El estallido social chileno: un enigma
Hay cinco preguntas que aun esperan respuesta para que el estallido social deje de ser un pesado ‘enigma’, de esos en los que predomina el misterio, la ignorancia y la mala fe de la interpretación
Chile se acerca a pasos agigantados al quinto aniversario del estallido social, un fenómeno cataclísmico que sacudió a todo un país durante varias semanas. Por estos días, los seminarios abundan para reflexionar sobre tamaña acción colectiva, un acontecimiento único en la historia de Chile que no admite comparaciones debido a su masividad, radicalidad y a las luchas por definir el evento que hasta el día de hoy continúan. En esas luchas por la redefinición del acontecimiento han jugado un papel relevante los intelectuales públicos, especialmente de la izquierda extra-institucional y no partidaria, quienes se arrogan para sí mismos la calidad de intelectuales ante el resto: ‘académicos’ productores de conocimiento en los límites de la academia, sin ninguna posibilidad de imaginar lo que pudo haber sido el estallido social, en lo que pudo haber derivado. Es esa libertad de la que gozan los ‘intelectuales’ lo que les permitió ensayar interpretaciones, no pocas veces delirantes, en rechazo abierto a cualquier tipo de dato, estadístico, histórico o archivístico: es esta libertad sin límites lo que les permitió ‘ver’, imaginación mediante, un fenómeno portador de significados que se originan en la historia larga de Chile, al punto que su naturaleza volcánica hizo las veces de catalizador de todos los males de una sociedad chilena señorial, post-colonial, patriarcal, racista y desigual. Qué duda cabe: todas estas cosas describen, en efecto, a la sociedad chilena de hoy y de ayer, también la del futuro corto. Pero hacer del estallido social un acontecimiento en el que converge más o menos todo y de todo (por ejemplo, en los trabajos de Rodrigo Karmy y Nelly Richard, y últimamente en columnas rabiosas de Javier Agüero), criticando a quienes los critican por sobre-interpretar y callar una vez que la restauración conservadora tuvo lugar, no ayuda en nada para dilucidar lo que ocurrió en alguna parte del mes de octubre de 2019.
El estallido social constituye un verdadero enigma, y es en esa calidad que hay que considerarlo, a partir del método objetivante de las ciencias sociales: ese método está lejos de agotar lo que fue ese acontecimiento y, contrariamente a lo que dicen estos intelectuales ‘públicos’ en oposición a la ‘academia’, tiene mucho que aprender de las intuiciones de un ensayismo que desconoce sus propios límites.
Hay cinco preguntas que aun esperan respuesta para que el estallido social deje de ser un pesado ‘enigma’, de esos en los que predomina el misterio, la ignorancia y la mala fe de la interpretación.
La primera pregunta es ¿cómo nombrar este enorme acontecimiento, el que efectivamente es –en esto Javier Agüero tiene completa razón– la expresión de la acción colectiva más importante de toda la historia de Chile? A estas alturas, el término de estallido social se ha vuelto el modo dominante de nombrar el acontecimiento. Y con razón: su naturaleza volcánica lo justifica plenamente. Lo que se olvida es que habían muchos otros términos disponibles: asonada, levantamiento, motín o revuelta, todos ellos orientados a capturar un fragmento de la realidad a partir de la intención de subsumir lo esencial de lo que estaba ocurriendo o de lo que ocurrió. En tal sentido, todos estos términos, por definición dominados, terminaron siendo desplazados, lo que nos habla de categorías eventualmente interesantes pero social, política e intelectualmente marginales (la noción de “revuelta” de Nelly Richard es elocuente, por lo que se quiso decir a través de ella, pero es también dramática por su nula recepción más allá del cenáculo de ‘intelectuales’ que la siguen). La pregunta de investigación es: ¿cómo pudo llegar a imponerse como categoría legítima y dominante el estallido social? Es probable que el origen del vocablo se arraigue en el propio acontecimiento y en quienes participaban de él: la historia social resolverá esta primera pregunta.
La segunda pregunta es ¿cuándo comenzó el estallido social? La respuesta casi automática imputa a los estudiantes secundarios el origen del estallido, mediante evasiones masivas del metro de Santiago. Sin embargo, gracias a mediciones provenientes del Centro COES que fueron publicadas en el capítulo 2 de un libro recién publicado por Palgrave, sabemos que los primeros actores que fueron registrados por el observatorio de conflictos de este Centro fueron los “vecinos” pocos días antes del 18 de octubre, lo que nos habla de un origen completamente descentralizado del estallido social. Este hallazgo es relevante ya que se origina en observaciones diarias de eventos contenciosos por tres medios escritos nacionales y 15 regionales, las que son ordenadas en 80 variables. Es solo después que irrumpen los estudiantes secundarios como actor protagónico. Dicho de otro modo, la respuesta de cuando se inicia el estallido social se responde empíricamente.
La tercera pregunta es igualmente difícil: ¿cuándo terminó el estallido social? Las métricas de COES señalan que la frecuencia de eventos contenciosos declina a partir del acuerdo de la casi totalidad de los partidos políticos del 15 de noviembre de 2019, pero no se extingue. Esto es sumamente relevante ya que se quiso creer que el acuerdo de los partidos en su calidad de solución institucional encauzaba la protesta, lo que no se condice totalmente con los datos de COES. La declinación de las protestas post-acuerdo es un hecho bien establecido, pero no significa que estas hayan entrado en una fase de extinción: si bien el periodo de vacaciones opera como vector natural de debilitamiento de todo tipo de acción colectiva, ya en el mes de marzo se apreciaba una tendencia a la reactivación que, de no mediar la pandemia, no sabemos qué podría haber ocurrido.
La cuarta pregunta es si el estallido fue espontáneo, premeditado u organizado, lo que supone que algún tipo de conspiración pudo haber estado presente en su génesis. Se trata de una pregunta legítima que admite respuestas delirantes: sostener, como buena parte de la derecha política e intelectual más ideologizada lo hace, que en el origen del estallido social hubo un plan no solo es delirante, sino que no se condice con los datos disponibles tanto por COES como en la esfera pública. Esto no quiere decir que el estallido social haya sido pura espontaneidad, si por espontaneidad se entiende que centenares de miles de personas hayan protestado en el modo de electrones libres, al mismo tiempo y por las mismas razones. Lo que la literatura especializada enseña es que las personas, al protestar, lo hacen apelando a la infraestructura social que se encuentra disponible para ellas: el vecindario, el grupo de amigos, eventualmente los colegas de trabajo. Es posible pensar en personas que, por las razones que fueren, decidieron protestar por cuenta propia, individualmente, sin conexión con otros. Esto puede ocurrir, pero sabemos que las redes sociales cumplieron un importante papel de coordinación en tiempo real, así como las infraestructuras sociales.
La última pregunta se refiere a lo que fue el estallido. Esta es una pregunta de respuesta abierta, ya que estamos presenciando luchas por redefinir el acontecimiento: una expresión de esas luchas es la queja de los ‘intelectuales’ por haber sido impugnados por lo que ellos pudieron ver y definir lo que pudo haber sido el estallido social. Pero estas luchas por redefinir el significado se aprecian (esto es una novedad) en dos documentales, Oasis y Revolución rechazada: si en el primero se ‘ve’ al estallido (y a la convención constitucional) como un acontecimiento en el que se aglomeran malestares y rabias (especialmente por la contaminación en zonas de sacrificio), en el segundo se ‘muestra’ explícitamente el estallido como un evento de destrucción (“Entre otros aspectos, se busca analizar minuciosamente algunos hitos de este largo y destructivo proceso que no han terminado de ser aquilatados a 5 años de los violentos acontecimientos”).
Las luchas continúan.