El misterio de la cancha que fue arruinada
Cuando la liga chilena sufre para programar por falta de estadios, dos partidos importantes debieron ser suspendidos porque —acusan— intencionalmente se dañó el terreno del Santa Laura
¿Quién —en su sano juicio— podría dañar una cancha de fútbol de manera intencional? En medio de la peor crisis de escenarios que ha vivido el fútbol chileno, obligado a suspender dos partidos cuando sólo se juegan tres fechas de la liga, la cancha del Estadio Santa Laura, propiedad de la Unión Española, abrió un debate insólito.
Luis Verdejo, gerente general de Sur Global Chile, empresa que mantiene el terreno de juego en el estadio Santa Laura, fue claro: “Es algo inexplicable. Aún sin tener certeza absoluta, es probable que haya sufrido un daño intencional. Hemos tenido visitas de varios expertos que nos asesoran y nos han dicho lo mismo”. Trabajando aceleradamente para poder contar con su estadio para disputar la fase de grupos de la Copa Sudamericana, los hispanos se preguntan quién querría echar a perder una cancha de fútbol.
Sin el añoso recinto del conjunto hispano, al fútbol chileno le quedan pocas chances para programar adecuadamente. En la capital hay doce equipos profesionales en tres divisiones. Y apenas tres tienen estadio propio: Colo Colo, Universidad Católica (que está reconstruyendo San Carlos) y la Unión Española. El resto depende de recintos municipales que le impiden tener injerencia absoluta en la mantención de la cancha o en la calidad de las luminarias. En el caso del Estadio Nacional y el Bicentenario de La Florida, priman los conciertos y otros compromisos para ponerlos a disposición.
Por eso, y por la incapacidad de controlar a las barras bravas de los clubes más populares, la liga pende de un hilo cada fin de semana para cumplir con el requisito mínimo: tener un terreno para jugar. Los arreglos que se realizan para la disputa del Mundial Sub-20 han sacado de circulación a cuatro recintos en la zona central del país. Y desde el estallido social del 2019 y la pandemia del 2020 se ha hecho costumbre suspender partidos a la más mínima provocación.
A tanto llegó el desorden que los mismos clubes incorporaron en las bases del campeonato la obligatoriedad de que el cuadro organizador disponga de un recinto. De no hacerlo, recibirá multas económicas y la derrota automática en el pleito que debió suspenderse por 3 a 0. Un reglamento que ha sido infringido en tres oportunidades esta temporada, sin que a nadie le preocupe saltarse las normas que propusieron, aprobaron y firmaron.
La itinerancia de los clubes ha llegado a extremos ridículos. El primer partido oficial de la temporada —la Supercopa— no tuvo escenario para disputarse y está postergado hasta nuevo aviso. La visita de Shakira —que suspendió sus conciertos en Santiago por razones técnicas atribuidas al terreno del Estadio Nacional— puso en alerta a las autoridades.
Las múltiples reprogramaciones de la liga eran atribuidas permanentemente a las autoridades políticas y policiales por las drásticas medidas de seguridad y limitaciones de horario y aforo. Pero este año es más evidente la responsabilidad de los clubes organizadores, incapaces de planificar o encontrar soluciones a los problemas. Desde la Asociación Nacional de Fútbol han querido ver motivaciones políticas y varios presidentes de clubes han culpado a la permisología, pero cada vez es más clara la responsabilidad de las propias instituciones.
Lo que nadie puedo sospechar ni prever es la acusación de que una cancha —la más utilizada en Santiago— fuera víctima de “una acción intencional” para inhabilitarla. Vaya uno a saber con qué oscuros propósitos.