Petro y la democracia

El presidente piensa que él abandera un proceso de cambio social sin precedentes en Colombia, una idea estimulada por mitos fundacionales históricamente débiles

El presidente Gustavo Petro, en Bogotá, Colombia.Fernando Vergara (AP)

A Petro hay que tomárselo en serio, y en esto la opinión pública comete un error cuando indica que Petro “sabe” que no podrá aprobar en el Congreso una ley de convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente. Por supuesto que lo sabe. Pero es que no es eso lo que está diciendo: no es lo que primero dijo en Cali y no es tampoco lo que aclaró en su entrevista en El Tiempo. Una lectura rápida del propio movimiento que lo...

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A Petro hay que tomárselo en serio, y en esto la opinión pública comete un error cuando indica que Petro “sabe” que no podrá aprobar en el Congreso una ley de convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente. Por supuesto que lo sabe. Pero es que no es eso lo que está diciendo: no es lo que primero dijo en Cali y no es tampoco lo que aclaró en su entrevista en El Tiempo. Una lectura rápida del propio movimiento que lo respalda –el pastor Saade, Bolívar, algunos influencers especialmente fieles– también señalaba otro cauce. Lo que Petro está proponiendo es un proceso constituyente extraconstitucional.

Los procesos constituyentes extraconstitucionales son aquellos que no se sujetan a reglas constitucionales previas para su conducción. Ejemplos son el proceso que dio origen a la Revolución Francesa, la elaboración de la Constitución de los Estados Unidos y, según algunos seguidores de Petro, la propia Constitución de 1991.

La Constituyente de 1991 no fue extraconstitucional. Requirió dos decretos de contenido legislativo del presidente de la República, dos sentencias favorables de la Corte Suprema de Justicia, un concepto favorable del entonces Registrador Nacional y tres elecciones.

Petro está sugiriendo que unos comités populares, de no se sabe quiénes ni cuándo y cómo, sean aceptados como el poder constituyente, algo así como si la oposición llenara unos salones comunales y dijera que el poder constituyente ha decidido cesar a Petro. Ninguna reunión del pueblo es el poder constituyente. Vamos por partes.

¿Qué es el pueblo?

El pueblo somos los cincuenta y dos millones de colombianos. Ni uno menos.

¿Qué es el poder constituyente?

El poder constituyente es la parte del pueblo autorizada para reformar la Constitución, o sea el pueblo cuando vota un referendo o cuando es representado por una Asamblea Nacional Constituyente.

¿Qué es un comité popular, un cabildo o una Plaza de Bolívar a rebosar?

Es una parte –muy pequeña, además– del pueblo, que por lo mismo no está autorizada para reformar la Constitución, pues, si se permitiera, ello excluiría a la mayoría del pueblo.

Todo este embrollo se desprende, además, de varias lecturas equivocadas del propio Petro.

Sobre el cambio

Petro piensa que él abandera un proceso de cambio social sin precedentes en Colombia.

Esta idea es estimulada por mitos fundacionales históricamente débiles, como que el suyo es el primer gobierno de izquierda. Petro no es el primer presidente de izquierda en Colombia y a Petro, más bien, lo eligió la pandemia, no su destreza política, aunque sea mucha; tampoco lo eligió un cambio social en ciernes: lo eligió la pandemia, de la misma manera que la pandemia eligió al partido que representaba a la oposición en casi todo el continente. Sin la pandemia, Petro jamás hubiera sido presidente.

El “Paro Nacional”, rebautizado por la propia izquierda como “Estallido social” —la izquierda importó este término de Chile; “lawfare”, otro concepto que también ya utiliza para designar las decisiones judiciales adversas, viene del kirchnerismo en Argentina—, fue interpretado como un cambio social de grandes proporciones antes que como el grito de protesta de un pueblo consumido por la pandemia y el encierro, atizado por Petro y enardecido por la represión policial y el gobierno ingrávido de Duque.

Ahora Petro tiene que hacer algo con esa historia que no existe, y lo único es crearla. A Petro se le ve descolocado cada vez que su propia narrativa del cambio se le rompe, como en los discursos del balcón, en los que los oyentes son sus propios funcionarios, y en sus marchas de funcionarios y sindicatos. Lo asalta la tristeza, como en El traje nuevo del emperador.

Sobre el pueblo

Petro tiene también dificultes para reconocer la fragmentación del pueblo y el sistema de legitimidad plural que es característico de los sistemas democráticos. El pueblo no elige al presidente para que haga todo lo que él quiera. Eso sería otro sistema. El pueblo lo elige para que, junto con otros actores que también elige, e incluso otros que no elige, adopte las grandes decisiones, como las leyes, las reformas constitucionales y las políticas públicas.

El pueblo decidió que el mandato para hacer las leyes fuera cumplido por un grupo de actores: el Legislativo que las discute y las aprueba, el Ejecutivo que las presenta y las defiende, y la Corte Constitucional que decide si son contrarias o no a la Constitución. El pueblo eligió al Congreso que legítimamente decide no aprobar las reformas de Petro. El Congreso popularmente elegido nombra a buena parte de las autoridades que controlan a Petro. El pueblo instauró en la Constitución la libertad de expresión que autoriza a las múltiples voces a mostrar su desacuerdo con el gobierno. El pueblo votó por la Constituyente y apoya después de treinta años la Constitución. No solo eso. El M-19 fue uno de los partidos que presidió y que más ganó en la Constituyente.

Sobre la oposición

Petro tiene problemas para reconocer legitimidad en el espectro político. Todo lo que está a su derecha, es reconducido por él como “extrema” derecha, cuando no “fascismo”. La oferta política se reduce a la izquierda democrática y el fascismo.

Como Trump, Petro tiene el hábito de repetir los mensajes políticos cuando ve que calan. El más poderoso es la dicotomía vida versus muerte. Como nada es peor que la muerte, Petro puede ser corrupto, ineficiente y populista y, aun así, será preferible a sus rivales, que son todas estas cosas, pero además “asesinos”. Esta criminalización de la oposición es uno de sus rasgos antidemocráticos más notorios.

Sobre su popularidad

Usualmente este tipo de procesos es impulsado por presidentes populares. Lo inusual es que Petro no es popular. Lo extravagante de todo esto es que el pueblo no está con Petro. Tampoco son los políticos sus enemigos; Petro tiene un enemigo más poderoso: el “soberano”, como él le llama: es el pueblo quien no lo respalda.

Petro acusa a los políticos; lo que pasa es que los políticos huelen la sangre. Se comienza a ver que el Pacto Histórico no podrá ganar las elecciones en 2026 (si se realizan), ni tampoco obtener los 20 senadores que hoy tiene. Esto dejará a muchos por fuera, como ya los dejó el batacazo de las locales: un candidato del centro dobló al segundo de Petro, en Bogotá, su propia casa política. Pero la izquierda ya ha probado (y saboreado) los frutos antes prohibidos del poder; ya conoce los contratos y los viáticos, las camionetas y las embajadas, y todas las delicias injustificadas e injustas que trae el desproporcionado uso del poder político en Colombia. Contra este no lucharon. Ni un solo privilegio ha desaparecido ni desaparecerá en este cuatrienio.

Todo el centro que lo apoyó, a veces con bochornoso optimismo, se ha ido ya. Defender a Petro ha pasado en estos dos primeros años de ser lo políticamente correcto a requerir un poco de coraje, y un poco de vergüenza.

Las cuentas son otras. Por Petro votó en la primera vuelta el 20% del pueblo colombiano. En segunda, el 30%, y casi pierde contra el peor candidato de la historia de Colombia, una alternativa poco menos que lunática. Cualquier otro candidato mínimamente competente lo hubiera derrotado. La izquierda fue exitosa en que ese candidato no llegara a segunda vuelta. Petro no ha logrado una sola manifestación multitudinaria, nada parecido a los millones de colombianos que salieron a las calles contra las FARC en la primera década del siglo. En ninguna encuesta, ni siquiera en las suyas, Petro supera el 50% de popularidad. ¿De qué pueblo habla?

El pueblo iluminado

Petro habla del pueblo “iluminado”. Petro es receptivo a la teoría marxista de que cuando el pueblo no cree en estas tesis, es porque está alienado y hay que “despertarlo”. Los recientes mensajes contra los medios cumplen esta función. El pueblo ha sido “idiotizado”, lo dijo con esas palabras textuales hace una semana.

Acusar al pueblo, como lo ha hecho Petro varias veces, de una manera que a un demócrata debe causarle rechazo, produce en la izquierda la satisfacción que brinda ese sentido de superioridad sobre el conocimiento que Petro invoca. Es, en el fondo, un reclamo elitista, tan recalcitrante como el de la tecnocracia que cuestionan.

¿Y la derecha?

La derecha uribista que, vale decir, no es la única derecha, tiene sobre esto poco que pueda decir. Uribe se reeligió y lo quiso hacer por una segunda vez. Uribe causó tanto malestar institucional como Petro. La movilización contra la deriva autoritaria de Petro no puede venir del uribismo. Debe provenir de una plataforma más amplia que incluya a todos los demócratas.

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