Una tormenta perfecta

Razones de cambio constitucional para votar por candidatos simplemente no existen. De no mediar la obligatoriedad del voto, el abstencionismo alcanzaría niveles de terror.

Papeletas dentro de una de las urnas en el colegio electoral instalado en el Estadio Nacional, en Santiago.sofia yanjari

El tortuoso proceso de cambio constitucional chileno está llegando a su climax: el próximo 7 de mayo, el pueblo de Chile elegirá a 50 consejeros constitucionales, cuyo mandato consitirá en redactar -en un puñado de meses- una nueva Constitución a partir de un proyecto de texto elaborado por un comité d...

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El tortuoso proceso de cambio constitucional chileno está llegando a su climax: el próximo 7 de mayo, el pueblo de Chile elegirá a 50 consejeros constitucionales, cuyo mandato consitirá en redactar -en un puñado de meses- una nueva Constitución a partir de un proyecto de texto elaborado por un comité de 24 expertos. Espacio para inventos no hay, y tampoco para innovaciones institucionales: el desdibujamiento de las coordenadas políticas de siempre es tal que el resultado debiese moverse entre el minimalismo y algo mejor que el inmovilismo, considerando el control que los partidos con representación parlamentaria ejercen sobre el proceso.

Esta elección tendrá lugar en medio de una tormenta perfecta. Esta tormenta está engendrando un hecho político total que emula al “hecho social total” de Mauss: un conjunto de dimensiones de la realidad que se aglomeran en torno a un tipo de acción (el don en Mauss) o evento (una elección que no pertenece a la familia de la política normal en Chile). Si en el hecho social total convergen fenómenos sociales, económicos y religiosos, en el hecho político total se acumulan razones políticas, sociales, económicas, culturales y de coyuntura (a lo que se suma una gran confusión y pérdida del sentido de los límites) que prefiguran un estado del mundo que será muy diferente al actual.

Así de serio lo que se está incubando.

La elección del 7 de mayo próximo tendrá lugar en medio de una gran amalgama política, en la que izquierdas y derechas tradicionales se encuentran espejeadas por desafiantes: mientras socialistas y comunistas seguirán rivalizando con una nueva izquierda que, en la literatura especializada, es “populista” (el Frente Amplio), los partidos de derecha clásica (Renovación Nacional y la Unión Demócrata Independiente) se encuentran seriamente desafiados por “Republicanos” (una expresión política de derecha dura, una “nueva derecha radical”). Se suma a este desafío contra el establishment la irrupción de un nuevo partido, cuya naturaleza pegajosamente inocua se aprecia hasta en su nombre: el Partido de la Gente, un apodo extraordinario por su simpleza y un electorado potencialmente universal. Este simultáneo desafío se traduce en un endurecimiento de causas que afectan las identidades de unos y otros, pero también en formas de amalgama en donde la oferta deja de ser la misma dada la profunda crisis de seguridad pública que el país enfrenta, coronada por una gran crisis migratoria en el norte de Chile que ha terminado por involucrar a tres países (al punto de ver en esta tragedia de migrantes provenientes sobre todo de Venezuela un problema regional, sino continental). Hoy por hoy, la militarización de la frontera chileno-peruana, así como el rol que cumplen los militares en el sur del país para enfrentar la belicosidad mapuche, no permiten establecer diferencias nítidas entre izquierdas y derechas.

Prueba de esta amalgama que es tan propia de coyunturas críticas la protagonizan dos ex presidentes, ambos de centro-izquierda. Por una parte, el ex presidente Ricardo Lagos (2000-2006) sintió la necesidad de entregar su apoyo público a quien fuese un fiel colaborador,

Jaime Ravinet (ministro de defensa en su administración), pasando por alto el hecho que Ravinet es hoy candidato a consejero constitucional en un cupo…de derecha moderada (EVOPOLI), damnificando a la presidenta de su propio partido, también ella candidata. Si bien el propio ex presidente salió posteriormente a apoyar a la presidenta de su partido, el daño ya estaba hecho. No muy distinta es la situación de la ex presidenta Michelle Bachelet (2006-2010 y 2014-2018), quien grabó un video a favor de la candidata democratacristiana Carmen Frei (hija del ex presidente Eduardo Frei Montalva), en desmedro del candidato socialista Sadi Melo…de su propio partido.

Si ya todo esto nos habla de una gran amalgama, en donde todo vale, la confusión es mayúscula cuando se observa la totalidad de la campaña electoral. En tal sentido, no hay mejor observatorio global que la propaganda televisiva gratuita que el Estado garantiza. Al mirarla, la confusión es imponente. Candidatos y partidos de derechas e izquierdas, nuevas o populistas, tradicionales o emergentes, justifican sus candidaturas por razones que son absolutamente ajenas al proceso de cambio constitucional. Unos y otros alegan razones de seguridad pública para votar por sus candidatos, así como proliferan los símbolos patrios para ganar adhesión, marcando una diferencia con el anterior proceso fallido, en el que se multiplicaron los símbolos identitarios referidos a minorías. El resultado es evidente: razones de cambio constitucional para votar por candidatos simplemente no existen. De no mediar la obligatoriedad del voto, el abstencionismo alcanzaría niveles de terror.

Impresiona la alegre contribución a la confusión y a la amalgama que dos ex presidentes hacen. Casi se podría decir que tanto Lagos como Bachelet no perciben la importancia de lo que se encuentra en juego, permitiéndose hacer lo que se les pasa por la cabeza sin ninguna conciencia sobre los efectos colectivos. No es extraño: la amalgama responde a una coyuntura de franca despolitización que incluso ex presidentes pueden permitirse, en la más absoluta inconciencia, franqueando barreras y desafiando el sentido común que hace rato dejó de ser el más común de los sentidos.

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