Luis Pizarro, el médico chileno de las enfermedades olvidadas: “Con cambio climático y migración, estos males van a estar más presentes”
El director de la organización Medicamentos para Enfermedades Desatendidas, que ha recibido el Premio Princesa de Asturias, alerta sobre la necesidad de trabajar en conjunto para combatir el avance de estos trastornos
Cuenta el doctor chileno Luis Pizarro (50 años, Santiago, Chile) que en la República Democrática del Congo, los pacientes prefieren tomar pastillas negras antes que blancas. Sienten que serán más eficaces para sus dolencias y confían más en sus poderes curativos. Es un aprendizaje que para los médicos encargados de diseñar medicamentos para los países de África, es clave para lograr que las personas tomen las dosis necesarias y así recuperarse de los diversos males tropicales que los acechan. Pero es una información que solo se obtiene trabajando y dialogando con los pacientes en su territorio...
Cuenta el doctor chileno Luis Pizarro (50 años, Santiago, Chile) que en la República Democrática del Congo, los pacientes prefieren tomar pastillas negras antes que blancas. Sienten que serán más eficaces para sus dolencias y confían más en sus poderes curativos. Es un aprendizaje que para los médicos encargados de diseñar medicamentos para los países de África, es clave para lograr que las personas tomen las dosis necesarias y así recuperarse de los diversos males tropicales que los acechan. Pero es una información que solo se obtiene trabajando y dialogando con los pacientes en su territorio y que difícilmente se podría conseguir solo desde un laboratorio europeo, aunque contaran con los mejores científicos del mundo.
Son esos conocimientos los que Pizarro, médico nacido en Chile, formado en Francia y master en Ciencias Políticas del Instituto de Estudios Políticos de París, ha ido recolectando en su vida profesional ligada a la salud humanitaria. Una trayectoria que desde hace poco más de un año lo ubicó como director de la Iniciativa Medicamentos para Enfermedades Olvidadas (DNDI) por sus siglas en inglés, la organización que la semana pasada obtuvo el Premio Princesa de Asturias por Cooperación Internacional.
Pizarro fue uno de los tres galardonados que dio un discurso ante los reyes de España la noche de la premiación en la ciudad de Oviedo. Antes que él, fue la actriz Meryl Streep quien se paró en el podio para entregar su alocución. El chileno estaba nervioso –cuenta en una videollamada desde Ginebra–, pero su charla centrada en las personas a las que DNDI les ha salvado la vida y en aquellos que no han corrido la misma suerte, conmovió a los presentes.
DNDI nació hace 20 años cuando la organización Médicos sin Fronteras decidió utilizar los recursos obtenidos por el Nobel de la Paz para financiar investigación científica y encontrar tratamientos para una serie de enfermedades tropicales en las que la industria farmacéutica no le parece rentable invertir. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), una de cada cinco personas en el mundo padecen estos males, cerca de 1.600 millones, pero la gran mayoría se encuentran en lugares pobres de África, Asia y América Latina, donde los recursos apenas alcanzan. “La única razón por la que las personas a las que servimos se ven privadas de los frutos de la innovación médica es que nacieron en el lugar equivocado”, señaló Luis Pizarro al cerrar su discurso en la ceremonia del premio Princesa de Asturias.
En sus 20 años de trabajo DNDI ha desarrollado tratamientos para unas 12 enfermedades, entre ellas, la malaria; la leishmaniasis, un parásito que destroza los órganos internos; la enfermedad del sueño, que afecta el sistema nervioso central; la ceguera de los ríos, que provoca afecciones cutáneas desfigurantes y discapacidad visual; el chagas, que si no es tratado a tiempo provoca insuficiencia cardíaca; y otros males como hepatitis C, cuyo tratamiento desarrollado por la industria farmacéutica es tan caro que los científicos de DNDI se vieron obligados a encontrar una cura más económica.
El tratamiento para el sida en niños ha sido también uno de los grandes logros de esa organización. Luis cuenta a EL PAÍS que una de las experiencias que más me le ha impactado desde que llegó a la DNDI, fue cuando una madre en Congo le agradeció por el nuevo medicamento para tratar el VIH de su hijo: un polvo con gusto a fresa. “Los niños que nacen de mamás infectadas con el VIH en Chile, Estados Unidos o Europa, no van a desarrollarlo, porque las mamás toman la triterapia y no contaminan a los niños. Pero en África todavía siguen naciendo miles de niños cada año con VIH y el problema era que el medicamento era una pastilla muy amarga, entonces un niño que tenía que toda su vida tomar ese remedio, al final no lo hacía”, relata el médico. “Me acuerdo una mamá que me dijo: ‘Usted me salvó con esto, me cambió la vida, porque yo todos los días tenía que obligar a mi hijo a tomarse una pastilla que la vomitaba y lloraba, y hoy puedo darle una que le gusta”, cuenta emocionado Luis.
Los precios de investigación y desarrollo de DNDI son también más económicos que los de la industria farmacéutica. El doctor explica que hoy un laboratorio privado invierte entre 1.000 y 1.500 millones de dólares para desarrollar un medicamento, mientras que, por ejemplo, para dar con el tratamiento de la enfermedad del sueño, DNDI invirtió entre 300 y 400 millones de dólares. “No solo está la idea de mostrar que se puede desarrollar medicamentos sin necesariamente constituir un mercado lucrativo, sino que también se puede hacer de manera mucho más económica, eficiente, como lo hemos demostrado”, dice el médico.
Hoy la organización tiene un presupuesto de unos 70 millones de dólares al año para hacer todo este trabajo, de los cuales entre el 90% y el 92% se invierten solo en investigación. El resto es lo que usan “para hacer funcionar la máquina”. El financiamiento de esta ONG proviene en un tercio de fondos públicos de países como Reino Unido, Alemania, Suiza, Francia, Noruega, la Unión Europea y el Instituto de Investigación y Salud de Estados Unidos, y privados. Por ejemplo, la Fundación Gates (del fundador de Microsoft, Bill Gates) apoya especialmente la enfermedad del sueño y la ceguera de los ríos, junto con otras filantropías que también apoyan diferentes males. Y está también Médicos sin Fronteras que continúa entregando su apoyo a la organización.
Pero las enfermedades tropicales se están empezando a esparcir por el resto del mundo. Es una realidad que DNDI y otras organizaciones ligadas a la salud vienen documentando desde hace años. “No son solo los países pobres y las personas pobres las que hoy día sufren de estas enfermedades. El cambio climático y los movimientos de población, que es lo que tenemos en Chile también, hacen que estos males van a estar cada vez más presentes en todo el mundo”, alerta el médico. Pone como ejemplo el chagas, una enfermedad que se transmite por la picada de la vinchuca, que está presente en varios países de Latinoamérica y que en Chile ha ido avanzando desde el norte hacia el sur. Es una enfermedad olvidada –el mismo Luis, proveniente de Ovalle, dice que antes de irse del país jamás la había escuchado–, pero que se puede demorar de 10 a 15 años antes de mostrar los primeros signos: dilatación del corazón o del intestino. “La gente llega por constipación crónica, no se saben bien, y a nadie se le ocurre hacerles un test de chagas. Algunos, lamentablemente, llegan muy tarde y se mueren de un infarto, porque el corazón termina por explotar. En España, lo dije en el discurso, esta va a ser la primera causa de trasplante cardíaco en los años que vienen”, advierte.
La colaboración es clave para combatir estas enfermedades, dice el médico. Y pone como ejemplo lo sucedido con la Covid, donde fue posible desarrollar tratamientos en tiempo récord. “Hoy todos los instrumentos están ahí, hace falta que nos movamos para poder hacerlo y se puede”, dice.
Pero más allá de la muerte, que es el indicador que demuestra qué tan grave puede resultar uno de estos males, otro de los temas que le preocupan a Pizarro es el impacto social que provocan. “Lo que me chocó mucho es el hecho que medíamos las enfermedades por la mortalidad, si te mata o no te mata, para medir la gravedad. Pero detrás de eso está el impacto que tienen en las sociedades estas enfermedades”, dice. Y ejemplifica: “El peso que tiene la leishmaniasis cutánea, que deja heridas de por vida, cuando eres una niña de cinco o 10 años y estás con la cara desfigurada y vas al colegio, se burlan de ti, te cuesta tener trabajo, ese impacto social de las enfermedades en las personas es muy fuerte también”, dice.
Es una realidad que el doctor ha podido observar en sus casi 30 años de carrera y que vio de cerca en los dos años que vivió en Niger a los 30 años, cuando trabajaba en la ONG Solthis, para apoyar el acceso a los tratamientos contra el sida. “Me di cuenta que uno es súper pretensioso al principio, porque piensa que como blanco, que estudió medicina en Francia, te las sabes todas. Pero mientras más fue pasando el tiempo más decía ‘en verdad no entiendo nada de lo que está ocurriendo acá'. Detrás de la parte técnica, hay una parte humana, social, política, que es muy específica para cada país. Y ahí aprendí a ser humilde y a decir: ‘Yo sé cosas, ustedes saben cosas, veamos cómo resolver este tema”, cuenta.
Ese conocimiento lo ha acompañado en toda su carrera, desde cuando lideró Solthis desde París, y luego cuando trabajó en la OMS desde Ginebra, ciudad en la que está radicado hoy. Ahora su próximo desafío es alcanzar la meta de DNDI de lograr tratamiento para 25 enfermedades en sus primeros 25 años y eliminar de una vez del planeta algunos de estos males. “Hay dos cosas que me gustaría en los años que voy a pasar en DNDI. Eliminar la enfermedad del sueño y el dengue, porque es increíble que no exista un remedio contra el dengue y que esté todo focalizado en la vacuna. Me la voy a jugar por eso”, dice el premiado doctor antes de colgar la videollamada desde su casa en Ginebra.