La tercera vía de Boric

Con el presidente de Chile bien podríamos estar ante el nacimiento de un camino, esta vez desde América Latina, entre la socialdemocracia tradicional y la izquierda de talante identitario

Gabriel Boric después de su discurso de este jueves en Valparaíso (Chile).Cristian Soto Quiroz

La solemne Cuenta Pública ante el Congreso Nacional, después de un año y meses de mandato, tuvo algo de inauguración. Ya cómodo en su papel, perfectamente en control de lo que decía, y ahora plenamente consciente de las limitaciones de un cargo en que se depositan tantas ansiedades y esperanzas, Gabriel Boric pronunció un discurso que el decano chileno de los estudios de opinión, Roberto Méndez, calificó de “colosal”: por su contenido, su oratoria… y su extensión (duró 3 horas y media).

Se requiere tener en cuenta el contexto. El Presidente y las fuerzas que le acompañan venían de dos d...

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La solemne Cuenta Pública ante el Congreso Nacional, después de un año y meses de mandato, tuvo algo de inauguración. Ya cómodo en su papel, perfectamente en control de lo que decía, y ahora plenamente consciente de las limitaciones de un cargo en que se depositan tantas ansiedades y esperanzas, Gabriel Boric pronunció un discurso que el decano chileno de los estudios de opinión, Roberto Méndez, calificó de “colosal”: por su contenido, su oratoria… y su extensión (duró 3 horas y media).

Se requiere tener en cuenta el contexto. El Presidente y las fuerzas que le acompañan venían de dos derrotas consecutivas de gran calado. Para la izquierda en el poder, el rechazo a la propuesta de la Convención Constitucional en septiembre pasado, seguida por el triunfo de la derecha radical en la elección de los encargado de aprobar un nuevo proyecto, fue algo así como la caída del muro de Berlín para la izquierda clásica. Su forma de ver el mundo, así como sus banderas culturales y políticas de fuerte corte identitario, fueron rechazadas tajantemente por el electorado. Esto parecía condenarles a la suerte del pragmatismo y la gestión, que como se sabe son altamente veleidosos. Ante tal panorama, Boric decidió usar su cuenta anual para dotar de una nueva narrativa a su Gobierno y a las fuerzas políticas que lo pusieron en La Moneda. A la luz de los efusivos aplausos de sus adherentes y de la inocultable perplejidad de sus opositores, parece haberlo logrado.

La nueva narrativa se expresó tanto en la sustancia como en la actitud. Boric fue singularmente honesto, revelando con ello una aproximación a la política diferente a la convencional. De entrada dijo que las dificultades encontradas al asumir, más la obsolescencia del Estado para ofrecer seguridad y atender las urgencias de la población, le habían obligado a cambiar sus prioridades —más no a sus principios, agregó—. Se fustigó a sí mismo por no haber sido más firme en su llamado a la pasada Convención de allanarse al diálogo y buscar convenir un texto unificador, y de paso pidió aprender de la experiencia y evitar una Constitución partisana.

Pero el quiebre más radical fue con la visión antagonística de Carl Schmitt y sus seguidores, según la cual la distinción entre amigo y enemigo sería el eje de la política. Su cuenta estuvo en las antípodas de ese paradigma, que fuera tan propio de la nueva izquierda tanto en España como en Chile. Fue un discurso conciliador antes que confrontacional, unificador antes que divisivo, inclusivo antes que competitivo.

Boric se presentó a sí mismo como otro eslabón de una cadena histórica (la patria, la llamó, que a pesar de accidentes y rupturas posee una misteriosa continuidad). Al hablar de los logros de su Gobierno, por ejemplo, mencionó una y otra vez a sus antecesores, incluyendo a Sebastián Piñera, y reconoció reiteradamente el aporte de los parlamentarios de oposición. Hizo alusión, con una insistencia sin precedentes, a la colaboración de las Fuerzas Armadas y de Orden en los más diversos dominios. Realizó fervientes llamados al diálogo, a la cooperación y a la actuación conjunta frente a la delincuencia, la elevación de las pensiones, la reforma tributaria y el crecimiento económico, apelando tanto al mundo político como a la sociedad civil. De ahí que, si hubiese que usar un calificativo, su alocución fue más continuista que refundacional.

Boric fue tajante a la hora de señalar las líneas morales que para el son sagradas: derechos humanos, democracia, racismo, misoginia, homofobia. Pero al hacer el balance de los logros del Gobierno e indicar sus metas, el foco estuvo en las urgencias de la gente real (seguridad, costo de la vida, salud, vivienda, etc.), y no en los llamados temas culturales que dominaron la Convención Constitucional. En otras palabras, Boric tomó distancia del ideario posmaterialista de la izquierda identitaria para adoptar una agenda ultramaterialista, plagada de medidas concretas que responden a demandas de grupos específicos de la población. De hecho, fue su esfuerzo por describir esta multifacética agenda en sus últimos detalles lo que hizo tan extenso su discurso.

Algunos han creído ver en lo anterior la renuncia de Boric a la nueva izquierda, de donde viene, y su inclinación hacia el alma socialdemócrata que forma parte de su Gobierno a través del Partido Socialista, el Partido Radical y el PPD. Creo que es una lectura equivocada.

A diferencia de la socialdemocracia tradicional, el discurso de Boric no reclama su validez en una comprensión total y definitiva del mundo. Su aproximación es más parcial, tentativa y adaptativa, lo que es propio de una generación que posee una mayor conciencia de los límites del conocimiento y de los estragos a los que puede conducir la acción humana.

El programa clásicamente socialdemócrata apuntaba la reforma de la estructuras, en especial en sus dimensiones económicas y productivas. En Boric esto está ausente. Lo relevante son pequeños giros, empujones o mordiscos (bit-size) que resuelven problemas y crean o empoderan actores, como es el caso —por ejemplo— del sistema de cuidado respecto a las mujeres, o la asociación público-privada respecto al litio. De aquí brota otra diferencia fundamental. Para la vieja socialdemocracia el cambio nace desde arriba, y su agente clave es el Estado. Boric es lo opuesto: confía más en el cambio desde abajo, y mira al Estado como a un agente mediocre por su burocracia, inflexibilidad y lentitud. Esto explica sus reiterados guiños de complicidad con las organizaciones de la sociedad civil, incluida la empresa, a lo largo de su cuenta.

El discurso de Boric, en suma, parece haber buscado hacer una síntesis de las dos almas —como se las ha llamado— que conforman su Gobierno: la de Apruebo Dignidad, de comunistas y nueva izquierda, y la socialdemócrata. Pero su intento podría alcanzar proyecciones más amplias si contara con el adecuado soporte intelectual.

En los años noventa del pasado siglo, bajo el liderazgo de Blair en Europa y Lagos en Chile, y la inspiración de académicos de la talla de Anthony Giddens, se intentó una tercera vía entre el capitalismo liberal y socialismo estatista. Con Boric bien podríamos estar ante el nacimiento de una nueva tercera vía, esta vez desde América Latina, entre la socialdemocracia tradicional y la izquierda de talante identitario.


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