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Cazadores de infieles: “La industria del desamor es muy rentable”

Micrófonos y GPS secretos, clonaciones de celulares y detectives. La tecnología sofistica el rastreo de mentiras en la pareja

Camila sale de su oficina riéndose con unas compañeras de trabajo. Mira varias veces el celular y responde una llamada que parece estar esperando. Sonríe coqueta. Pide a sus colegas que la esperen antes de buscar un bar. 90 segundos después, Ricardo, en la otra punta de Bogotá, ya tiene en su celular el video de su novia charlando por teléfono, grabado con disimulo entre dos motos. “¿Está hablando con usted?”, le pregunta Juan Carlos Vela, detective privado y director de la empresa Agencia Nacional de Investigacionas (ANI). “No, conmigo no es. Me dijo que iba a salir mucho más tarde... ¿A quién sonríe así?”, responde el novio molesto. “No se estrese, ahorita le digo si veo algo raro”, añade el espía.

Vela se sube a la moto de un salto y achina los ojos para asegurarse de que la matrícula corresponde al vehículo rosado de Camila. Esta merodea unos minutos y acaba aparcando frente a un bar. A 30 metros estaciona su sombra, haciendo el mínimo contacto visual con ella, pero sin perderla de vista. El señor de la tienda de enfrente observa la escena con recelo. “Tocó comprar un tinto para que no sospeche nada”, explica. “En un país como Colombia, alguien que vea dos motos sospechosas en su barrio se imagina de todo menos que estamos cazando infieles”, dice divertido.

Solo en la capital colombiana hay unas 60 empresas que pasaron de buscar desaparecidos y localizar “a los que no quieren ser encontrados” en los 90, a destapar infidelidades a diario. “La industria de la infidelidad y el desamor es muy rentable. Es lo que paga mi arriendo y el de mis compañeros, se lo aseguro”, explica Vela. Jorge Izquierdo, detective y gerente de Asesores IP, concuerda. Ambos calculan que casi el 70% de los clientes llaman para confirmar adulterios. “Los seguimos con dron, bicicleta, moto o helicóptero. Si tienen cómo pagarlo, se le hace”, añade Izquierdo. De media, aseguran, cada cliente desembolsa unos 2 millones de pesos, unos 500 dólares.

La señora Rosa (nombre falso, al igual que Camila y Ricardo) gastó 800.000 pesos hace 14 años. Un mes después de contratarlo, el espía confirmó con fotos lo que ya sabía: que su nuera le ponía los cuernos a su hijo y que el bebé que esperaba no era de él. “Una mamá tiene siempre un sexto sentido, pero hay veces que los hijos no quieren ver”, explica por teléfono esta mujer de 69 años. El detective fue, sin embargo, el último recurso después de iniciar ella misma un espionaje amateur que nada envidia a los oficiales.

Seguimientos al apartamento del amante, grabadoras en las mochilas de sus nietos, micrófonos escondidos en esferos (bolígrafos) “comprados en internet”... “Una hace de todo por sus hijos”, reconoce. “Hoy en día una se aterra del libertinaje que hay. Todos se ponen los cachos (cuernos). Y no sólo los jovencitos, también la gente más grande”, lamenta. De acuerdo a los detectives entrevistados, el promedio etario de los solicitantes oscila entre los 35 y los 70 años, y aseguran tajantes que son tan infieles ellos, como ellas.

Para Cristina Giraldo Hurtado, investigadora de la Universidad de Antioquia en temas de pareja e infidelidad, esta paridad es muy diciente. “La emancipación sexual de la mujer y el acceso a la píldora nos otorgó el derecho al disfrute; a la sexualidad sin tener que maternar”. Sin embargo, la psicóloga, que relaciona el arranque de la monogamia con el de la propiedad privada, cuestiona que esta liberación se traduzca en la ruptura de acuerdos de pareja y no en acuerdos nuevos. ”Deberíamos ir abriéndonos a otro tipo de relaciones, pero vamos muy lento aún. Mientras, optamos por la incoherencia. Colombia es un país profundamente infiel, aunque nos agarremos al concepto de familia tradicional“.

Cinco horas después de estacionarse cerca del bar, ya ha oscurecido Bogotá. Vela saca del bolsillo almendras endulzadas para matar el rato. La noche puede ser larga. Ha recibido las fotos de Camila esta misma mañana. Su novio la retrató a escondidas mientras se preparaba para el trabajo: tenis, chaqueta, su rostro en el espejo. Además de estas pistas, el investigador tiene un audio en el que el joven le explica que Camila “siempre llega tarde los martes y los viernes” y que “huele a alcohol” al volver a casa. En esta primera jornada, Vela ha confirmado que bebe cerveza con sus colegas. “La gente piensa que somos como Sherlock Holmes y que es rapidito, pero esto es de paciencia. Yo estoy seguro de que ella va a dar positivo para infiel, como todos a los que espío. Póngale la firma”, zanja.

Las finas líneas de la legalidad

Softwares de control parental para la pareja, micrófonos escondidos, cámaras ocultas o clonaciones de celulares. Las opciones de espionaje volcado a la monogamia son infinitas. Y las líneas legales, muy finas.

La mayoría de los espías son policías o militares retirados que fueron acreditados por la Superintendencia de Vigilancia y Seguridad Privada como personal de seguridad privada. Acogiéndose al limbo jurídico de los investigadores privados o detectives, realizan también asignaciones sobre adulterio. Por eso Vela vende equipos de espionaje, pero no es él quien los coloca. “Es una rueda suelta. Tendrían que regular la profesión como en España, para que no cualquiera pudiera ofrecer estos servicios”, critica.

Sus investigaciones son el hilo del que tiran muchos abogados en casos de divorcios. En Colombia, la figura de cónyugue culpable -como sería una pareja infiel- puede tener consecuencias como la pérdida de derechos sobre bienes, la obligación de compensar o restablecer por la conducta deshonrosa y la responsabilidad de mantener la pensión alimentaria para los hijos.

La reconocida abogada de familia María Eugenia Gómez advierte que las imágenes tomadas por agentes como Vela o Izquierdo nunca serán aceptadas en juicio, pues su obtención es ilícita. “La información de los detectives sirve a los abogados para solicitar al juez pruebas que se puedan obtener legalmente y que no vulneren el derecho a la intimidad”, explica.

“La conversación sobre poliamor no cala en Colombia”

La última tecnología en el sector es la intervención de celulares (todos, menos Iphone). Un celular desbloqueado durante cinco minutos y acceso a wifi es lo único necesario para instalar un software invisible que duplica todo lo que almacena, envía, chatea o elimina el usuario. Todo. Incluso se puede ver y oír desde la cámara y el micrófono del dispositivo en tiempo real. Vela lo muestra desde su pantalla como un niño con juguete nuevo. Abre la aplicación -que vende por 500 dólares- en la cuenta de un ingeniero de minas al que investiga y aprieta un botón.

De pronto se observa la mitad de la pantalla parcialmente cubierta por una tela clara, y se escucha a dos señores reír y contar anécdotas sobre el trabajo. “Ah, lo debe tener en el bolsillo de la camisa”, explica. La gente, dice, no es consciente de lo fácil que es quebrar la barrera de la privacidad.

Para la profesora del Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia, Juliana Acosta López de Mesa, la necesidad de miles de colombianos de asegurarse de que les están siendo infieles va mucho más allá de lo anecdótico. Según la docente, la naturalización del engaño es una huella de una herencia cultural que impide repensar las formas en las que nos vinculamos.

“Es un claro indicio de que no sabemos amar. Vemos al otro como una posesión y no pensamos en que las relaciones son para el crecimiento mutuo”, cuenta. Aunque la conversación sobre las opciones en las relaciones (abiertas, poliamorosas, triajes) son cada vez más comunes, la profesora lamenta que este debate “no cale en Colombia”. “La cultura, atravesada por lógicas capitalistas y de dominios de poder, como pueden ser el reggaeton o el vallenato, nos han enseñado a ver al otro como nuestro. Que la gente necesite un detective es el reflejo de la lógica capitalista del amor”, reflexiona.

El celular de Vela no para de sonar. “Hola, mucho gusto. Necesito que espíe al esposo de mi prima… // Buenas tardes, don Juan Carlos. ¿Podría seguir al aeropuerto al marido de una amiga? // Estimado, soy yo otra vez. Le voy a pedir unas horitas más para vigilar a mi esposa, creo que sigue en las mismas”. Los números sin guardar se le amontonan. “Siempre son ‘para una prima”, ironiza el detective, “felizmente casado durante más de 40 años”. Sorbe el último trago de café y sonríe cuando le preguntan si cree en el amor. “No, la fidelidad es imposible... La gente se esfuerza más en ponerse ingenioso para que no le pillen, que en cuidar la pareja”.

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