La república de los electores libres
Ningún tecnicismo podrá eludir la pregunta por las razones de fondo que se encuentran involucradas en el progresivo auge de los candidatos independientes
Hace dos días atrás, el Servicio Electoral (SERVEL) de Chile en su calidad de órgano regulador de las elecciones, dio a conocer la nómina de los candidatos aceptados y rechazados para los próximos comicios locales de octubre próximo: gobernadores regionales, consejeros regionales, alcaldes y concejales. Una vez más, la relevancia numérica de los candidatos independientes fuera de pacto (es decir sin ser inscritos por un partido) se transformó en el centro de la noticia: si para las elecciones locales de 2012 hubo 261 candidatos de este tipo para todos los niveles de la elección, en 2016 fueron 316, y en 2021 566 aspirantes, alcanzando en 2024 el sorprendente guarismo de ¡706!
No es primera vez que abordo en las páginas de EL PAÍS el fenómeno de los independientes: me focalicé en este grupo en una columna del 10 de junio de 2024 (Los independientes y sus enemigos). Para el 2024, el volumen de independientes puros o fuera de pacto es impresionante: el dato se vuelve impactante cuando sumamos los candidatos independientes que fueron inscritos por los partidos para competir en estos comicios, transformando a los candidatos que militan en partidos en una oferta minoritaria, camino a ser excéntrica.
Todos estos datos nos hablan del pésimo momento por el cual pasa el sistema de partidos no solo chileno, sino de muchos países tanto de la región como de países del norte desarrollado.
Es cierto que hay elementos locales que participan de la explicación: inscribirse como candidato independiente fuera de pacto se ha transformado casi en un trámite, y de los simples. Si el número de firmas (patrocinios) que hay que reunir en Chile es sumamente bajo (tan solo el 0,5% de los electores que hayan sufragado en la elección popular más reciente en la comuna, provincia o región según corresponda, lo que nos remite a la elección para la Cámara de Diputados de 2021, en las que poco más de la mitad del electorado participó), su consecución se facilitó gracias a la clave única y la inutilidad de pasar por un notario, a lo que se suma el incentivo perverso del financiamiento público de las campañas. Dicho de otro modo, las barreras de entrada han declinado dramáticamente, a lo que contribuye el funcionamiento en modo burbuja de la esfera política con mayor difusión para los ciudadanos comunes y corrientes: el Congreso y la creciente conducta efectista de quienes forman parte de sus dos cámaras.
Lo anterior contrasta con la pasión ideológica que los políticos profesionales imprimen a la actividad en el campo, especialmente parlamentario. Cuando se habla de polarización de la política, es a este tipo de cosas en las que hay que pensar, y no en un pueblo al que poco y nada le dicen las ideologías e ismos, como tampoco el eje derecha/izquierda (cuya adhesión sigue siendo mayoritaria, pero a lo largo de un proceso histórico declinante). No puede ser motivo de sorpresa si a esta polarización ideológica de los partidos le sigue una pasión por las luchas en las que se encuentran en juego las identidades de los partidos (especialmente los más antiguos), como el Partido Socialista, el Partido Comunista (suicidándose por Maduro), Renovación Nacional y la Unión Demócrata Independiente: es tal la intensidad de las luchas ideológicas entre partidos que nadie repara que apenas alcanzan el 1% de la confianza según la última encuesta bicentenario de la Universidad Católica.
El contraste es total con el auge de los independientes, incluso entre las filas de los partidos: si los partidos de la derecha tradicional chilena históricamente han seleccionado a candidatos no militantes (sin ir más lejos, Jorge Alessandri fue presidente de la República en esa calidad entre 1958 y 1964), ese modo de constitución de las ofertas se transformó en una práctica generalizada.
Es cierto: el fenómeno es especialmente notorio en elecciones locales, especialmente en comunas de tamaño mediano y pequeño, preferentemente rurales. También es cierto que las barreras de entrada se elevarán una vez concluidas las elecciones parlamentarias de 2025, por el mero efecto mecánico del retorno del voto obligatorio y el consiguiente aumento del número de patrocinios exigidos.
Sin embargo, ningún tecnicismo podrá eludir la pregunta por las razones de fondo que se encuentran involucradas en este progresivo auge de los independientes y lo que mucho se parece a un desplome subjetivo de lo que un partido político quiere decir. Nadie se pregunta seriamente qué ocurrirá si los partidos se transforman solamente en marcas cuyos representantes contienen más a independientes que a militantes. Peor aun: ¿en qué podría consistir una república de electores libres, de independientes puros cuya principal característica es la independencia, a menudo en clave anti-partido? Nada bueno saldrá de este inquietante proceso histórico.
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