Los derechos humanos en China
Los defensores de los derechos humanos en China han recibido un espaldarazo, soñado desde hace años. El Comité Noruego de los premios Nobel otorgó ayer el de la Paz al disidente chino encarcelado Liu Xiaobo, de 54 años, un incombustible luchador por la defensa de las libertades y la democracia, que fue condenado en diciembre pasado a 11 años de prisión por su activismo.
La concesión del Nobel de la Paz a uno de sus ciudadanos encarcelados por luchar en favor de la democracia coloca a las autoridades chinas en una situación extremadamente incómoda. De ahí que han intentado evitar la elección de Liu Xiaobo desde hace meses mediante presiones al comité noruego de los Nobel y advertencias de que dañaría las relaciones con el país nórdico.
Cuando Liu Xiaobo decidió liderar la redacción de la Carta 08 era consciente de que estaba jugando con fuego. Era un texto ambicioso para una China que, a pesar de sus tres décadas de reformas económicas, ha realizado pocas en el plano político.
No por sabido deja de ser otro miembro más del equipo cercano de Barack Obama que abandona su puesto a menos de 25 días de unas elecciones legislativas de mitad de mandato que se presentan tormentosas para el Partido Demócrata. El consejero de Seguridad Nacional de Estados Unidos, el general James Jones, cede el puesto a su número dos, Tom Donilon.
Los ministros de la Liga Árabe buscaron ayer fórmulas para mantener con vida las negociaciones israelo-palestinas, paralizadas desde el pasado 26 de septiembre, cuando volvió a construirse en las colonias judías que Israel mantiene en los territorios ocupados.
El presidente francés, Nicolas Sarkozy, se reunió ayer con el papa Benedicto XVI en el Vaticano con la intención de enterrar la polémica generada a raíz de las expulsiones de gitanos rumanos de Francia, muy criticadas por la Iglesia católica. Poco trascendió ayer del contenido del encuentro, que duró media hora.
Mientras los familiares de los 33 mineros enterrados se preparaban en la madrugada del viernes al pie de la mina San José para combatir el sueño y el frío con una vigilia de canciones, rezos y fogatas, unos metros más arriba, en la zona adonde no pueden acceder ni periodistas ni familiares, el ingeniero Mijali Proestakis charlaba por teléfono con Florencio Ávalos, 700 metros bajo tierra.