conflictos en esa relación tiene un altísimo costo para ambos países”.
Arturo Sarukhán, el embajador mexicano en Estados Unidos durante el sexenio de Felipe Calderón, coincide en que “no hay relación diplomática más importante para México que con EE UU”. Es normal, explica, que tenga acceso directo y constante a Palacio Nacional. Para él, la elección de Salazar fue “un mensaje palmario” por parte de Biden. “Designaba a un político muy cercano a él, de toda su confianza y que tiene la capacidad de levantar el teléfono y llamarlo directamente a la Casa Blanca”, dice el exdiplomático, que explica que Biden y el embajador se conocieron cuando coincidieron en el Senado, entre 2005 y 2009. No había habido en años, asegura, “un embajador estadounidense en México con derecho de picaporte y acceso directo a la Oficina Oval”.
A Salazar “le tocó reconstruir la relación entre ambos países desde la narrativa”, asegura Cecilia Farfán-Méndez, jefa de seguridad en el Centro de Estudios México-Estados Unidos de la Universidad de California San Diego. México venía de escuchar durante cuatro años que era un enemigo de Estados Unidos. De escuchar a un presidente estadounidense decir que lo único que quería con México era trazar un muro que los apartara. “El discurso ahora es que somos hermanos”, agrega Farfán-Méndez.
Y Salazar la secunda. Desde que llegó al país no ha dejado de repetir que ambos Gobiernos ven el mundo de forma semejante. Incluso cuando la disputa por la reforma eléctrica alcanzó su momento más álgido. “La unión entre México y Estados Unidos es para siempre”, dijo el embajador claramente disgustado al salir de Palacio Nacional después de semanas de tensión.
Si algo tiene Salazar es cintura política. Su visión sobre energía coincide más con la oposición. Por eso en medio del debate sobre la reforme eléctrica se reunión con la dirigencia del partido Acción Nacional, un encuentro que no agradó al presidente que terminó por criticarlo en una conferencia. “Salazar sabe que la reforma pasa por Congreso y el límite institucional más claro es la oposición”, dice Ortega.
La otra cara de Salazar, la feliz, celebró el pasado 21 de marzo la inauguración del Aeropuerto de Santa Lucía, otro de los grandes proyectos del presidente duramente criticado por la inversión privada. O aplaudió las coincidencias en materia de seguridad y política sobre el control de las armas. La sonrisa de Ken Salazar se pasea por las playas de Quintana Roo y le pide favores a la Virgen de Guadalupe. Es cuando la sonrisa se borra que las alertas se prenden.
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