Entre el miedo y la zozobra: así viven cuatro mujeres víctimas de acoso
Las afectadas han buscado denunciar, pero se han chocado con la burocracia y con el hecho de que acosar no es un delito si no hay violencia física o sexual
Por dos años un hombre desconocido observó por horas la ventana de la habitación de Vita. A Manuela un desconocido le lanzó piedras a su ventana mientras le gritaba que sabía dónde trabajaba y cuál era su apellido. A Carolina, un vecino la encerró en un cuarto y la obligó a ver cómo se masturbaba. A Lauren, un hombre la seguía a cada evento profesional en el que participaba. Las cuatro mujeres no se conocen entre sí, pero todos conocen un mismo miedo: el de tener un acosador. Las cuatro han buscado denunciar y se han estrellado con burocracia y con un hecho que lo dificulta todo: el acoso, cua...
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Por dos años un hombre desconocido observó por horas la ventana de la habitación de Vita. A Manuela un desconocido le lanzó piedras a su ventana mientras le gritaba que sabía dónde trabajaba y cuál era su apellido. A Carolina, un vecino la encerró en un cuarto y la obligó a ver cómo se masturbaba. A Lauren, un hombre la seguía a cada evento profesional en el que participaba. Las cuatro mujeres no se conocen entre sí, pero todos conocen un mismo miedo: el de tener un acosador. Las cuatro han buscado denunciar y se han estrellado con burocracia y con un hecho que lo dificulta todo: el acoso, cuando no media violencia física o sexual, no es un delito. Por eso, las cuatro no han tenido otra opción que armarse de valor y aprender a vivir con unos ojos extraños asediándolas.
No es fácil. Vita Osorio, por ejemplo, comprobó que las mujeres no están seguras en ningún lado. Ni siquiera en su hogar. Para ella, el acoso comenzó cuando un individuo, que se cruzó en la calle en una oportunidad, apareció de pie en frente de su ventanal y empezó a pasar horas allí, sobre todo en madrugada. Osorio lo ignoró, cerró las cortinas. Pero notó que eso no lo detenía. El sujeto seguía ahí, buscando verla en los resquicios de las persianas. Después de grabarlo numerosas veces haciendo lo mismo, alertó a su vecindario, una zona residencial de Medellín, Antioquia. Para su sorpresa, la respuesta es que “Nicolás”, como le dijeron que era su nombre, era famoso por acosar en la zona. Todos parecían saberlo, y todos parecían haberlo naturalizado.
Lauren Flor vive en la misma ciudad. Cuenta que durante un año ha sido víctima del acoso de Pablo Restrepo, un estudiante de la facultad de astronomía en la Universidad de Antioquia, donde ella es docente. Tras las negativas de la académica a responder sus continuas interacciones en redes sociales, Restrepo viró a un hostigamiento digital que pronto saltó de las pantallas. El estudiante empezó a aparecer en los eventos a los que Flor asiste, se ha parado fuera de su oficina por horas y le ha gritado insultos misóginos, que se refieren explícitamente a su papel como mujer en la ciencia.
Como a Vita, el agresor de Manuela Besada la asedió en su propio hogar. Un día cualquiera, un extraño tiró piedras a la ventana y cuando ella atendió, le gritó: “yo soy su amigo Fabián”. Besada aclara que no conocía al sujeto, el que revela datos de su vida personal a los gritos, frente a su casa. Carolina Uribe, en cambio, sí conocía a su acosador, era su vecino y estaban trabajando en su proyecto juntos. El colegaje se transformó en acoso luego de que el hombre se le insinuara sexualmente y ella lo rechazara, a lo que él respondió, como cuenta aterrorizada Uribe, encerrándola para obligarla a verlo masturbarse. Esa primera agresión sexual fue apenas el primer paso de una obsesión que se convirtió en acoso y que ha durado casi una década.
Historias de personas obsesionadas con otras parecen ser cada día más comunes. Si bien algunos casos alcanzan notoriedad, rápidamente pasan al olvido. Pero el problema que persiste y, en algunos casos, escala de la fijación y el hostigamiento, hasta el culmen de la violencia, el asesinato o el feminicidio. Usualmente son hombres obsesionados con mujeres y, sea cual sea el tipo de acoso, psicológico como el de Osorio o sexual como el de Uribe, la mayoría tiene un importante componente de género. La Secretaría de la Mujer de Medellín ha atendido este año a 358 mujeres por denuncias de acoso. 52 de ellas fueron víctimas de violencia sexual.
Para Viviana Rodríguez, abogada que lleva 15 años investigando el acoso, las prácticas que van del acoso callejero al acoso psicológico por redes sociales son tan comunes porque han sido naturalizadas. “La sociedad tiene normalizado que nosotras tengamos que calcular cada paso en nuestra vida para no ser agredidas. Y a la final, todos los tipos de acoso pretenden encerrarnos”, sostiene la experta.
La justicia
Al constante temor que soportan las víctimas de acoso, se le suma el tortuoso proceso de buscar justicia. Si bien las situaciones que han sufrido Manuela, Vita, Lauren y Carolina tienen matices, todas cargan con la misma frustración cuando se refieren a la capacidad del Estado para protegerlas. Las barreras son enormes. No solo a nivel penal, sino en las rutas de atención primarias. Lo que hacen muchas mujeres es llamar a la Policía que suele remitirlas a la Fiscalía o a las líneas o patrullas púrpuras de cada ciudad. Sin embargo, si no hay delito o denuncia formal, la ayuda que reciben las víctimas es mínima.
En el año 2020, la Corte ya había dado luces sobre lo complejo que puede ser alcanzar justicia para las mujeres. En la sentencia T-344, encontró que dos operadores jurídicos no tuvieron un enfoque de género en sus decisiones, e instó al Ministerio de Justicia a incorporarlo en la administración de justicia. Pese a ello, ninguna de las cuatro mujeres entrevistadas encontró esa perspectiva en sus procesos. Por el contrario, encontraron una revictimización constante. Cuando Besada asistió a una Casa de Justicia, por indicación de la línea púrpura, le dijeron que su angustia era “un show”. En la Fiscalía no encontró respuesta: “No es un delito porque no ha tenido suficiente sistematicidad” le dijeron. Vita se estrelló con lo mismo: “Pararse en el espacio público a mirar no es delito”, le respondieron. Para Uribe la historia fue similar. Tras años de asedio, en 2023 se motivó a denunciar ante la Fiscalía, donde le dijeron solo podían avanzar penalmente por el episodio en el que su acosador la obligó a verlo masturbarse. Decidió hacerlo pero, tan solo tras unas semanas, la entidad archivó su denuncia. Con el apoyo de activistas feministas, elevó una queja a la Procuraduría, de la que no ha tenido noticias. “A las mujeres no nos educan para que nos podamos defender de acosadores y abusadores. No nos enseñan las rutas”, expresa en medio de la incertidumbre.
Las denunciantes sienten un desamparo total, que viene desde las normas sobre acoso, según Rodríguez, la experta. Señala que han avanzado lento en el país, y van mucho más atrás que en países como Estados Unidos. “Allí el primer concepto de acoso sexual es más o menos de los años 60 y en Colombia apenas se incorporó en el 2008″, señala. “El delito de acoso es insuficiente, subestimamos mucho los efectos psicológicos. La seguridad está pensada desde los hombres”, agrega.
Muchas veces ni las denuncias son suficientes. Cuando Flor, la profesora, hizo público su caso, la hermana del hombre la contactó. Le reveló que él tiene varias denuncias por violencia intrafamiliar, y que en la Universidad hay otras víctimas de él. Pese a ello, Restrepo lleva 11 años estudiando en el campus.
Las redes sociales
Ante la inoperancia del Estado, muchas mujeres han optado por denunciar en las redes sociales. Un ejemplo es la historia de Rebeca García en el país vecino de Venezuela, que ganó notoriedad en X y volvió a traer el debate a la mesa. En Colombia, hace unos meses, se hizo viral el caso de María Antonia Sanín quien también hizo un escrache, una medida protegida por la Corte Constitucional en la sentencia T-275/21. Relató en X, paso a paso, el suplicio que ha sufrido por casi una década. Pese a la atención que acaparó su denuncia, no ha logrado detener el hostigamiento. En días pasados, volvió a alertar en sus redes que su acosador ha seguido hostigándola, pese a que sobre él recae una orden de alejamiento.
De hecho, las redes sociales son armas de doble filo. Para muchos acosadores son el escenario ideal para mantener el asedio bajo el anonimato, desde incontables cuentas falsas en diferentes plataformas. Uribe recuerda que su agresor, tras unos años de calma, volvió a buscarla en redes como Facebook o Instagram, donde llegó a contar al menos 30 perfiles con los que buscaba contactarla. Restrepo, el agresor de Flor, agudizó su violencia contra ella y sus conocidos a través de sus redes.
Adicional a ello, en las plataformas se refleja cómo concibe la sociedad esta violencia machista. Las opiniones sobre las denuncias oscilan entre el rechazo y las justificaciones que, para Rodríguez, la experta, son un enorme obstáculo para combatir el acoso. “La percepción general es que nada es tan grave como para darle privación de la libertad a una persona. Por eso creo que finalmente es la transformación social lo que nos da pautas. El derecho se queda corto”, asevera. En esa línea se sitúa Besada, quien subraya la ausencia de políticas de prevención.
Osorio coincide y se enfoca en la urgencia de trabajar en una transformación cultual para enviar la idea patriarcal que culpabiliza a las mujeres por la violencia que sufren. También apunta a que hacen falta redes apoyo que permitan a las víctimas menos solas ante la falta de protección estatal. En su caso, sus amigos la acompañan que cuando “Nicolás” aparece en su vecindario, y le han ayudado a difundir el caso. No obstante, sabe que no todas las víctimas cuentan con ese respaldo. “Yo nunca había sentido la necesidad de una red de apoyo, hasta ahora”, reflexiona. Ni Manuela, ni Vita, ni Lauren piden cárcel para sus acosadores. Solo garantías para vivir sin zozobra.
Las víctimas han logrado que les asignen medidas de seguridad en cabeza de la policía, que ha tenido la tarea de visitarlas y recorrer las zonas del acoso cada cierto tiempo. Denuncian que no se ha cumplido, que son ellas quienes se han visto obligadas a cambiar sus rutinas para evitar cualquier riesgo. Cuando sale de su casa, Osorio le comparte la ubicación a su mejor amigo y afirma que la última vez que “Nicolás” se plantó frente a su casa fue hace dos meses. Sabe que volverá. “Eso es lo que él suele hacer desde hace dos años: aparece un tiempo muy insistentemente, y cuando estoy con los nervios destrozados desaparece”, dice desesperanzada. “Igual sé que la Fiscalía no va a hacer nada”, concluye.
En los casos de Flor y Uribe sus acosadores no se han detenido; por el contrario, sus agresiones se agudizan. Al cierre de esta nota, Flor le hizo llegar a este periódico una nueva amenaza por parte de Restrepo, quien le envío un mensaje a su WhatsApp personal, en el que le manifestó que ya sabe donde vive. La profesora tuvo que dejar de dar clases presenciales y terminará el semestre en modo virtual. Esa fue la solución de las directivas de la universidad. Besada durmió temporalmente en otra casa, y busca mudarse. Osorio puso en alerta a su vecindario. Uribe, espera ansiosa una respuesta de alguna entidad. Las cuatro claman por justicia, se niegan a que el silencio y el miedo siga siendo su única alternativa. Ni una más, repiten.
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