Angel ‘Monxo’ López, el primer curador latino del Museo de la Ciudad de Nueva York: “No quiero defraudar a mi gente”

El puertorriqueño, de 51 años, doctor en Ciencias Políticas y activista ambiental en el Sur del Bronx, trabaja cada día por ampliar la diversidad del centenario museo

Ángel "Monxo" López, el primer curador permanente latino del Museo de la Ciudad de Nueva York, el miércoles 11 de septiembre de 2024.Corrie Aune

En el segundo piso del Museo de la Ciudad de Nueva York un cartel anuncia que uno está a punto de sumergirse en Byzantine Bembé, un show que narra las historias de la diáspora latina de la ciudad, con los mosaicos, acuarelas y dibujos del artista de raíces puertorriqueñas Manny Vega. Pero esta exhibición podría no haber existido nunca. Probablemente nadie se hubiese encargado de buscar las obras esparcidas de Vega, y mucho menos traerlas al Museo. Existe porque existe Ángel Monxo López, el “primer curador de color” permanente desde que se fundara el Museo hace 100 años.

“Es medio vergonzoso que yo sea el primero, sobre todo cuando el Museo está localizado aquí, en El Barrio”, asegura Monxo, un puertorriqueño de 51 años que llegó a Nueva York con su esposa en la primavera de 1999 con la idea de ahorrar un poco de dinero y seguir a Bélgica, Beirut o Estambul para continuar sus estudios de política e historia del mundo islámico. Eso nunca sucedió. Los sedujo la ciudad. Monxo comenzó a tocar la guitarra con pequeños grupos de rock o jazz. Trabajó diez años como cartógrafo. Se hizo doctor en Ciencias Políticas y activista ambiental en el Sur del Bronx. Se compró una casa en Mott Haven. Tuvo una hija. Impartió clases. Pero Monxo tiene, según dice, una “cabeza inquieta”. Llegó el momento en que se aburrió de la academia.

“No me daba espacio para todo lo que yo quería hacer, que tenía que ver con música, con cartografía, con el activismo que hago”, cuenta. En 2019, cuando quizás no se pensaba que Monxo podía convertirse en otra cosa completamente distinta, después de tocar la música suficiente, investigar, impartir cursos, fundar junto a otros del equipo South Bronx Unite o instalar paneles solares en varios jardines comunitarios, fue seleccionado para trabajar en el Museo como becario de la Fundación Mellon. El pasado año se convirtió en curador permanente a tiempo completo.

Hasta ahora, el Museo “era como un secreto que los blancos habían separado solo para ellos”. Al inicio pensó que no le iban a dar el cargo. Lo confiesa mientras hablamos en la cafetería del Museo, donde pasa todo el tiempo gente que lo saluda. Lo saludan en inglés, lo saludan en español, pero Monxo siempre les responde en un español que ellos entienden o hacen como si entendieran. Muchas cosas están sucediendo en el Museo por primera vez: nunca antes todos los textos expositivos habían sido bilingües, ahora la audiencia es menos blanca y más joven, los temas son interseccionales y más centrados en las comunidades, no situando a Nueva York como “la última coca cola del desierto”.

—Yo pienso que Nueva York es el sitio más fantástico en la tierra. Pero he viajado también lo suficiente como para saber que eso es un vicio mío y no es necesariamente objetivo.

Al menos cuatro días por semana se verá a Monxo transitar los pasillos del Museo. Su trabajo consiste en leer, estudiar, investigar, dialogar con expertos, visitar estudios de los artistas, pero sobre todo se trata de hacerse amigo de la gente. “Mi trabajo yo lo hago a mi manera”, dice él, que no es un curador cualquiera, sino un “curador de historias comunitarias”.

Pregunta. ¿Qué significa ser un curador de historias de la comunidad en Nueva York?

Respuesta. Esa posición yo todavía la estoy definiendo, está en progreso. Pero se trata básicamente de dos cosas: contar historias donde aparezcan las comunidades étnicas y raciales que habitan y han vivido históricamente en Nueva York. Siempre que se pueda, traer las contribuciones, las intersecciones de esas comunidades. Esa es una de mis prioridades. Cuando yo hago las exhibiciones no decido por mí mismo el argumento o la narrativa, los temas o las secciones. Yo siempre me dejo llevar por las voces, las ideas y las preocupaciones que esas comunidades raciales, étnicas o de prácticas consideran importantes para definirse.

P. En tu caso, ¿a qué comunidad perteneces?

R. Son varias. La comunidad más importante a la que siento que pertenezco es la comunidad de mis vecinos ambientalistas en el sur del Bronx, una comunidad de amistad ideológica, digamos. También es importante la comunidad artística y cultural en la que yo me muevo, que incluye el Museo, pero incluye al centro cultural Clemente, donde la mayoría somos latinos, aunque hay de todo. Y tercero, me definiría como puertorriqueño. Pero yo pienso que una de las cosas más fantásticas y más lindas que tiene Nueva York es que se trata de un sitio que nos fuerza a todos a romper con eso y a redefinirse. A veces nos rompe la identidad. Porque aquí uno se encuentra el mundo, y el mundo es un lugar maravilloso, con gente maravillosa de todos lados, con historias de todos lados, y esa densidad, la cercanía a la que la ciudad te fuerza, te hace abrazar y acoger ese desorden a nivel identitario.

P. ¿Y si fuera que Nueva York nos hace creer que aquí está el mundo, pero es solo una ilusión porque el mundo es mucho más?

R. Obvio, el mundo no está aquí, pero es el sitio que yo he visto y que conozco donde más puertas cercanas al resto del mundo vas a tener. Hay tanta gente, de tantos lados, se vive con una rapidez, con la relativa libertad que tiene la gente para ser quienes son, tanto a nivel individual como a nivel colectivo. Uno puede estar en su comunidad y salirse. A mí me encanta estar entre los boricuas y me encanta salirme también de ahí.

P. ¿Cómo se abre paso entre tantas comunidades un curador latino?

R. Mi abuelita decía que uno tiene dos oídos y una boca, porque uno tiene que escuchar el doble que lo que tiene que hablar. Así que es escuchando a la gente, y escuchar significa interesarse realmente sobre las historias que quieren decir, los temas que la gente quiere hablar, y olvidarse un poco de lo que uno desea. Y cuando uno tiene esa actitud, la posibilidad de la amistad surge. Tú no estás tratando de imponer tu voz y narrativa. Es clave que las comunidades, y sobre todo los individuos, vean que lo que uno quiere hacer es en realidad abrir espacio para que las historias de ellos, y lo que ellos quieren decir sobre ellos mismos, sea el trabajo que acabe en la galería. Lo otro es paciencia y tiempo. Mi próxima exhibición, el año que viene, es sobre la fundación de Nueva York hace 400 años por los holandeses, pero visto desde la perspectiva de los Lenape, los indios que habían vivido en esta área por más de 10.000 años. Esos nativos todavía están vivos, están por todo los Estados Unidos. Existe el pensamiento de que es difícil trabajar con los indígenas, pero en realidad las instituciones culturales se acercan a ellos para extraer una historia, no hay interés en escucharlos o darles voz o abrir espacio para que esa voz salga. Yo llevo trabajando con ellos desde hace casi dos años y me he convertido en su amigo. Y fue difícil, son bien celosos de su historia, de su voz, bien particulares en que nadie hable por ellos. Y eso lleva tiempo.

P. ¿Cómo traer la riqueza de la comunidad a la institución?

R. Por medio de la diversidad. Aunque nosotros no somos indígenas, los Lenape, cuando supieron que yo y la otra curadora con la que estoy trabajando éramos puertorriqueños y éramos del Bronx, nos abrieron las puertas. Eso nada más nos ganó puntos. El hecho de que seamos puertorriqueños, latinos, inmediatamente le da confianza a esa comunidad. Si no hay diversidad detrás de un museo, si un museo no refleja la diversidad que tiene la ciudad, no se va a desarrollar confianza. Ese ha sido un problema que históricamente han tenido los museos en Estados Unidos y aquí en Nueva York.

P. Dices que las comunidades indígenas te aceptan por ser boricua. ¿Y te ha sucedido al revés, comunidades que no te miran igual por ser latino?

R. No hay comunidades así, lo que hay es gente que es así. Yo nunca he tenido la experiencia de que en una comunidad o grupo no me sienta bienvenido, pero sí lo he sentido de gente. Sobre todo gente de cierta edad, que yo hubiese preferido que me trataran mejor. Hay gente que hasta me ha cuestionado si yo soy doctor de verdad, what the fuck? Este es el lugar más blanco donde yo he trabajado, aunque para ser justos los cambios en los últimos años son notables. Siempre trabajé en ambientes bien diversos. En el Museo siempre me han tratado extraordinariamente bien, pero es la primera vez que noto que estoy en un ambiente tan blanco.

P. Entonces ser el primer curador permanente de color, ¿cuán importante puede ser hoy y para un tiempo que aún no conocemos?

R. Cuando llegué aquí en el 2019, ya el Museo estaba en un proceso de encarar el problema de la falta de diversidad, que no es solo respecto a la empleomanía y el staff, sino en las historias que se cuentan. Desde que llegué, he trabajado en que compremos obras y coleccionemos obras de artistas sobre todo de color, pero no exclusivamente, sino de gente a la que le sería más difícil que los coleccionaran, sobre todo latinos. En ese sentido sí hay un impacto. Yo trabajo como un animal, y sé que el puesto que tengo me lo gané, me lo merezco, pero también estoy aquí un poquito por suerte, y mucho por el trabajo anónimo que hizo un montón de gente antes de yo llegara. Es medio dramático, porque se siente una responsabilidad hacia comunidades y hacia individuos que otros compañeros míos no sienten. Yo vivo con el temor a defraudar a mi gente, a los latinos, puertorriqueños, puertorriqueños de aquí de El Barrio, que saben que conmigo en el Museo tienen un oído dentro de esta institución, se sienten bien orgullosos de mi éxito, y por eso siempre estoy bien pendiente de no hacer nada que pueda avergonzar a esa gente.

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