Paolo Bortolameolli, el domador de la música
El director de orquesta chileno regresa a su país en la cima de su carrera, tras su nutrida experiencia en la Filarmónica de Los Ángeles donde fue la mano derecha del maestro venezolano Dudamel
El enrojecido rostro de Paolo Bortolameolli hace muecas, enseña los dientes apretados y frunce el ceño. Pasa de alzar los brazos con la tensión y lentitud de quien intenta levantar un peso muerto a moverlos a tal velocidad que parecen desaparecer en el aire. Da la impresión de estar luchando contra algo o alguien. Pero su mirada no está clavada en un rival, sino en un centenar de instrumentistas. Toda su fuerza la concentra en una pequeña y poderosa batuta. Con ella, dirige a violi...
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El enrojecido rostro de Paolo Bortolameolli hace muecas, enseña los dientes apretados y frunce el ceño. Pasa de alzar los brazos con la tensión y lentitud de quien intenta levantar un peso muerto a moverlos a tal velocidad que parecen desaparecer en el aire. Da la impresión de estar luchando contra algo o alguien. Pero su mirada no está clavada en un rival, sino en un centenar de instrumentistas. Toda su fuerza la concentra en una pequeña y poderosa batuta. Con ella, dirige a violinistas, trompetistas y flautistas de la Orquesta Sinfónica Nacional, que hacen resonar la Quinta Sinfonía de Tchaikovsky en los distintos rincones del Teatro de la Universidad de Chile, en el centro de Santiago. Exhausto, Bortolameolli finaliza el ensayo dejándose caer en la silla que da la espalda a centenares de butacas vacías. “Y eso que hoy no tomé café”, comenta entre risas por la intensidad del ejercicio, aunque luego recuerda haber bebido un expreso doble.
“Lo que hace uno es mantener la energía a tope todo el tiempo”, sostiene el pasado miércoles el director, ya más calmado –aunque nunca del todo, debido a su temperamento energético–, en su camerino. “El director de orquesta literalmente es la única persona que no toca ni una sola nota. Por lo tanto, la función principal es inspirar. Si tú no inspiras desde el liderazgo, entonces la orquesta no va a dar lo mejor. (...) Si tienes un ensayo electrizante, donde la gente está dándolo todo y esperando que llegue el concierto, entonces lo lograste. Lograste hacer que todos estén tocando en el borde de la silla, sintiendo lo mismo que cuando tenían 15 años y dijeron ‘yo quiero ser músico’”. Esa visión es la que Bortolameolli (41 años, Viña del Mar) arrastra cada vez que camina hasta la mitad del escenario y sube al pódium desde que dirigió por primera vez a la Orquesta Sinfónica Nacional a los 14 años. Sí, 14.
Desde que era un niño, Paolo Bortolameolli soñaba con dirigir una orquesta. Pero no era un sueño infantil, como querer volar o ser invisible. Para él, era totalmente plausible y la única opción que había sobre la mesa. Gracias a la afición por la música de su abuelo y de su padre, se la pasaba escuchando óperas en el Teatro Municipal y repertorios novedosos en la Sinfónica. Cuando adolescente, siendo estudiante de piano en el conservatorio, se inscribió en un programa llamado El niño director, cuyo premio era dirigir a la Orquesta Sinfónica Nacional por unos minutos. Lo ganó. Y lo disfrutó. Pero cuando acabó el evento de carácter lúdico y familiar, se acercó al director David del Pino y le dijo: “Ya, esto es fantástico, pero yo de verdad quiero ser director de orquesta”.
Ese niño, convertido en hombre, dirigió el pasado fin de semana a la Orquesta Sinfónica Nacional en dos conciertos. “El 40 o 60% de estos músicos son caras que yo tengo absolutamente asociadas a esos años de formación, y los otros, que son músicos jóvenes, los conozco porque hemos ido como que creciendo juntos, desde la Orquesta Sinfónica de la Nacional Juvenil o porque tocan de repente de extra en la Filarmónica”, relata con una humildad poco propia de quien lleva los últimos meses recorriendo medio planeta como director principal invitado. Esta es su nueva realidad después de haber renunciado al puesto de director asociado de la Filarmónica de Los Ángeles, donde fue la mano derecha del maestro venezolano Gustavo Dudamel.
Bortolameolli dejó en mayo del año pasado la Filarmónica de Los Ángeles para “volar solo”. “Los Ángeles fue como mi último gran momento formativo. Esos seis años fueron una cápsula de aceleración extraordinaria porque estás trabajando con una de las orquestas más importantes del mundo, que tiene como una visión de liderazgo, que además tiene a algunos de los rockstar mundiales como Gustavo Dudamel. Entonces claro, se maximizó. También me abrió una carrera internacional por el nivel de exposición”, comenta entusiasta sobre una decisión que, si bien fue dolorosa, estuvo impulsada por la mejor de las razones para un director: lo invitaban tanto a dirigir a orquestas por el mundo que ya no tenía el tiempo que requería su antiguo puesto.
Dice que regresa a su país muchísimo más empoderado. “Por primera vez, sintiendo que estoy aplicando todo lo que he podido aprender, sabiendo, por supuesto, que esto es un eterno aprendizaje y crecimiento”. Por temas familiares, está radicado en Santiago, donde no solo está su familia, sino también un vínculo con sus raíces que siempre ha cuidado. Es el principal director invitado de la Filarmónica y director titular de la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil (”un mundo distinto que me importa tanto como el profesional, porque para mí el tema formativo siempre ha sido crucial”).
Su sueño, ahora, es montar la ambiciosa creación del director Leonard Bernstein, Mass, por primera vez en Chile. Y por lo que ha demostrado hasta ahora, cuando Bortolameolli tiene un sueño, lo más probable es que se cumpla.
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