El Museo Dolores Olmedo prepara la mudanza a Chapultepec
Las nietas de la coleccionista mexicana confirman que la obra de Diego Rivera y Frida Kahlo se trasladará al Parque Urbano Aztlán y que la hacienda de Xochimilco no cerrará sus puertas
En el Museo Dolores Olmedo —en la hacienda de La Noria, una finca ubicada al sur de Ciudad de México— el tiempo de la pandemia por la covid-19 parece no haber pasado. Las obras de Diego Rivera siguen exhibidas impolutamente, como si este centro no hubiera permanecido de puertas cerradas durante dos años. Los jardines se podan religiosamente cada lunes, como la misma dueña de aquella casona hubiera querido. Decenas de pavos reales se pasean por sus jardines ...
En el Museo Dolores Olmedo —en la hacienda de La Noria, una finca ubicada al sur de Ciudad de México— el tiempo de la pandemia por la covid-19 parece no haber pasado. Las obras de Diego Rivera siguen exhibidas impolutamente, como si este centro no hubiera permanecido de puertas cerradas durante dos años. Los jardines se podan religiosamente cada lunes, como la misma dueña de aquella casona hubiera querido. Decenas de pavos reales se pasean por sus jardines junto a 14 perros xoloitzcuintles y una veintena de gansos, todos ellos, un emblema viviente de este centro cultural.
Lo cierto es que este museo no volverá a ser el mismo. Dolores Phillips, la directora ejecutiva del Museo Dolores Olmedo y nieta de la gran coleccionista mexicana, indica que el suntuoso acervo, conformado por 128 obras de Diego Rivera, 25 piezas de Frida Kahlo, 42 obras de Angelina Beloff (la primera esposa del muralista mexicano) y una decena del pintor Pablo O’Higgins se exhibirán, a partir de 2024, en el Parque Urbano Aztlán, en el Bosque de Chapultepec. “No se trata de un cambio de sede, sino de una extensión”, explica Phillips en entrevista con EL PAÍS.
El museo Dolores Olmedo, en imágenes
Los rumores del cierre definitivo de la gran hacienda en Xochimilco se reavivaron a inicios de año, cuando varios medios de comunicación y columnas de opinión publicaron que las nietas de doña Lola (como muchos le llamaban) buscaban trasladar la obra a Aztlán para vender el terreno de la finca en pequeños lotes. “El legado de doña Lola continúa y la historia de la Noria seguirá. Todos los rumores de que el terreno se va a vender, que se va a construir un multifamiliar o que venderemos lotes son absurdos”, dice Guadalupe Phillips, otra de las nietas de la coleccionista y miembro del comité técnico del fideicomiso Dolores Olmedo.
La alianza con Aztlán inició desde que se anunció el plan de rehabilitación de la antigua Feria de Chapultepec con el montaje de un altar de Día de Muertos, una de las celebraciones clave y que la propia Dolores Olmedo promovía en su casa. A 30 años de su apertura como museo, el cambio de sede buscará atraer a más visitantes. “El Museo tiene un acervo cultural muy importante y lo estamos acercando a la gente. El objetivo primordial de tener una sede alterna es aumentar la cantidad de visitantes”, dice Guadalupe Phillips, quien precisa que la hacienda será sede en 2024 de eventos culturales y se abrirá también al público.
Llegar a la finca de doña Lola puede ser una hazaña que incluye varios kilómetros de traslado y pocas opciones de transporte público. Ubicado en el profundo sur de la Ciudad de México, el antiguo camino a Xochimilco suele ser una vía con mucho tránsito de autos, mientras que la estación de Tren Ligero más cercana se encuentra a poco más de un kilómetro, por lo que hay que llegar caminando o buscar un taxi.
Poco antes del cierre por la pandemia, hasta este recinto llegaban unas 200.00 personas al año para deleitarse con las obras de los grandes artistas mexicanos, una cifra muy marginal si se compara con otros museos de arte de la capital. Por ejemplo, el Museo de Arte Moderno, también ubicado en el Bosque de Chapultepec, recibió 606.000 visitas en 2019, o el Museo Nacional de Arte, que recibió a más de 384.000 personas antes de la pandemia, de acuerdo con cifras del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA).
Aunque no hay una fecha precisa para la inauguración del nuevo espacio, está prevista para 2024, en una especie de festejo en su 30 aniversario. “Hemos hecho un acuerdo con Aztlán: nosotros ponemos la colección, ellos pondrán la infraestructura, es decir, el edificio para que exhibamos en una relación de largo plazo”, revela Guadalupe Phillips y confirma que el Fideicomiso Dolores Olmedo, otorgado a la coleccionista de modo definitivo en 1985, no desaparecerá. “El fideicomiso nunca ha sido un negocio y nuestra intención no es hacerla un negocio, sino mantenerlo, que se pueda mantener y que las obras de arte estén al alcance de las personas”, señala Phillips.
Diego Rivera, el centro de la conversación
La relación entre Diego Rivera y Dolores Olmedo fue la que dio pie al nacimiento de este museo. En 1955, cuando el muralista ya sabía que padecía cáncer, le recomendó a Lola, que ya había adquirido muchas obras suyas, que comprara piezas prehispánicas, con las que inició la colección que hoy suma más de 6.000 piezas que también se van a exhibir en Chapultepec.
Sin embargo, el centro de la narrativa de este nuevo edificio será el trabajo de Rivera. “Tenemos mucho acervo que no podemos exhibir por cuestiones de espacio, en Aztlán buscaremos que haya la oportunidad de revivir la obra de Diego y que se vea en toda su diversidad”, dice Dolores Phillips.
Aunque su trabajo como muralista es el que le ha valido el reconocimiento mundial, Rivera cuenta con un importante trabajo en obras de caballete y con varias técnicas. “Nuestra colección tiene prácticamente todas las técnicas plásticas que trabajó y conoció: el dibujo a lápiz, tintas, grabados, litografías, grabado en madera, óleo, acuarela, temple, mural y pastel”, explica Josefina García.
Diego Rivera realizó su testamento público abierto en el cual legaba bienes inmuebles a 10 personas, entre ellas a Dolores Olmedo. En octubre de 1956, además de las obras de arte que ella había adquirido, Rivera le sugirió otras para enriquecer su colección y asegurar su legado. El 20 de octubre de 1957, Diego Rivera, en mal estado de salud, extendió una carta ante notario concediendo a Olmedo los derechos de todas sus obras, textos y documentos en su poder. “Para nosotros, Diego es la piedra angular de la colección que inició mi abuela. Todo giraba alrededor de él, y aunque Frida se volvió muy famosa, Rivera es el ancla”, señala Guadalupe Phillips.
Una pausa para restaurar el arte
Dolores Olmedo dijo en alguna ocasión que todo lo que había hecho en la vida era “el producto de los esfuerzos de una mujer mexicana, enseñada por otra mujer mexicana a amar a su país por encima de todas las cosas”. En ese mismo sentido, sus nietas, así como Josefina García, directora de colecciones del museo, han tenido dos años para brindarle cuidado al legado de la coleccionista, a través de programas de restauración. “Muchas de nuestras obras tienen más de 100 años, entonces uno de los objetivos es el cuidado y preservación. Hemos hecho ya estudios y análisis de las obras con varias fases de restauración”, comenta García.
Diego Rivera tenía un curioso proceso creativo cuando se trataba de sus murales. Primero, hacía un esbozo en enormes hojas de papel que luego calcaba sobre las paredes. El lienzo que quedaba era desechado por el pintor, pero muchos de ellos fueron rescatados, arrugados y algunos manchados, y enmarcados.
Una de estas piezas fue recientemente sometida a un proceso de preservación, que incluye un tratamiento contra la humedad que también es controlado al interior del museo con varios aparatos que regulan la temperatura y el ambiente de las salas. “Trabajamos con universidades para que la parte de educación que era de interés de mi abuela se siga dando y siga ocurriendo en esta hacienda”, dice la directora del museo.
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