Uno de los múltiples efectos que está teniendo la crisis económica es el drástico cambio de los hábitos en la movilidad. Cada vez son más los ciudadanos que dejan sus coches aparcados para no tener que llenar el depósito. Eso pasa más en Barcelona que en Madrid.
El sector turístico también queda extenuado por la crisis. Tanto, que se está viendo forzado a ajustar plantillas. El hotel Princesa Sofía de Barcelona, perteneciente a la cadena Expo Hoteles & Resorts, ha presentado un expediente de regulación de empleo (ERE) temporal que afecta a 229 de sus 234 trabajadores, según confirmaron fuentes del Departamento de Trabajo.
Los gestores del tráfico en Cataluña dicen que los conductores respetan, cada vez más, los límites de velocidad. Es un cambio de chip que se percibe, sobre todo, en las carreteras donde impera el límite de 80 kilómetros por hora: aparece la señal y la gente pisa el freno. El temor al radar (o, mejor, a la multa) ayuda.
Las arcas de la Generalitat tienen un agujero. La crisis es de tal magnitud y los compromisos de gasto del tripartito son tales que la descomunal merma recaudatoria no está siendo amortiguada con ahorro, tal como hacen las familias y las empresas. El Gobierno catalán no atina a manejar las cuentas y las de 2008 se le han ido de la mano
Una de las primeras víctimas del parón inmobiliario ha recobrado el pulso. El titular del Juzgado de lo Mercantil número 3 de Barcelona levantó ayer el concurso de acreedores (antigua suspensión de pagos) de la red de agencias inmobiliarias Expofinques, que llegó a ser la cuarta de España en volumen de oficinas.
"Estoy muy satisfecho porque, aunque siempre ha habido artistas catalanes en la Bienal, por primera vez tenemos un pabellón propio en Venecia", comentó ayer Josep Lluís Carod Rovira, vicepresidente de la Generalitat, en la presentación de La comunitat inconfessable, título de la exposición con la que se estrena el pabellón en este gran evento artístico que abrirá mañana sus puertas al público hasta el próximo 22 de noviembre.
Las imágenes muestran a la octogenaria Gerda Schrage con un tarrito en la mano. Lo abre, "después de muchos años", para mostrar un arrugado y minúsculo pedazo de piel seca: es de su brazo y lleva tatuado su número de deportada en Auschwitz.