Martina Yopo, socióloga: “En Chile no están las condiciones sociales ni estructurales para tener y criar hijos”

La académica de la U. Católica ha investigado las transformaciones en maternidad, fertilidad y natalidad en un país cuya tasa global de fecundidad está ubicándose entre las más bajas del planeta

Martina Yopo en la Universidad Católica de Chile, en Santiago, el 21 de eneroCristobal Venegas

No es demógrafa, médica, matrona ni historiadora, pero Martina Yopo (Santiago de Chile, 38 años) se ha nutrido de distintos saberes disciplinares, partiendo por el suyo propio, para abordar cuestiones acuciantes en su país y en el mundo: natalidad, maternidad, fertilidad.

Articulada, erudita y afable, esta académica del Instituto de Sociología de la Universidad Católica y doctora por la U. de Cambridge –con una tesis sobre la transición a la maternidad que la llevó a entrevistar a cuatro generaciones de chilenas– se ha dedicado a escrutar fenómenos cuya histórica naturalidad parece hoy reemplazada por un sentido de urgencia.

Pregunta. En 2024, hubo en Corea del Sur menos habitantes de 1 año que de 84, mientras China, si bien tuvo más nacimientos que en 2023, lleva tres años consecutivos de caída poblacional. ¿Cómo insertaría ahí el caso chileno?

Respuesta. Las estadísticas muestran que la tasa global de fecundidad [TGF, el número promedio de hijos que tiene una mujer durante su vida fértil], viene descendiendo aceleradamente en los países desarrollados desde las décadas de los 50 y los 60. Hoy, América Latina es la región donde esta tasa ha descendido de manera más acelerada, y dentro de América Latina, Chile ha sido el país que ha tenido el descenso más acelerado, con una TGF de 1,17 hijos por mujer. Ahora, estas son estimaciones para 2021 según el censo de 2017, pero las predicciones internacionales sugieren que para 2024 la tasa sería de 0,88 hijos por mujer, una de las más bajas del mundo.

P. ¿Qué factores que están empujando esta transformación?

R. Las interpretaciones más comunes apuntan a cambios en los roles y las responsabilidades de género: el hecho de que hoy las mujeres se desempeñen de manera mucho más activa en la educación superior, el mercado laboral y el espacio público, así como la prevalencia mucho más alta de métodos anticonceptivos, también en hombres (en Chile, por ejemplo, las vasectomías han aumentado un 887% en la última década). Sin embargo, las transformaciones que tienen que ver con cambios culturales en torno a la autonomía son importantes, pero no suficientes para explicar la baja natalidad.

La tesis que vengo desarrollando es la de una “infertilidad estructural”: en Chile no están las condiciones sociales ni estructurales para que las personas puedan tener y criar hijos. Hoy, las mujeres son mucho más conscientes de las desigualdades género y tienen menos tolerancia a formar familia en contextos de profundas asimetrías. También, tienen mayor conciencia de cómo el mercado laboral y la educación superior las penaliza por tener hijos, por lo cual muchas están retrasando la maternidad para evitar, precisamente, esas penalizaciones. Pero hay muchos otros factores, como el aumento en el costo de la vida.

P. “Está caro del kilo de guagua [bebé]”, como dice esa expresión que usted misma ocupa.

R. Claro. Y hay otros aspectos, como la pobreza de tiempo: hoy, las personas sienten que les faltan horas del día. Y en un contexto en que se requiere pasar cada vez más tiempo –y tiempo de calidad– con los hijos, el no tenerlo, el vivir acelerados, es otra de las razones por las cuales las personas no están teniendo hijos. Otro factor tiene que ver con la intensificación de la parentalidad cuando las normas y expectativas en torno a la crianza y el cuidado de los hijos son cada vez más exigentes. Hoy, ser una buena madre, un buen padre, son prácticas que requieren cada vez más tiempo, recursos y energía.

Otro tema, muy incipiente, es que hay un contexto social crecientemente hostil hacia los niños. La tendencia global de los dinks [parejas sin hijos y con dos ingresos] los está volviendo un target muy importante para el mercado, y eso va emparejado con la aparición de lugares donde no se permiten niños, lo que también incide en las intenciones y en las prácticas reproductivas.

Martina Yopo.Cristobal Venegas

P. ¿Hay en Chile circunstancias específicas que agudicen el declive de la natalidad?

R. Se da una convergencia única en la que todos los factores se han agudizado. Por ejemplo, Chile es uno de los países que tiene jornadas laborales más largas, sin olvidar las desigualdades de género. Asimismo, se ha producido una transformación muy radical de una generación a otra, no solamente en las aspiraciones de vida de las mujeres, sino también en la importancia de la autonomía económica como garantía de un desarrollo personal satisfactorio y como prevención contra la violencia y la vulneración de derechos.

P. Si no se cumple con tasa de reemplazo, el futuro se ve complicado. ¿Qué rol le cabe al Estado?

R. En un marco de justicia reproductiva, es importante pensar la autonomía reproductiva no sólo como el derecho a no tener hijos o a interrumpir un embarazo, sino también a tenerlos y criarlos en ambientes seguros y sostenibles. Ahí, el rol del Estado no es obligar o incentivar, sino generar las condiciones sociales que hagan posibles esas decisiones. Y ahí aparece otro tema muy importante: la infertilidad.

Una de las consecuencias de la postergación de la maternidad es que, cuando las mujeres quieren ser madres a edades más avanzadas, no pueden hacerlo fisiológicamente sin asistencia, y por algo en Chile está creciendo la prevalencia de la infertilidad como enfermedad, así como el uso de tecnologías de reproducción asistida. Esto último es algo que hoy en Chile existe, pero de modo muy limitado: por ejemplo, Fonasa [el Fondo Nacional de Salud] garantiza un ciclo de fertilización in vitro, pero sólo uno, y muchas veces se necesitan al menos dos o tres para lograr un embarazo.

P. Si hemos sido por cientos de miles de años una especie exitosa es, entre otras cosas, por un mandato reproductivo que damos por sentado, ¿no?

R. Por mucho tiempo, la reproducción fue algo absolutamente naturalizado. Hoy, dadas las transformaciones posibilitadas por la tecnología, pero también por un conjunto de cambios culturales, esa naturalización ya no corre. Ahí hay distintos intereses que a veces cuesta conciliar, porque si bien a nivel de la sociedad en su conjunto, del Estado, puede ser muy beneficioso que nazcan más niños, a veces las personas a nivel individual no quieren hacerlo, y eso genera una tensión entre el bien público y el interés individual. Es muy importante enfrentarse a esos debates y dilemas con una perspectiva de derechos humanos y de autonomía reproductiva.

P. La propia subsistencia de la especie, ¿no tendría preeminencia frente a bienes como la autonomía reproductiva, que es bastante nueva en la escala histórica?

R. Insisto en la idea de la desnaturalización y la politización de la reproducción. Para mi tesis doctoral entrevisté a cuatro generaciones de mujeres, y cuando les preguntaba a las de 80 años cómo decidieron ser madres, me respondían, “¿decidir qué?”. Para ellas, esto era una función fisiológica que no habían cuestionado, pero ahora empezaban a hacerlo. Ese tipo de cuestionamientos tiene consecuencias individuales y sociales que son muy ambivalentes.

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