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Aznar la reinvención de un presidente

El 13 de abril de 2004, hace 10 años, José María Aznar celebró su último Consejo de Ministros, se despidió de los gatos, empaquetó sus cosas y abandonó el palacio de la Moncloa, donde había vivido desde el 3 de mayo de 1996. Tenía 51 años, estaba en su mejor momento profesional y ya era un parado de lujo. Un jarrón chino. Estaba convencido de que nunca sería nada más importante de lo que había sido, presidente del Gobierno, pero también de que tenía una nueva vida por delante. En esta década prodigiosa, Aznar ha colocado a su laboratorio de ideas, FAES, en el primer puesto de España, colaborado con universidades americanas, dado conferencias y asesorado a multinacionales. Ha ganado mucho dinero y estilizado su físico. Esta es su historia contada en parte por él.

Dos horas diarias de ejercicio. Carrera de 14 kilómetros; series de velocidad de 40, 60 y 80 metros; 600 abdominales con lastre en los tobillos en series de 100. Pesas, golf, pádel. Con la misma voluntad de hierro con que ha esculpido sus abdominales durante esta última década se enfrentó José María Aznar a su retiro de la política con solo 51 años, en el mejor momento de su vida profesional. El 13 de abril de 2004 abandonaba el palacio de la Moncloa y se convertía en expresidente. Un parado de lujo. Una figura aún extraña e incómoda en España que un día definió felizmente otro jefe del Ejecutivo cesante, Felipe González, como un “jarrón chino”: “Somos como grandes jarrones chinos en apartamentos pequeños. No se retiran del mobiliario porque se supone que son valiosos, pero están todo el rato estorbando”.

José María Aznar está de buen humor. Da la mano con un impulso estilo Nuevo Mundo. Muestra una hospitalidad razonable. Estamos en su territorio. Se refiere a su interlocutor por el nombre, aunque no le apea el usted. Sonríe camuflando su mirada bajo unas cejas como tizones: “Ya me dirá en qué le puedo ayudar”. Nueva sonrisa. Buena señal en un hombre al que los que le conocen califican (sin excepción) como seco, tímido y reservado. “Tiene un problema de comunicación, siempre parece cabreado; es más cómo dice las cosas que lo que realmente dice”, nos han advertido. “Odia las conversaciones intrascendentes y, sobre todo, los cotilleos”, comentan. “Se toma todo a pecho; vive la política con pasión, sufre por España, y en ese espacio carece de sentido del humor”, recalcan. “Un día leyó que los emperadores hablaban poco, despacio y bajito, y se quedó con esa copla”, describe Miguel Ángel Rodríguez, ex secretario de Estado de Comunicación y amigo personal de la familia, “así concibe Aznar la seriedad y responsabilidad del lugar que ocupa. Sobre todo en contraposición al gracejo andaluz de Felipe González. Y mejor que no se haga el gracioso: nunca funciona”.

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Fotogalería: Las tareas del expresidente
Para Aznar, “las cosas
en política tienen que
tener continuidad. No
se puede empezar de
cero cada cuatro años,
en cada legislatura”

Otros (todos responsables del PP durante sus dos legislaturas y que exigen anonimato) escalan más alto en sus calificativos a propósito del personaje hasta áspero, antipático o, incluso, pagado de sí mismo. Cada uno atesora su particular anécdota. En una ocasión se cruzó con dos de sus ministros en el Congreso y no les dirigió ni una mirada: “¿Crees que sabe que somos miembros de su Gobierno?”, le preguntó uno a otro con sorna. Un tercer miembro del Ejecutivo recuerda un viaje a su lado hasta Chile, donde no abrió la boca durante las 14 horas de vuelo: “Solo soltó gruñidos y onomatopeyas”. Son recurrentes las descripciones sobre sus espesos silencios. Algunos de los miembros de sus gabinetes describen con terror las miradas de reproche del césar, elevando la vista por encima de sus gafas; y el completo mutismo que se hizo en la mesa del Ejecutivo ante la inminencia de apoyar la invasión de Irak, en la primavera de 2003, una decisión personal y personificada en Aznar “para sacar a España del rincón de la historia”. “Nadie puso una pega; no se escuchó ni una mosca”, jura un exministro. Dos de sus exministras favoritas, Esperanza Aguirre y Ana de Palacio, dan las últimas pinceladas a ese retrato de autoridad incontestable. Para la primera, “en el mundo no me ha impresionado nadie: Juan Pablo II, la reina Isabel, el Dalái Lama. Nadie. Solo me impresiona Aznar. Y cuando él me ha encargado algo, no he osado discutirle”. Para la segunda, “es que el presidente manda como Dios; los hay más altos y simpáticos, con más idiomas y máster, pero cuando él manda, nadie replica”.

Aznar, consumidor compulsivo de poesía, y con una clara predilección por la Generación del 98 y su análisis de la “tragedia de España”, prefiere definir su carácter con un adjetivo más lírico: “Intimista”. Se ha referido en alguna ocasión a esa renuencia a exhibir sus emociones como “su huerto privado”. Sin embargo, en sus dos últimos tomos de memorias (y van seis) se desnuda y describe como alguien sensible, serio, coherente, sereno, ambicioso, aglutinador de todo lo que estaba a la derecha de la izquierda y necesario para este país; como un fino crítico cultural, lector incansable, buen conversador, esforzado deportista, amante de la familia, amigo de los animales y cautivado por la naturaleza; proclive a perdonar y dispuesto a cambiar España de acuerdo a su particular idea de cómo debía ser. Y qué papel debía representar en el mundo. Aunque fuera a costa de abrazar incondicionalmente a la Administración de Bush y acabar de un plumazo con dos décadas de consenso en política exterior. Aznar no se considera ni de lejos un conservador. Ni un inmovilista. Eso, según su entorno, se lo deja a Mariano Rajoy. Él se siente un regeneracionista. Educado políticamente a través de sus lecturas de historia de la decadencia de España desde el siglo XVI.

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Fotogalería: Aznar-Rajoy, historia de una amistad política
Entre los dirigentes del PP corre una frase:
“Tras la mayoría absoluta de Mariano
Rajoy, hemos matado al padre”

A lo largo de los seis tomos editados por Planeta (su grupo de comunicación de confianza, no solo en lo editorial, también a través de sus medios participados: Antena 3, Onda Cero y La Razón), Aznar deja claro que no se arrepiente de nada. Considera que hizo un buen trabajo al frente del Ejecutivo entre 1996 y 2004, y que la historia no le ha hecho justicia. Lo confirma sin atisbo de dudas en su segundo libro, editado en 2005: “Estoy convencido de que, en líneas generales, salió bien, y habría salido perfectamente de no ser por los ataques del 11 de marzo”.

De las conversaciones con varios de sus colaboradores más íntimos se deduce que Aznar tenía detallado en su bloc azul cómo quería que fuera España. Especialmente, tras conseguir mayoría absoluta en su segunda legislatura en 2000. A partir de ese momento, intentó correr más que el destino. Incluso con el nombramiento a dedo de Mariano Rajoy (en teoría, el más continuista y aznarista de sus barones) como sucesor. La realidad puso las cosas en su sitio. Para uno de sus antiguos hombres de confianza en La Moncloa (cuyas declaraciones están trufadas con reflexiones de otros de sus antiguos hombres más cercanos), “su proyecto era a 50 años; contaba con todas las piezas y le encajaban. Tenía una visión histórica y geopolítica de España, pero solo ocho años para llevarla a cabo, porque había jurado que se iría tras dos mandatos. Y de esa circunstancia, de esa falta de tiempo, llega la vertiginosa aceleración de decisiones erróneas en su segunda legislatura (2000- 2004): la boda faraónica de su hija, la candidatura de su mujer al Ayuntamiento de Madrid, la recuperación militar de Perejil, la entrada acelerada en la guerra de Irak. No disponía de tiempo. Y avanzar y reflexionar simultáneamente es imposible. Y menos si nadie te lleva la contraria”. Para otro de sus colaboradores, “cuando llega el momento de marcharse, en abril de 2004, su proyecto está sin concluir. Y pasa algo extraño: se va pero no se va. Está convencido de que otros deben seguir esa hoja de ruta trazada por él. Principalmente en asuntos como ETA o en su concepción de España. Aznar visualiza el PP como su obra; él ha reunido a todo el centro-derecha y lo ha conducido hasta el poder. Y eso es innegable. Y de esa forma ha mantenido una enorme capacidad de interferencia en las filas populares. Ha intentado seguir orientando la política del partido, pero, al tiempo, se ha inhibido de la vida diaria de la organización. No ha aparecido en un solo Comité Ejecutivo Nacional. Está pero no está. Se ha ido pero no se ha ido del todo. Nadie le puede acusar de meterse directamente en las decisiones de Rajoy, ni moverle la silla. Si hubiese querido, lo hubiera hecho en el congreso de Valencia, en 2008, cuando Mariano había perdido frente a Zapatero por segunda vez y era más vulnerable. Podía haber calentado la cabeza a Esperanza para que se batiera con Rajoy. Y no movió un dedo. Pero cuando abre la boca, tiene un estilo que… parece que está siempre dando instrucciones al partido. Es un equilibrio muy raro”.

Para otro miembro de su vieja fontanería, “Aznar quiso ser De Gaulle. El general impregnó en solo 10 años a las derechas francesas con sus ideas (patriotismo, republicanismo, idealismo, estatismo, antiamericanismo, tradicionalismo cultural y modernización tecnológica), y esas derechas se mantienen en esa sintonía desde hace medio siglo. Nadie se atreve a poner en solfa el gaullismo en Francia. A Aznar le hubiera gustado algo similar en España. Y por eso interpreta el atentado del 11-M como un intento de acabar con su legítimo legado ideológico. Y hoy comienza a intuir que su obra se está hundiendo”. En el Partido Popular corre una frase que repetirán varios de sus miembros a este periodista: “Tras la victoria de Rajoy por mayoría absoluta, hemos matado al padre”. Hay otra reflexión en el mismo sentido: “El partido tiene más poder que nunca. Más cargos públicos para repartir que nunca. Más mamandurria que nunca. Nadie con un puesto público va a reivindicar a Aznar. Y si se atreve, lo hace con un ojo puesto en la dirección nacional; con un ojo puesto en el poder. Por si acaso”. Cuando le comento a Aznar la inscripción que han grabado sobre la tumba de Adolfo Suárez (“La concordia fue posible”) y le pregunto cómo querría pasar a la historia, qué inscripción pondría en su panteón, se queda helado; luego, desasosegado, y al final masculla: “Yo, de lápida, nada, y de inscripciones, menos. No quiero ni tumba, ni panteón, ni pasar a la historia, ni nada de nada. Uno inicia proyectos para que otros los sigan. Lo importante en política es una continuidad que se cimiente en ideas, convicciones y valores. Que no haya bandazos. Las cosas en política tienen que tener una continuidad y no empezar de cero cada cuatro años. Así nos ha ido en España con esos cortes históricos”.

–¿El Gobierno actual sigue el proyecto que usted inició?

–Hablemos de otra cosa.

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Fotogalería: Aznar-Rajoy, historia de una amistad política

Sus amigos (José María Fidalgo, ex secretario general de CCOO ; Pío Cabanillas, ex ministro portavoz y cuyo padre fue una especie de coach del futuro presidente antes de serlo; o su asesor de política internacional, Rafael Bardají, con el que desde que dejó la presidencia ha dado varias vueltas al mundo) dicen que ese aire adusto que adopta es un puro mecanismo de autodefensa, una forma de autoafirmación; que Aznar gana en el cuerpo a cuerpo, en las distancias cortas; y entonces, con paciencia, puede llegar a ser un interlocutor leído, ameno y hasta entrañable, y, por supuesto, adicto al Real Madrid. “Pero nunca esperes un gran abrazo de su parte o un elogio desmesurado, le cuesta mucho arrancar”, explica Cabanillas. “Estuvo rodeado de mucha adulación”, explica Fidalgo. “Y se trata de hablarle como a una persona y que él hable como una persona, no como un dios”.

“Sabrá usted que es el primer periodista de El País que se sienta en ese sofá en 14 años. Es todo un acontecimiento”, me comenta José María Aznar.

–Bueno, a ver si se anima y le vemos más a menudo...

–Je, je, je.

Hoy puede ser el gran día. Acaba de llegar de Polonia, da una charla en Madrid a miembros de la derecha europea (les ha advertido de los peligros del proceso secesionista en el Viejo Continente, exhortado a apostar por el atlantismo y confirmado: “Voy a ser perseverante en la defensa de los valores en los que creo”) y se marcha a la carrera a Israel (uno de sus destinos políticos favoritos y de cuyo grupo de apoyo público es un miembro activo, a través de Friends of Israel, la organización a favor del Estado hebreo que promovió en 2010, y también de su participación en el American Israel Public Affairs Committee – AIPAC–, un destacado lobby que trabaja ante el Congreso y la Casa Blanca).

Aznar

El expresidente del Gobierno ha recorrido
380.093 kilómetros en sus viajes durante el
año 2013. En este periodo, Aznar ha viajado
más de 190 días y ha visitado 22 países

A continuación, volará a Estados Unidos: el lugar donde se encuentra más cómodo y reconocido; donde mantiene una relación cordial con el matrimonio Clinton, familiar con el clan Bush, fructífera económicamente con los Vulcanos (el antiguo equipo de Bush) y sus empresarios colindantes, e ideológicamente a salvo junto a los miembros del ala más dura del Partido Republicano, como Marco Rubio, Mitt Romney, Jon Huntsman, la familia Díaz-Balart, John Bolton, Newt Gingrich o Ileana Ros-Lehtinen. Allí tiene su particular El Dorado, entre Washington y Miami. Dos puntos clave para influir en el continente americano.

Pasa 200 días al año fuera de España y recorre 400.000 kilómetros. Da clases como distinguished fellow (profesor distinguido) en la Universidad Johns Hopkins desde 2011, dirige un par de centros de estudios trasatlánticos con especial atención en Latinoamérica, dicta conferencias muy bien pagadas, escribe libros, asesora (al menos) a cinco multinacionales (mineras, eléctricas, de comunicación, servicios legales, y auditoría y servicios profesionales), participa en media docena de grupos de presión y think tank y abre puertas. Gana mucho dinero. Más que nunca en la existencia de este discreto inspector de Hacienda que aspiró a personificar a la austera y sacrificada clase media castellana. Lo recalcaba en 2000: “Los libros es lo único que van a heredar mis hijos. De mi padre solo heredé seriedad, honradez y una biblioteca; no se dedicó a amasar fortunas. Los Aznar ricos no tienen que ver conmigo”.

Aunque sus ingresos se han multiplicado por 20 desde aquellos viejos tiempos de La Moncloa; aunque su sociedad familiar Famaztella (con la que el matrimonio Aznar-Botella canaliza sus ingresos por libros y conferencias) ha logrado alcanzar un patrimonio de más de 2,2 millones de euros; aunque cobra no menos de 200.000 euros anuales por cada asesoría, 40.000 por conferencia, 75.000 como expresidente, y se acaba de comprar una mansión de un par de millones en la zona más noble de Marbella (su descanso del guerrero, ejercicio de buena mañana, paseo con los perros por la playa, lectura de tarde, golf al caer el sol y cenas con amigos hasta no más de la medianoche), continúa incidiendo en lo duro que es salir adelante y lo difícil que está la economía doméstica: “Me cuesta mucho ganarme honradamente la vida y pago hasta el último de mis impuestos”, recalca. Fernando Villalonga, diplomático, exsecretario de Estado para la Cooperación Internacional y persona cercana a Ana Botella, confirma que “aunque viven con más desahogo que nunca, siguen pensando, viviendo y vistiendo como la clásica familia de clase media acomodada madrileña, en eso no han cambiado desde que estaban en Logroño a finales de los setenta. En su casa se sigue comiendo lo mismo que hace 25 años”.

En el sector oficial del Partido Popular, toda la intensa actividad académico-empresarial de Aznar se observa de soslayo y se resume con acidez: “El presidente, a sus cosas, a sus negocios”. Para decir a continuación en relación con lo anterior: “Su tiempo político ha pasado. Se merece un descanso”. Cuando le pregunto a Aznar si se siente solo dando tantas vueltas al planeta, contesta: “Las cosas son como son. Hay que trabajar duro. Y claro que me gustaría tener muchas veces una persona a mi lado… Quiero decir… a mi mujer…”. La sonrisa se convierte por primera vez en risa y pone cara de chico travieso.

Su despacho no es muy grande; blanco, desnudo, cartesiano, con un escritorio moderno ordenado a conciencia, algún grabado, espesos estores y una gruesa moqueta color crema que amortigua las pisadas como un silenciador. La luz es tenue. Estamos solos. En su burbuja madrileña. Entre estas cuatro paredes confluyen sus dos personalidades: presidente de la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES) expresidente del Gobierno (el Estado paga una parte del alquiler y los gastos de esta oficina). Con la primera, básicamente, extiende sus ideas (no tiene sueldo en esta fundación, ni tampoco en sus apariciones académicas), con la segunda hace caja. Un agente de celebrities que tiene en su nómina a varios exjefes de Gobierno explica: “En el fondo, lo que importa a los antiguos mandatarios es que no se olviden de ellos; son más ególatras que avariciosos. De hecho, solo cobran un tercio de las conferencias que pronuncian. Y en España suelen darlas gratis. Quieren seguir influyendo, contar en el mundo, no solo forrarse. ¿Y cómo lo hacen? Facturando por conferencias, asesorías y libros, y montando con esa financiación una estructura de apoyo personal: un equipo de comunicación, de escritores de libros y conferencias, de gente que te lleve la agenda y la página web… El que mejor lo ha hecho en España ha sido Aznar montando FAES . Ha sido metódico hasta para planificar su retirada. En FAES incluso le llevan a cabo su sitio online. Sin embargo, está muy lejos en ingresos de Blair, que factura con su compañía Tony Blair Associates más de 30 millones de euros al año, o Clinton, que cobra hasta 200.000 euros por conferencia. El gran mercado de Aznar está en Estados Unidos. Mientras, Felipe González (que nunca se puso a aprender inglés) es una gran estrella en Latinoamérica, y Zapatero está comenzando a cultivar ese territorio”.

Pocos están autorizados a acceder a esta zona privada del cuartel general de FAES , el laboratorio de ideas y plataforma política “de Aznar y para Aznar” que construyeron a su medida sus jóvenes turcos neoliberales en 1989 (bajo la batuta del diputado Miguel Ángel Cortés) y ha cumplido en estos 10 últimos años a la perfección su papel de altavoz de las ideas y refugio moral y logístico de Aznar, desde una semana más tarde de abandonar la presidencia del Gobierno (el 13 de abril de 2004). Para entrar aquí hay que sortear un segundo control de acceso que se activa con la huella. La seguridad de Aznar es notoria. En el portal nos hemos topado con cuatro escoltas de su servicio de protección (dirigido y financiado desde el palacio de la Moncloa) charlando de fútbol y vacaciones en torno al Peugeot 607 oficial del presidente, del mismo tono marengo que sus ternos de las grandes ocasiones.

No hay que olvidar que ETA planeó acabar con su vida al menos cuatro veces y una de ellas, el 19 de abril de 1995, estuvo a punto de conseguirlo: reventó su Audi V8 en el centro de Madrid; acabó con la vida de Margarita González Mansilla, de 73 años, y provocó una veintena de heridos. “La obsesión de Aznar siempre fue ETA, y ETA siempre estuvo obsesionada con él. Quisieron matarle incontables veces, era su enemigo más encarnizado”, analiza un antiguo responsable de los servicios de inteligencia. “De ahí su progresiva convicción de que todos los terrorismos eran lo mismo (desde Palestina hasta el País Vasco y desde Colombia hasta Manhattan) y que no había que darles ni agua, ni nada que negociar ellos; su aproximación a las tesis de los halcones israelís y los neocon, sobre todo después de la Segunda Intifada (2000) y los atentados de las Torres Gemelas (2001), y su consiguiente distanciamiento de los árabes”.

Ese análisis del terrorismo como enemigo implacable lo remachaba Aznar en su segundo libro biográfico, Retratos y perfiles, de 2005: “Ya nadie puede llamarse a engaño. Todos los terrorismos son iguales. No hay heroicidad, ni épica, ni romanticismo en el recurso a la violencia contra personas inocentes”. ¿Cómo marcó políticamente al presidente del Gobierno haber sido víctima de un atentado? Para Javier Rupérez, embajador en Washington entre 2000 y 2004, amigo de Aznar y también objetivo de ETA, que le mantuvo secuestrado un mes, en 1979, “mis valoraciones del terrorismo no están unidas a mi experiencia como víctima. Y como yo, Aznar no está condicionado por ese hecho. No pesó nunca en su toma de decisiones en materia de seguridad. A Aznar nadie tiene que explicarle lo que es el terrorismo, el sufrimiento que provoca, pero no es decididamente antiterrorista porque hayan intentado matarle cuatro veces. No es una persona traumatizada por eso hecho. Lo hemos hablado algunas veces. Ninguno de los dos lo estamos”.

Contiguo al limbo de Aznar en FAES hay una sala de reuniones que cumple las funciones de museo del aznarismo. Aquí están gran parte de los 5.000 libros que reunió en La Moncloa y sacó de allí la primera semana de abril de 2004, tras la derrota en las elecciones frente a Rodríguez Zapatero (“He procurado estar lo más ocupado posible con el traslado de la casa, hasta llegar a ilusionarme. He empaquetado, trasladado y transportado muchas cosas, sobre todo libros, cajas, papeles; preparando la casa y preparando el despacho de la fundación”, anotaba en su diario en aquellos días). En esta sala hay además recuerdos, trofeos (de gusto dudoso) y fotografías. Un vistazo al vuelo: Aznar con el Rey, Juan Pablo II, Margaret Thatcher, Tony Blair, Bill Clinton, Fraga y George W. Bush. Hay cartas enmarcadas con membrete de Downing Street y de la Casa Blanca, esta última autografiada por Bush que concluye con un “God bless Spain”; imágenes con los soldados españoles en Irak, de la bandera española ondeando en la isla de Perejil y de Aznar vestido de minero en los yacimientos de oro de Pueblo Viejo, en República Dominicana, propiedad de Barrick, una empresa minera canadiense vinculada a los Bush en la que presta sus servicios como asesor. Otro recuerdo que le gusta mostrar es una enorme fotografía nocturna tomada por un satélite espía de Estados Unidos de las dos Coreas, donde la del Sur (capitalista) aparece cubierta de luces y en la del Norte (comunista) no brillan más que unas candelas en torno a su capital, Pyongyang. Un regalo del secretario de Defensa estadounidense Donald Rumsfeld, uno de los halcones de la Administración de Bush responsables de la intervención en Irak.

En la otra ala de este inmueble de FAES , oculto en un edificio moderno e impersonal del madrileño barrio de Salamanca, se hace la luz y uno se topa con los 40 empleados (una mezcla de técnicos, académicos y activistas) que trabajan en este centro de pensamiento conservador, el número 60 del mundo y el primer think tank político de nuestro país. Su misión, organizar discretos seminarios y foros de discusión política; campus de verano en España y Latinoamérica para jóvenes en su longitud de onda ideológica; proporcionar cursos de formación a los cuadros del PP; editar libros, papeles y revistas en formato convencional y electrónico propagando sus análisis y creencias; extender una red de contactos con la poderosa nebulosa de fábricas de ideas de la derecha planetaria, y proporcionar munición ideológica al PP y también una visión estratégica para que, a partir de ese embrión, construya sus propuestas. “En FAES se circula con las luces largas, mirando lejos. De forma abierta, meditada y con tiempo; sin la presión diaria de las políticas del Gobierno o de la disciplina de la militancia del partido”, resume Jaime García-Legaz, secretario de Estado de Comercio y antiguo número dos de FAES . El primer reto de Aznar al abandonar La Moncloa el 13 de abril de 2004 y aterrizar en la calle de Juan Bravo fue conseguir que su laboratorio superara a las fundaciones del PSOE ; que se coronara como el think tank más poderoso del país. Un ejemplo más de la avidez competitiva de Aznar, que de niño se cogía unos rebotes tremendos cada vez que perdía un partido de fútbol o balonmano en el colegio del Pilar. “Vamos a ser los primeros”. Así se lo exigió a sus más directos colaboradores, aún impactados por los sucesos del 11 al 14 de marzo de 2004 (192 muertos en el atentado más sangriento de la historia de España y unas elecciones perdidas inopinadamente), a las diez de la mañana del 20 de abril de 2004. Los miembros de ese mínimo equipo, que había fichado en los últimos meses de su presidencia para que reinventaran FAES , formaban parte de su guardia pretoriana amamantada en el Gabinete de La Moncloa: Javier Fernández-Lasquetty, Javier Zarzalejos, Alberto Carnero, Jaime García-Legaz y Rafael Bardají. El resto de su dispositivo más próximo cruzó el Rubicón y se puso a disposición de Rajoy. A alguno no se lo ha perdonado.

Cumplido aquel objetivo de conducir a FAES a la cima, Aznar tiene hoy intención de ir más lejos: convertir a FAES en el primer think tank de Latinoamérica. Un territorio donde pretende inocular sus particulares “principios, ideas y valores” ultraliberales en economía, atlantistas en política exterior y conservadores en el plano de las costumbres, y formar cuadros en esa dirección ideológica desde Chile hasta México, como una alternativa al “socialismo del siglo XXI”, de inspiración chavista, y al régimen de los Castro en Cuba: sus bestias negras en aquella región del mundo. Un continente donde se le odia o se le venera. Para extender sus ideas y, sobre todo, para influir en sus dirigentes, FAES edita cada dos años América Latina: una agenda de libertad, que supone un sólido análisis de la situación en los países de habla hispana desde el punto de vista del expresidente. Además, a través de su participación en el think tank estadounidense Atlantic Council; en su posición como miembro de la Escuela de Estudios Internacionales Paul H. Nitze, de la Universidad Johns Hopkins y, hasta 2010, en la de Georgetown; como promotor del Competitiveness Leadership Program (destinado a “promover una nueva generación de líderes éticos, innovadores y socialmente responsables en Iberoamérica”), y también de su amistad con personajes liberal-conservadores de esa región (Álvaro Uribe, Alejandro Toledo, Mario Vargas Llosa, Sebastián Piñera, Fernando Henrique Cardoso o Juan José Daboub), Latinoamérica, junto a Estados Unidos e Israel, se ha convertido en el territorio donde el expresidente más se está empleando política y profesionalmente.

FAES es la fundación política española que recibe más dinero del Estado desde 2008, un acumulado de 20 millones de euros procedente de los Ministerios de Educación y Asuntos Exteriores (una subvención que dobla la de la siguiente, la Pablo Iglesias, monitorizada por Alfonso Guerra), a los que hay que sumar otros 12 millones en ingresos privados en el mismo periodo (la identidad de sus benefactores no es pública). Un estudio de 2012 concluía: “FAES ingresa, vía subvenciones, 9.283 euros al día desde 2003”. Debido a la crisis económica, las aportaciones públicas se han reducido desde ese año casi a la mitad. Por el contrario, las privadas ya superan el 55% del presupuesto de FAES (en 2013 ya supusieron más de dos millones de euros).

El siguiente reto de Aznar aquel triste lunes de abril de la despedida del poder de hace 10 años fue aprender inglés. Como fuera. Iba a ser su herramienta de trabajo. Se manejaba en un francés correcto, pero su inglés era deplorable. Casi tanto como el castellano de Bush. Comenzó a recibir tres horas de clase diarias. Cinco meses más tarde, se atrevía a dar su primera conferencia en la Universidad de Georgetown, en Washington. Su inglés era malo, pero se había soltado el pelo. Hoy es más que aceptable.

–¿Cómo logró aprender inglés a los 50?

–Basándome en el método de las tres “pes…”.

–¿Que consiste en…?

–Paciencia, prudencia y perseverancia. Pero me hace mucha gracia: es que parece que uno es el único que habla mal inglés en este país y que todos los españoles se manejan como nativos de Oxford o Cambridge.

–¿Y usted lo habla como si fuera de Oxford o de Cambridge?

–A mitad de camino. Yo soy centrista. Je, je, je.

Frente a la puerta del recóndito centro de operaciones del presidente en FAES están los despachos de dos diputados que han permanecido a su lado contra viento y marea; dos aznaristas irreductibles: Cayetana Álvarez de Toledo e Ignacio Astarloa. Ella, historiadora por Oxford y más tarde periodista junto a Pedro J. Ramírez y Federico Jiménez Losantos, es la encargada del área internacional; Astarloa, producto de la factoría de Jaime Mayor Oreja, es responsable del área constitucional (centrada básicamente en el terrorismo de ETA y los asuntos territoriales focalizados en Cataluña). Este es el área de la Fundación que, con su discurso inamovible, causa más dolores de cabeza en el Gobierno de Rajoy. Junto al sanctasanctórum de Aznar está también el cubículo del asistente personal, pagado por el Estado, al que tiene derecho por el estatuto de los expresidentes: Germán Alcayde, su sombra, el guardián de su móvil y sus papeles, un treintañero proveniente de la factoría de Nuevas Generaciones del PP en Madrid. Alcayde sigue la tendencia de ayudantes de Aznar desde que lo fue el que hoy es su yerno, Alejandro Agag: joven, atildado y profundamente neoliberal. A los cuatro anteriores (además de Agag, Antonio López Istúriz, secretario general del Partido Popular Europeo; Pablo Arias, eurodiputado y yerno de Manuel Pizarro, y Pablo Casado, diputado y cercano a Esperanza Aguirre), su paso junto al presidente les supuso un trampolín personal y político.

Entre el área privada de FAES y la de trabajo diario está el despacho del número dos de la fundación, Javier Zarzalejos, de 53 años, un curioso personaje, culto, discreto, buen conocedor de la Administración y con idiomas, que atracó como hombre para todo en el entorno de Aznar con el cargo de secretario general de la Presidencia en 1996 (responsable de la seguridad, protocolo, desplazamientos, logística y administración de La Moncloa), y pronto se iba a convertir en una pieza clave en el asesoramiento al presidente en torno al conflicto vasco. Zarzalejos llegaría a ser uno de los tres enviados por Aznar (junto a Pedro Arriola y Ricardo Martí Fluxá) para reunirse con la cúpula de ETA, en Suiza, en mayo de 1999. (Nunca ha abierto la boca al respecto). Si se le pregunta si considera a FAES la guardiana de las esencias del aznarismo dentro del PP, contesta: “Yo, desde luego, no me considero el guardián de eso que usted llama ortodoxia aznarista. En cualquier caso, esta no es una fundación del PP, sino vinculada al PP. FAES es un impulso intelectual más que una militancia. La militancia es el PP, y esto no es el PP. La relación con el partido es positivamente informal a través del patronato, donde está, por ejemplo, María Dolores de Cospedal. Pero no tenemos que pedirles permiso para hacer nada. Es el presidente Aznar el que fija los objetivos. Habrá papeles que gusten más y otros menos, pero no hay broncas con el partido. Y, desde luego, no marcamos el paso al Gobierno en el asunto de ETA, o de Cataluña, o de la bajada de impuestos: es lo que el PP siempre ha opinado. Otra cosa es que alguno haya cambiado de rumbo. Nuestros papeles los conoce de antemano La Moncloa y nunca han metido la pluma en ellos. Se envían al presidente Rajoy vía el jefe de su gabinete (Jorge Moragas) y se dan por enterados. Intentamos prestar un valor añadido al programa y las propuestas del PP. No aspiramos a ser cómodos, pero tampoco echamos la bronca. Solo queremos alentar y alertar”.

–¿En qué sentido?

–Por ejemplo, en que tiene que haber una derrota política de ETA; no solo policial. Hay que desprestigiar su pasado para que nos roben la cartera. Y en nuestra reivindicación de que las ideas importan. Hoy los valores se están perdiendo por culpa del relativismo, y eso es grave. Tiene que haber un consenso moral; un consenso prepolítico, que cimiente el debate político, del que formen parte valores como la excelencia, la superación personal, la ejemplaridad y la autoridad.

José María Aznar va elegantemente ataviado de profesor. Chaqueta negra de pana muy fina, camisa blanca con gemelos, corbata de lana, pantalón oscuro de franela y carísimos zapatos negros de Alden. En la muñeca izquierda, un Rolex Submariner. El pelo, abundante, con escasas canas y peinado con mimo; sobre el labio, un atisbo de bigote ya muy blanco. Es un hombre de mediana estatura, muy delgado, de manos nudosas y que aparenta una perfecta forma física a sus 61 años. Incluso excesiva. La ropa parece quedarle ligeramente holgada. “Pretendo una juvenil apariencia dentro de una edad razonable”, comenta bromeando. Uno de sus escoltas comenta: “Parece una máquina a la que das en un botón para encenderla por la mañana a las 6.30 y dura todo el día. No se cansa nunca. No he visto nada igual”.

–Está hecho usted un figurín.

–Bueno, siempre me ha gustado el ejercicio duro; sigo una dieta rígida desde hace muchos años y estoy siempre que puedo al aire libre. Viajo con mi bolsa de deporte. Hago ejercicio donde esté. Y, hombre, veo a otros de mi generación y estoy mejor que ellos. Lo malo es cuando ves que la mayoría de los que te rodean son ya más jóvenes que tú.

–¿Cómo ha logrado superar esa situación de pasar de ser todo a ser un jarrón chino?

–No me hable de jarrones, ni chinos ni no chinos. El secreto está aquí, en la cabeza: no te puedes dejar llevar por la melancolía. Yo tenía muchas cosas que hacer. Muchos intereses. Muchas ilusiones. Tenía claro que ser presidente del Gobierno de mi país era lo más importante que podría ser en mi vida y a partir de ahí tenía que construirme una nueva existencia. Y demostrar que hay una vida después de La Moncloa. Y lo he conseguido. Tengo mucho trabajo y soy razonablemente feliz.

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Fotogalería: Las tareas del expresidente

¿A qué se puede dedicar un presidente del Gobierno de 50 años cuando deja de serlo? ¿Es su agenda el activo más importante que puede ofrecer? El economista Antonio Núñez fue profesor del IESE , se formó en Harvard, ha sido hasta hace unos meses director de políticas sociales del Gabinete del presidente Rajoy, dirige la firma de cazatalentos Parangon y es un defensor de las puertas giratorias entre el sector público y privado, “siempre que ese traspaso se haga con ética y transparencia. En cuanto al poder de la agenda y los contactos de los ex primeros ministros, hay mucha leyenda. No es lo más importante. Un expresidente de Gobierno es alguien acostumbrado a tomar decisiones; gestionar grandes estructuras de poder, equipos de asesores y enormes presupuestos; recibir información solo para sus ojos; dirigir negociaciones; interpretar datos demoscópicos; crear relaciones; articular sus puntos de vista; y, lo que es muy importante en una gran corporación, a enfrentarse a situaciones de crisis, a gestionar la incertidumbre y controlar su nivel de estrés. Esas capacidades en la empresa privada valen mucho. Y además está la agenda: formar parte del club de los ex mandatarios occidentales”.

Aznar planificó meticulosamente su nueva vida ya a lo largo de su segunda legislatura. Con el horizonte de 2004 en su cabeza. Lo primero, un contrato en 2003 con Planeta por tres libros por el que cobró 600.000 euros. Después vendría otro contrato con la misma editorial por otros tres y un importe similar. Lo segundo, un acuerdo con la firma estadounidense Washington Speakers Bureau (que tiene entre sus filas a Blair y los Bush) para que gestionaran sus conferencias, con unos honorarios en torno a los 40.000 euros por hora y media de comparecencia (puede hacer 20 al año). Lo tercero, su convenio, hasta 2010, con la Universidad de Georgetown, situada en Washington, para formar parte de su claustro de profesores ilustres (en 2011 fichó por la Johns Hopkins para dirigir su instituto Atlantic Basin Initiative). Y lo cuarto, y más importante, su fichaje (ya desde septiembre de 2004) por Rupert Murdoch, el magnate del grupo de comunicación News Corp, como asesor (con un sueldo de 10.000 euros mensuales) y, a partir de 2006 y hasta hoy, como consejero del grupo (recibe en torno a 200.000 euros y comparte consejo, por ejemplo, con John Elkann, presidente de Fiat). Murdoch, un gigante de la comunicación de tendencias ultraconservadoras y dudosas prácticas empresariales, al que conoció por mediación de Tony Blair (padrino de una de sus hijas) y cuya amistad se fortaleció por mediación de Alejandro Agag, fue un invitado de lujo en la boda de este con Ana Aznar e, incluso, agasajado con un almuerzo privado en La Moncloa el mismo día del enlace, en el que compartieron mesa con los dirigentes latinoamericanos Andrés Pastrana (Colombia) y Francisco Flores (El Salvador).

Tras superar los dos años en los que los altos cargos cesantes deben abstenerse de realizar actividades mercantiles (por la Ley de Incompatibilidades), Aznar se lanzó al mundo de la alta (y opaca) asesoría estratégica. Entre sus clientes han estado grandes corporaciones inmobiliarias con intereses en Latinoamérica (JER Partners), compañías del sector energético (Falck y Doheny Global Group) y fondos de capital-riesgo (Centaurus). Hoy asesora a Endesa, KPMG, DLA Piper y Barrick. Sus honorarios estarían (según fuentes del mercado) en torno a los 200.000 euros anuales en cada firma. Ninguno de los directivos de estas compañías confirman la cifra: “Se trata de contratos privados de asesoramiento; como no es miembro del consejo de administración, no hay que suministrar ese dato al regulador bursátil”.

Había vida después de La Moncloa. Para José María Aznar fue un trauma abandonar la presidencia del Gobierno. Pero lo había prometido. Y él, como describe un exministro, “es de “sostenella y no enmendalla”. Las memorias de su mujer, Ana Botella, Mis ocho años en La Moncloa, desprenden un aroma elegiaco y pesaroso en torno al fin del mandato de su marido y el abandono de La Moncloa (“donde en estos años hemos conseguido hacer un hogar con nuestras cosas de siempre”), antes incluso de los atentados del 11-M y la derrota electoral. Una gran parte del libro de Botella es una consecución de despedidas desde 2002: de los Bush y los Blair; de los líderes latinoamericanos y los europeos; del Gobierno y el partido; de los jardines y las puestas de sol del palacio; de los gatos Manolo, Lucas y Margarita; de las residencias de vacaciones de Quintos de Mora y Las Marismillas; y de Figo, el corcel del presidente. En 2004, los Aznar no querían irse, pero tenían que irse. Como comenta un observador de la realidad social unido al PP, “Aznar convirtió un titular periodístico de 1994 (la decisión de no estar más de dos mandatos en el poder) en una promesa electoral. No tenía vuelta atrás. Incluso le buscó una justificación histórica: ‘A mí no me echará mi partido, como a Thatcher, ni la corrupción, como a Felipe González. Yo saldré por la puerta grande’. El problema es que su forma de gobernar en la segunda legislatura consiguió que al final tuviera que salir solo y por la puerta de chiqueros”.

–¿Se arrepiente de esa decisión de no presentarse a un nuevo mandato?

–No. La tomé libremente, pensaba así y lo medité mucho; pensaba que era bueno para mi país y que me quedaba otra vida por vivir. Cada cosa tiene su tiempo. Y no hay que sobrepasarlo. Y de Churchill nos acordamos que gano la II Guerra Mundial, pero nadie se acuerda de que luego volvió a ser primer ministro, entre 1951 y 1955, y pasó sin pena ni gloria. Yo no quería seguir ese camino. Hubo gente que me pidió que no me fuera; mucha gente.

–¿Por ejemplo?

–Bill Clinton me dijo un día: “Yo no concibo nada mejor que la Casa Blanca. Si no fuera por la limitación de mandatos, habría sido presidente toda mi vida. No concibo que te vayas sin que te obliguen”. Y lo decía en serio. Pero yo estaba convencido de marcharme.

–¿Volverá a la política?

–Tú puedes dejar la política, pero es ella la que nunca te deja. Cuando has estado en política, te persigue hasta el final. Hasta el final de tu vida.