“Cuando me llamó desde el metro para decirme que se había caído, no le creí”
Familiares de víctimas del accidente narran los minutos anteriores y posteriores a la tragedia
A las puertas del hospital Xoco, en el sur de Ciudad de México, Ana Álvarez, de 62 años, espera noticias de su hija Nancy. El periplo de las últimas horas ha terminado aquí, con su hija ingresada, a la espera de una cirugía en la cadera. Nancy Ramírez, de 44 años, viajaba en uno de los dos vagones de metro que la noche del lunes cayeron al vacío en la capital. Álvarez no sabe en cuál de los dos iba su hija. “Nos llamó cuando recién se había caído y yo no la ...
A las puertas del hospital Xoco, en el sur de Ciudad de México, Ana Álvarez, de 62 años, espera noticias de su hija Nancy. El periplo de las últimas horas ha terminado aquí, con su hija ingresada, a la espera de una cirugía en la cadera. Nancy Ramírez, de 44 años, viajaba en uno de los dos vagones de metro que la noche del lunes cayeron al vacío en la capital. Álvarez no sabe en cuál de los dos iba su hija. “Nos llamó cuando recién se había caído y yo no la creí”, cuenta la mujer. “Luego mi hijo la vio en Facebook, cuando la estaban atendiendo y me dijo, ‘mamá, ¡qué crees! Ahí esta Nancy’ y entonces fuimos corriendo”.
No había motivo para que Álvarez ignorara a su hija. Solo le parecía demasiado increíble. “Pensé que se había ido la luz o que se había caído una tablarroca, no que se había caído el tren”, explica la mujer, aliviada aunque algo avergonzada. “Se la oía desconcertada a Nancy, no sé si por el humo o los cables, no lo sé”, cuenta. Madre e hija se reencontraron en el hospital Xoco en la noche del lunes. “Estuve dos horas con ella y seguía confundida”, relata, “no me supo decir cómo fue”.
La hermana de Nancy, Itzel, que aguarda junto al hospital con su madre, cuenta que Nancy trabaja de gerente en una zapatería. “Toma la misma línea de metro todos los días, a la misma hora. Entra a trabajar a las 11.00 y termina a las 22.00. Yo no la uso tanto porque camino al trabajo, pero cuando una se sube sí se siente muy brusco, sobre todo en las curvas de Zapotitlán”, dice.
Según pasan las horas, familiares de víctimas y vecinos de la zona narran su relación con la línea 12 del metro, tan nueva como polémica, víctima de achaques desde su inauguración en 2012. Desde el Sanatorio Durango, en la colonia Roma, la familia de Simón Briseño, de 48 años, ingresado tras el accidente, critica la falta de mantenimiento en la línea. Le echan la culpa de la tragedia a la corrupción de los anteriores Gobiernos de la capital, encargados de la construcción y supervisión del suburbano. No dan nombres, pero se refieren a Miguel Ángel Mancera, predecesor de la actual jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, y Marcelo Ebrard, anterior a Mancera, actual secretario de Relaciones Exteriores. La familia de Briseño acusa a los responsables políticos de jugar “con la vida de los trabajadores, de los que menos tienen”. “Es hora de que estas cosas dejen de pasar, ya basta”, critican.
Briseño venía en el último vagón del tren que se derrumbó. Su familia se enteró de que había sido ingresado en un hospital cercano al accidente gracias a una enfermera que atendió su teléfono y les informó. Con todo el rostro golpeado y un collarín en el cuello, pudo ver a su hermana, Lina, y relatarle lo que vivió. Unos segundos antes de la tragedia, según le contó, el vagón se empezó a sacudir violentamente. Sintió un golpe muy fuerte y salió despedido de su asiento. Su hermana dice que no recuerda qué pasó porque perdió el conocimiento durante unos minutos. Tras precipitarse el tren, su vagón quedó suspendido en el aire. Briseño comentó a su familia que cuando despertó recuerda haber visto gente arrollada gritando de dolor y desesperación.
En la madrugada, el hombre fue trasladado al sanatorio privado Durango. Sus lesiones eran menos graves que las de otros afectados. “Cuando nos dijeron que lo movían, nos preocupamos porque no tenemos dinero para pagar este lugar, si usamos el metro es porque somos gente trabajadora, no nos alcanza. Pero la fiscal [de Ciudad de México] Ernestina Godoy nos dijo que no nos preocupáramos, que todo lo iba a pagar el seguro del metro”, cuenta su cuñado en la puerta del hospital. Sobre las 11 de la mañana, la familia esperaba a que le hicieran cirugía en la clavícula y la muñeca, donde sufrió fracturas por los golpes. “Lo importante ahora es que ya sabemos que está bien”, agrega el cuñado.
Los problemas que tiene la Línea 12 no son nuevos para los usuarios de ese transporte. Itzel Vega Rebollo, de 21 años, viajaba con su prima en otro tren detrás del que se precipitó. Lo tomó sobre las 22.00 de la noche y 13 minutos después sintieron un golpe y el transporte se paralizó. “Es medio normal en esa línea, de por sí cuando avanza se escucha muy feo, entonces como que uno lo toma medio normal”, cuenta a este periódico. Pasaron media hora encerradas en el tren, desconcertadas y sin saber bien qué sucedía porque no tenían señal para acceder a internet. “Nunca nos desalojaron ni dijeron nada las autoridades del metro”, dice. Recién sobre las 22.40 les abrieron las puertas y pudieron retirarse. De solo pensar que se salvó de la tragedia por unos minutos, se le “hace chiquito” el corazón. “Hay mucha gente que no puede decir lo mismo”.
Muchos familiares de los heridos se enteraron por los medios de comunicación. Los teléfonos esparcidos en el lugar de la tragedia sonaron durante horas con hermanos, padres y parejas al otro lado que buscaban saber si sus allegados se encontraban bien. Mario Alberto Santiago esperaba sentado este martes en el piso fuera del ISSSTE de Tláhuac, bajo la línea de sombra que todavía hay al mediodía. Su hermano, Sergio Santiago, de 38 años, volvía en metro a su casa cuando el puente se desplomó en la estación de Olivos. Su esposa lo llamó a su celular durante una hora hasta que atendió un paramédico. El sanitario le informó de que su esposo tenía contusiones, pero estaba consciente. El hombre fue trasladado al hospital Belisario Domínguez y de allí, a las instalaciones donde se encuentra ahora.
Desde las dos y media de la madrugada no sabían nada sobre el estado de Sergio Santiago. Solo los ojos se le veían por encima del cubrebocas y estaban cansados. “No hay respuesta de nadie y nadie se ha parado aquí a dar información”, lamenta. A su alrededor una decena de personas esperaba también noticias sobre el estado de sus familiares. “Había más gente, pero tenían mala información y se fueron”, explica el hombre.
A las 13.00, ha llegado un informe médico, pero ningún sanitario les ha dado más detalles. Su tía, que sostenía el parte, se indignaba: “Está estable, pero delicado. ¿Está bien o no está bien?”. Sergio Santiago se fracturó las costillas, se lastimó el pie izquierdo y tiene problemas en el abdomen, según el comunicado. “No sabemos si lo están atendiendo”, reprocha. La familia de Sergio Santiago quería trasladarlo a un hospital militar, donde trabaja su esposa, por ese motivo y por miedo a que se contagie de la covid-19, ya que en las mismas instalaciones se atiende a pacientes infectados con coronavirus. “No es cuestión de esperar”, dice la tía del hombre ingresado.
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