¿Qué esconde el fenómeno de los charlatanes contemporáneos?
Los falsos guías espirituales han existido desde siempre, pero antes surgían en la periferia; ahora su presencia es más común y se ha normalizado
En 2003 Elizabeth Holmes, con 19 años, fundó Theranos, una empresa que aseguraba haber desarrollado la tecnología para detectar, con unas gotas de sangre y una prueba casera, diversas enfermedades. La empresa recaudó 945 millones de dólares de avezados, pero sorprendentemente crédulos inversionistas. Incluso, se supo que Henry Kissinger facilitó el aporte de los Waltons, los Coxes, los Oppenheimers y los DeVoses, cuatro de las familias más ricas de Estados Unidos. Los medios la entronizaron y se convirtió en una reconocida y prometedora empresaria. Cuando fue vicepresidente, Joe Biden visitó l...
En 2003 Elizabeth Holmes, con 19 años, fundó Theranos, una empresa que aseguraba haber desarrollado la tecnología para detectar, con unas gotas de sangre y una prueba casera, diversas enfermedades. La empresa recaudó 945 millones de dólares de avezados, pero sorprendentemente crédulos inversionistas. Incluso, se supo que Henry Kissinger facilitó el aporte de los Waltons, los Coxes, los Oppenheimers y los DeVoses, cuatro de las familias más ricas de Estados Unidos. Los medios la entronizaron y se convirtió en una reconocida y prometedora empresaria. Cuando fue vicepresidente, Joe Biden visitó los supuestos laboratorios de Theranos dijo que era inspirador e increíble lo que Holmes había logrado y que ayudaría a la gente a tener control sobre su propia salud. Sin embargo, en 2015 una investigación demostró que tanta maravilla no era cierta y todo se vino abajo. En 2022 fue condenada a 11 años de prisión por fraude.
En 2010 Adam Neumann fundó WeWork, una empresa de coworking con presencia en más de 120 ciudades. Fue considerada una de las startups más importantes de Estados Unidos y contó con inversionistas como J.P. Morgan Chase & Co, T. Rowe Price, Wellington Management y el multimillonario apoyo del Masayoshi Son (quien desoyó a sus principales asesores sobre la inconveniencia de hacerlo). Durante nueve años los Neumann tuvieron un estilo de vida excéntrico en el que derrocharon millones de dólares a costillas de la empresa y actuaban como líderes de una secta. En 2019, justo antes de salir a cotizar en bolsa se hizo evidente que todo era un espejismo, que el manejo de la empresa era insostenible y la situación financiera era calamitosa. En 2023 WeWork se declaró en bancarrota.
¿Por qué son interesantes estos casos? Porque evidencian, por un lado, la facilidad con la que los charlatanes convierten espejismos en supuestas verdades; y por el otro, la cada vez más frecuente predisposición a dejarnos engañar. Vamos por partes.
Los charlatanes. El historiador Juan Carlos Flórez, en su libro Los que sobran (Ariel, 2021) señala que estas personas sustentan su actuar en especular sobre la credulidad humana, destilar mentiras para hacerlas más eficaces, falsear la opinión para crear una atmósfera manipulable y controlar el sentido de las palabras y la comunicación.
Hay que reconocer que su presencia no es nueva. Los charlatanes han campeado por diversos momentos de la historia. La gran diferencia tal vez está en que antes surgían en la periferia y necesitaban de mucho tiempo para posicionarse y lograr su cometido. Lo impactante de este momento es que su campo de acción se ha diversificado, pues están presentes en diferentes campos de la vida social; que no solo engañan a una masa de ignorantes y excluidos, sino que muchas veces su camino lo inician desde lo más encumbrado de la sociedad; que la gran cantidad de información disponible no es un antídoto contra su verbo, sino que se convierte en una de sus más poderosas herramientas.
Predisposición al engaño. Como lo evidencian los ejemplos mencionados, los charlatanes embaucan aprovechándose de que la plata y la fama nublan la conciencia y capacidad de raciocinio a las personas. Pero una de las principales razones es que occidente lleva décadas dinamitando los valores de la sociedad y ha impulsado que el engaño se convierta en una estrategia consciente de manipulación.
Esto ha llevado a que la verdad pierda valor. A quienes producen la información les importa más la velocidad que la veracidad y la espectacularidad que la profundidad y sustento de los datos. Viven presos de generar novedad y de la fugacidad de lo que producen. Quien consume la información busca reforzar las convicciones particulares que vinculan al individuo con un colectivo que siente, piensa y dice cosas similares a las que él siente, piensa y dice.
Esta actitud cada día es más común y se ha normalizado. Las redes sociales han facilitado este proceso ya que, en nanosegundos, permiten el contacto entre personas con las que se comparten intereses. Así pues, lo que se celebraba como conectividad, es verdaderamente la fragmentación de la sociedad y con ella deviene la trivialización de lo que se piensa y dice. Las palabras, entonces, dejan de ser sustanciales y quedamos a merced de eufemismos, siglas o tecnicismos que distorsionan la realidad.
Tenemos frente a nosotros una avalancha de información, que en lugar de mejorar nuestra comprensión, oscurece la visión, abruma y termina llevándonos por el camino de la búsqueda superficial de la simplicidad, una actitud que facilita la labor del charlatán. A él (o ella) no le interesa la reflexión densa y compleja, y menos en esta era en la que la tecnología y la propaganda juegan un rol fundamental.
Las razones. Me arriesgo a plantear tres. El rechazo a enfrentar la verdad, es una. Cada individuo se concentra en pertenecer y fortalecer los lazos con personas que se parecen o con los que comparte una visión. Con esto, desaparece la posibilidad del disenso, del debate, la pluralidad, o simplemente de aceptar los argumentos del otro.
La incertidumbre sobre el futuro, es otra. Crecimos en un entorno en que se creía que las certezas dominaban la vida. Esa era la función de la religión, la política, la cultura e incluso la economía. Que había unos roles establecidos que marcaban una estructura jerárquica en la que la sociedad funcionaba - más para unos que para otros -. Nada de eso hoy es así. Las instituciones y sus respuestas se agotaron frente a los desafíos que hoy tenemos.
Y la tercera es la evaporación de las certezas. El vacío que deja la falta de certezas abrió la puerta a una exploración infinita de posibles caminos, de nuevas verdades, de variadas interpretaciones; es también un campo fértil para falsos profetas y vendedores de humo que dicen y prometen lo que la gente quiere oir.
Carl Jung, en un seminario que hizo en la primavera de 1937 sostuvo que “Si alguna vez descubrimos una verdad individual, veremos que estamos en conflicto con ella. Nos contradecimos y topamos a cada paso con un obstáculo que creemos que otros han puesto en el camino. (…) Por ello, el que descubre una verdad individual debe descubrir al mismo tiempo que él es el primer enemigo de sí mismo (…).”
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