El Petro más combativo llama a la acción en un momento crucial de su mandato
El presidente de Colombia mantiene el tono duro y frontal contra los opositores a su Presidencia y pide a sus ministros apartarse del camino si “tienen miedo”
En Casa de Nariño, la residencia presidencial, se vive una sensación de urgencia: toca actuar ya. El presidente tiene el pálpito ―y así se lo hace saber a todo el mundo― de que se ha perdido un tiempo precioso en buscar un gobierno de concentración para contentar a todo el mundo. En realidad, piensa él, eso solo servía para paralizar sus políticas y maniatar el proyecto de izquierda que trae en la cabeza. Le invade el sentimiento de que quienes le recomendaban negociar con el centro y la derecha querían frenarle, ponerle un tope. En algunos casos siente que se trataron de voces bienintencionad...
En Casa de Nariño, la residencia presidencial, se vive una sensación de urgencia: toca actuar ya. El presidente tiene el pálpito ―y así se lo hace saber a todo el mundo― de que se ha perdido un tiempo precioso en buscar un gobierno de concentración para contentar a todo el mundo. En realidad, piensa él, eso solo servía para paralizar sus políticas y maniatar el proyecto de izquierda que trae en la cabeza. Le invade el sentimiento de que quienes le recomendaban negociar con el centro y la derecha querían frenarle, ponerle un tope. En algunos casos siente que se trataron de voces bienintencionadas, en otros que directamente fueron ejercicios de deslealtad: en el corazón de su Gobierno anidaba el adversario. Este 1 de mayo, un día que Petro esperaba como revancha a la manifestación que sus contradictores le montaron con notable éxito hace 10 días, el presidente mostró su lado más combativo: les pidió a sus ministras y ministros que, si tienen “miedo” de esta fuerza arrolladora que quiere desplegar a partir de ahora, den un paso al costado. “Dejen que otro lo pueda hacer”, dijo.
Petro intenta mantener el discurso de que su periodo no es uno de transición como lo fue el de su predecesor, Iván Duque, sino que supone un antes y un después. “La historia de Colombia ha cambiado definitivamente y no tiene reversa”, insistió subido a la tarima en la Plaza de Bolívar, el corazón de Bogotá. A continuación hizo alusión a los que considera sus enemigos, algunos identificados y visibles, y otros más en las sombras y a los que suele nombrar en genérico: “No les gusta para nada que no me llame Pastrana, que no me llame Ospina, que no me llame Lleras, que no me llame Santos. Pero es que yo no pertenezco a esa oligarquía colombiana. No pertenezco a esa pseudo-aristocracia ignorante vestida de esclavistas que hoy no conocen la realidad del mundo, que se han separado de la realidad. Se sembró en sus cerebros que el país no ha cambiado, pensando que el país se tiene que quedar tal como está, pensando que los trabajadores y las trabajadoras se pueden conducir a latigazo limpio como los rebaños de esclavistas de antes”.
Entonces recurrió a un fantasma que le ha acompañado desde que entró en política: la posibilidad de ser asesinado a manos de sus adversarios, como le ocurrió a Salvador Allende, como le ocurrió a Jorge Eliécer Gaitán y, estirando las comparaciones, hasta al Che Guevara. “Allá hay unos que se han organizado y quieren tumbar el presidente y quieren matar al presidente”, añadió. Al acabar, revisó su teléfono y encontró algunos mensajes en Line, la aplicación por la que se comunica, de gente cercana felicitándole por el discurso.
Después del magnicidio, la referencia al golpe: “Si van a intentar un golpe, enfrentarán al pueblo en las calles. Quiero ser claro. Quiero que este mensaje se difunda, esté yo o no. Si intentan un golpe contra la voluntad popular, tal como hicieron el 19 de abril de 1970 [la celebración de unas elecciones en las que fue derrotado el exdictador Gustavo Rojas Pinilla, en teoría de forma fraudulenta], el pueblo en las calles recuperará la democracia y la voluntad popular”.
Petro, llegando casi a la mitad de su mandato, se ha enfrascado en proyectos complicados como la reforma del sistema sanitario, frenada por la resistencia del Congreso. Esa negativa no le ha detenido y ha comenzado una restructuración desde dentro que puede cambiar la estructura del sistema. Sin embargo, ha conseguido unidad para llevar a cabo la reforma pensional. Con eso, el discurso de que el Congreso es un ente obstructor cerrado a cualquier acuerdo se desvanece. Esa es la ruta que socios como el senador Iván Cepeda le han pedido que explore y que regrese al gran acuerdo nacional que ponga los cimientos de la Colombia de las próximas décadas.
Pero no parece el camino real de Petro. Es verdad que este miércoles hizo alguna referencia al acuerdo nacional, pero sin demasiado entusiasmo, solo para ligarlo a la Asamblea Constituyente de la que lleva hablando hace un mes, pero de la que no se conocen más detalles. Por el camino, atacó a Álvaro Uribe, su enemigo de antaño con el que parecía haber firmado un armisticio al llegar al poder. Uribe, empantanado en un proceso judicial que le puede llevar a la cárcel, tampoco tenía la fuerza moral para comandar la oposición.
“Poder constituyente no es una frase lanzada por ahí al calor de un discurso allá en Cali. Es una propuesta para la historia. El poder constituyente no es para ver si me reeligen, como dice Uribe. Yo no soy como Uribe. No soy adicto al poder. Los adictos al poder terminan matando. Y el poder, lo que hay es que entregárselo a la gente. El poder en manos de la gente es la democracia real y yo lo que quiero es una democracia real en Colombia”, señaló poco antes de acabar. El mensaje ha sido claro: ha llegado el momento de empujar el cambio, de superar los obstáculos. Hasta ahora, muchos de ellos ―reales o imaginarios― han provocado que el Gobierno camine a un ritmo lento. Petro quiere que esa máquina eche a andar, cuanto antes.
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