¿Hacia una edad de hielo del socialismo chileno?

El problema es que el PS es un partido chico que se comporta como un partido grande, con gran indiferencia por lo que bien podría ser su propia edad de hielo

Voluntarios electorales cuentan votos, durante las elecciones regionales y de alcalde en Santiago, Chile.Esteban Felix (AP)

Las últimas elecciones municipales y regionales chilenas del 26 y 27 de octubre arrojaron un mediocre resultado para el Socialismo Democrático (una coalición de facto formada por los partidos —Socialista, por la Democracia, Radical y Liberal— en diferenciación con el Frente Amplio y el Partido Comunista): se impone con cierta holgura al interior de la izquierda a nivel de concejales (18,8%) y alcaldes, pero todas las izquierdas son ampliamente derrotadas en todos los niveles de elección por las derechas (tradicional y republicanos). En cuanto al resto de las izquierdas, el resultado es paupérrimo (especialmente para el Partido Comunista).

Sin embargo, hay una enorme e inquietante paradoja en el resultado del PS. Este es el partido eje desde que el Gobierno del presidente Gabriel Boric produjera un profundo cambio de Gabinete tras la debacle en el plebiscito por una nueva Constitución de izquierdas en septiembre de 2022 (la peor derrota electoral de la historia de todas las izquierdas, no tanto por el resultado como por lo que se encontraba en juego). A nivel de concejales (la variable más política de todas, ya que allí se juega el valor de marca del partido en todo el país), el Partido Socialista retrocede desde el 8,6% de los votos en 2021 (con voto voluntario) hasta un 6,1% en 2024 (con voto obligatorio y una expansión del electorado votante de más de cuatro millones de personas). Allí donde reside la paradoja es que el PS, pese a todo, se las arregla para elegir más alcaldes que antes: si en 2021 eligió a 22, esta vez ganó en 33 oportunidades. Esta envidiable electividad socialista es engañosa, ya que se alcanza a punta de negociaciones, en la más completa indiferencia por la potencia electoral del partido en un nivel más desagregado, que es el de los concejales.

Para ser más preciso, la racionalidad que impera en el PS conjuga un modo de selección de candidatos a partir de clivajes internos que le entregan vida a las distintas facciones socialistas, en un tiempo en el que no se observan diferencias ideológicas entre ellas (solo batallas de caudillos). Lo original en este esquema es que los apparatchiks socialistas (los negociadores del partido, generalmente hombres de aparato) maximizan la lógica de selección interna de los candidatos (en donde los independientes ocupan un lugar protagónico) en una sintonía cada vez menos fina con la sociedad. Esta falta de sintonía es precisamente lo que se observa a nivel de concejales y, sobre todo, en las elecciones primarias de alcaldes que tuvieron lugar en junio de 2024: si el PS ganó 11 de estas primarias, en la elección real de fines de octubre solo dos de estos triunfadores lograron confirmar su victoria, debido a una lejanía considerable con el votante medio.

Todo indica que esta forma de enfrentar la selección de candidatos llegó a su límite lógico: no es razonable seguir apostando a la capacidad negociadora de los apparatchiks para mantener o levemente aumentar su representación, a sabiendas que el PS se está debilitando.

Lo anterior bien podría traducirse en una edad de hielo del socialismo chileno: se puede sobrevivir en una era con un potencial importante de extinción, sin evolucionar. Pues bien, este escenario polar bien podría ser lo que aguarda al PS de cara a las próximas elecciones de diputados y senadores. En los próximos días, no pocos socialistas renunciarán a sus cargos para competir en las próximas elecciones legislativas, y muchos otros se abstendrán de hacerlo: el denominador común es que se enfrentará la competencia sin un plan colectivo, sin una estrategia de valoración de la marca y de sus candidatos a través de una evaluación racional de las capacidades y habilidades individuales. Dicho de otro modo, la única forma de evitar la amenaza de una edad de hielo consiste en elaborar una estrategia colectiva que a menudo entrará en colisión con los intereses de corto plazo de los caciques socialistas. C’est la vie, pero no hay otra alternativa.

Forcemos un poco más la paradoja. En algún sentido, los socialistas son víctimas de su propio éxito. Desde 1990, el PS ha aportado cuadros con alta capacidad política y de gestión parlamentaria (especialmente a nivel de senadores como José Antonio Viera Gallo, Carlos Ominami, Ricardo Núñez y Jaime Gazmuri, todos ellos retirados y a gran distancia de quienes han sido sus sucesores), lo que se ha reflejado últimamente en un protagonismo socialista para conducir áreas estratégicas del gobierno del presidente Boric. El problema es que el PS es un partido chico que se comporta como un partido grande, con gran indiferencia por lo que bien podría ser su propia edad de hielo. Este es el verdadero dilema del PS, al que deberán aportar una respuesta los otros partidos que se inscriben en el perímetro de Socialismo Democrático. Esa respuesta es, en primer lugar, organizacional: no veo otra alternativa que transitar de una vez por todas a una forma de partido federal en el que converjan distintas fuerzas, tradiciones culturales e identidades que seguirán cultivando sus orgullosos orígenes, sumándose a ellos independientes que se identifican con el Socialismo Democrático —como el alcalde de Renca Claudio Castro— y que se han mostrado interesados en participar de una estructura federativa amplia y flexible. Solo a partir de entonces será posible y eficiente incursionar en una forma superior de renovación del socialismo: por el momento, este ejercicio renovador será un momento intelectual, sin un mañana evidente.

Desde hace más de 15 años que se habla de una Federación Socialista sin ningún éxito: el principal obstáculo es el propio PS, no por falta de voluntad de sus dirigentes sino por la inercia de su identidad y gloriosa historia. Ante la amenaza de un encogimiento por enfriamiento natural en el contexto de una edad de hielo, ha llegado el momento de tomar conciencia del momento que estamos viviendo, el que exige algo de audacia y mucho realismo. Solo de esta manera se podrá seguir incursionando por la vía de la transformación de la realidad mediante reformas, cuya profundidad supone tener peso específico y conciencia de la estrategia de cambio social. Si Lenin no se equivocaba al criticar al ultra-izquierdismo por ser una forma nefasta de acción política (“un paso adelante, dos pasos atrás”), es el momento de invertir la fórmula y hacer de ella virtud: “dos pasos adelante, uno hacia atrás”, lo que supone tener claridad de propósito y conciencia de que, a pesar de las derrotas, se sigue avanzando hacia una forma más cooperativa y justa de sociedad.



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