Un museo para Armstrong
ISABEL PIQUER | Nueva York
Casi nada ha cambiado en estas últimas décadas: ni la cocina de intensos muebles azules, ni las paredes metalizadas del cuarto de baño, ni los grifos dorados, ni el omnipresente papel de floripondios anaranjados, ni siquiera la cama de matrimonio de dimensiones olímpicas. Y ahora todo está a la vista.