A quién le importa la muerte del deliverista Victorio Hilario en una esquina de Nueva York
La lucha de la familia para condenar al hombre que atropelló, dándose a la fuga, al repartidor en 2020 y la unión de sus compañeros para mejorar las condiciones laborales de 65.000 empleados de las ‘apps’ convirtió en símbolo una muerte condenada al olvido
A las afueras de la sala número 600 de la Corte de Justicia del Condado de El Bronx, a Elías Hilario, que viste camisa de cuadros, chaqueta y pantalón de mezclilla, se le nota cansado de esperar por el juez. La audiencia estaba programada para las primeras horas de la mañana, pero ya son casi las tres de la tarde de un día frío y soleado de mitad de marzo y, de tanto esperar, parece que la justicia nunca fuera a aparecer. Cuando finalmente ordenan entrar a la sala 600, el juez, con semblante sereno, espera bajo un cartel que dice “In God we trust”. El primer banco de la izquierda lo ocupa Yeramil Álvarez, un joven de 24 años, de raíces puertorriqueñas, que hace cuatro arrancó su sedán Black Génesis 2020 y arrolló a un repartidor de comida en una esquina de la popular avenida Grand Concourse que, en sus cinco millas a través de la anatomía urbana de El Bronx, alberga muchos negocios locales, edificios residenciales, el Museo de las Artes y la casa de Edgar Allan Poe.
Yeramil está esposado, y muy raras veces alza la mirada, solo para atender al juez cuando corresponde, nunca gira ni se voltea. Este 13 de marzo de 2024 lo acompañan su abogado y apenas tres personas más. La hilera de banquillos de la derecha está repleta de los que acompañan a Elías, empleados de Doordash, Uber o Relay, activistas, amigos, familiares de la Montaña Alta de México, todos esperando por la palabra final del juez, luego de que hace cuatro años un joven en un sedán Black Génesis 2020 atropellara a Victorio Hilario, hermano de Elías, mexicano, repartidor de comida, uno de los miles a los que, en plena pandemia de coronavirus, los políticos y los gobiernos nombraron trabajador esencial, pero que a la larga poco les importan.
Elías, que no habla inglés, toma la palabra con la ayuda de un intérprete que facilitará la comunicación entre él y el juez, que no habla español. Ha estado esperando por este momento desde hace tiempo, desde que llamara a su hermano para cenar los tacos dorados que nunca llegaron a comer juntos. Desde que el culpable se diera a la fuga. Desde que luego de dos años la policía le informara de que el culpable estaba detenido. Desde que el culpable pagara la fianza y volviera a estar en libertad. Y desde que muchos otros repartidores de comida en la ciudad de Nueva York murieran llevando cientos de encargos de McDonald ‘s, Domino’s o Papa Johns, y no se hiciera justicia por sus vidas.
La vida y muerte de Victorio Hilario, a los 37 años, expone el mapa de vulnerabilidades de muchos migrantes que dejan sus países y se convierten en repartidores de comida en Nueva York, donde actualmente unas 65.000 personas se exponen al peligro de las calles o la desprotección laboral por parte de las grandes corporaciones. Fue en medio de los reclamos por su muerte cuando muchos repartidores de comida en la ciudad comenzaron a organizarse y exigir beneficios para la comunidad.
De 20 a 40 ‘deliveries’ al día
Elías fue el primero de los hermanos en irse de San Juan de Las Nieves, un pueblo tan pequeño que casi todos son familia, donde no hay cine ni doctores, pero sí abundante tierra para el cultivo de la milpa y las flores de tila, que crecen en hileras de interminables puntos amarillos. Tras siete días de atravesar el desierto y cruzar la frontera, llegó a la ciudad de Nueva York. Era el año 2002. Los rascacielos y los árboles le llamaron la atención. Pero sobre todo los árboles.
“Le pregunté a un primo por qué los árboles estaban secos”, cuenta. “Me dijo que para cuando empezara el verano ya iban a retoñar”.
Ese mismo año llegó Celso, otro de sus 12 hermanos. Al siguiente llegó Victorio. Tenía 22 años y comenzó a trabajar juntando la vajilla que ensuciaban los clientes en un bar de Manhattan. Luego trabajó rellenando las neveras de bebidas en un Deli de Kingsbridge. También preparó sandwiches en otro Deli del Lower East Side, hasta que llegó un nuevo dueño, con nuevas reglas. Victorio quedó desempleado. Elías también. Casi acababa el 2019, en unos meses cerrarían sus puertas miles de restaurantes de Nueva York, cuando la ciudad se convirtió en epicentro de la pandemia de coronavirus. Ante los atractivos pagos que ofrecieron las compañías de aplicaciones de entrega de comida a domicilio -los repartidores afirman que ganaron entre 200 y 300 dólares por día-, y sin muchas otras opciones, los hermanos se convirtieron en trabajadores esenciales, sumándose así a los 2,5 millones de personas en primera línea durante el encierro en la ciudad.
En una esquina del apartamento del vecindario de Fordham Manor, donde los hermanos vivían juntos desde 2005, hay amontonados varios cascos, chalecos fluorescentes y varias bicicletas. Es, sin duda, un apartamento de deliveristas. En una esquina permanece intacta la bolsa térmica que perteneció a Victorio, que tiene una billetera con 75 dólares sueltos y 3,25 en monedas. , El 23 de septiembre de 2020, el día del accidente, Victorio fue al cajero automático, extrajo 100 dólares y gastó 25. “Ese es su dinero”, dice Elías. “Es dinero que trabajó, y nosotros no lo tocamos”.
La bolsa térmica tiene además el recibo de un paquete de cinco pares de zapatos que por un valor de 52,91 dólares que Victorio envió a su familia en Tlapa, en el Estado mexicano de Guerrero. También permanecen dentro su Metrocard, un cinto roto, unos tenis deportivos, una gorra roja, y ropa manchada de sangre. “Para nosotros esa bolsa está exigiendo justicia”, dice Elías.
Victorio salía a trabajar en las mañanas y Elías en las tardes. Victorio era moderado y precavido. Elías es más apresurado. Si Victorio hacía unos 20 deliveries al día en su bicicleta Arrow, Elías a veces llegaba a hacer hasta 40. “Mi hermano me dijo: ‘yo no me voy a matar por dos o tres dólares más, así que no te mates trabajando’ “, cuenta. Victorio nunca antes tuvo un accidente, Elías sí, cuando un carro lo impactó trabajando y lo lanzó unos cuantos metros en la novena avenida. “Él manejaba con mucha precaución”, dice Elías. “A mí me gusta estar corriendo, pero él era más tranquilo, hacía las cosas bien”.
En una ocasión, Doordash -el gigante de pedidos a domicilio que tiene 37 millones de usuarios, más de un millón de repartidores, reportó ingresos de 8.630 millones de dólares en 2023, y es la compañía que lidera el mercado en Nueva York-, bloqueó a Victorio de su aplicación. El repartidor llegó a la casa de una señora a entregar una orden de comida y la señora le pidió que subiera. Victorio no pudo abrir la puerta de entrada. “Allí esperó y esperó y la señora bajó con mucho coraje y le empezó a insultar”, cuenta su hermano. “Entregó esa comida, y al poco rato lo reportaron, dijeron que había llegado borracho y drogado, la señora inventó todo. Cuando al otro día quería trabajar, ya estaba bloqueado”.
En la mañana del día del accidente, Elías le pidió a su hermano que le buscara tres sodas, tres paquetes de tortillas, queso, crema y lechuga. En la cena se comerían unos tacos dorados. Sobre las siete de la noche sonó la aplicación de Doordash. Victorio fue al baño y salió en su Arrow hasta McDonalds, tan rápido que a Elías no le dió tiempo a despedirlo. Cerca de las ocho de la noche llamó a Victorio para cenar juntos.
“Ya él no me contestaba, entraba la llamada y no me contestaba, me puse triste de que no iba a regresar, pensé que estaba trabajando”.
Sobre las 10 de la noche dos personas de traje y corbata tocaron el timbre del apartamento. Elías pensó que eran religiosos. Luego golpearon más fuerte la puerta. Elías pensó que eran oficiales de Emigración. “Y como se dice, si Emigración o los detectives tocan la puerta, pues no les abras”. Cuando finalmente abrió, le comunicaron que su hermano Victorio estaba herido de gravedad, en una sala del Hospital St. Barnabas.
“Estaba en coma, su corazón latía pero los especialistas me dijeron que estaba en situación crítica. Lo fui a ver y comencé a hablarle, le dije estoy contigo, ¿por qué saliste ayer a trabajar? Quedamos en que íbamos a cenar juntos. Entonces se le empezaron a salir las lágrimas, me estaba escuchando”.
Victorio Hilario murió a los tres días, a las cuatro de la tarde de El Bronx, y a las tres de la tarde de San Juan de Las Nieves.
“Yo recuerdo a mi hijo como un héroe, que anduvo repartiendo la comida para las personas que no podían salir a comprar su comida durante el tiempo de la pandemia”, dice desde México su madre Zenaida Guzmán Barragán, de 78 años. “Siempre alegre, amigable y con los anhelos de querer superarse”.
Salario mínimo
En la sala judicial número 600, a Elías, con el micrófono en la mano, le temblaba la voz. “Has dejado una profunda herida, un daño que jamás podrás reparar”, dice delante del juez. Yeramil se mantuvo quieto. “Estoy seguro de que la justicia humana está siendo demasiado benévola contigo”.
Victorio Hilario es uno de los tantos repartidores de comida fallecidos en los últimos años en Nueva York bajo la premura de entregar cada vez más comida a domicilio y conseguir mejores ingresos. El grupo de repartidores El Diario de los Delivery Boys en la Gran Manzana ha registrado más de 40 casos de muertes accidentales en la ciudad desde finales de 2020.
Alejandro Santos Escamilla, de 33 años, también murió tras ser atropellado mientras trabajaba el 23 de septiembre de 2020. Su familia en México nunca supo más detalles, ni siquiera el nombre del responsable de su muerte. “Unos amigos nos dijeron que tuvo un accidente”, dijo desde Tenango de las Flores, México, su sobrina Ely Santos. “Nosotros prácticamente no sabemos nada. Nunca supimos cómo fue, o quién fue, ni dónde. Se fue de aquí con 15 años y solo lo volvimos a ver hasta que vino en su ataúd”.
Ligia Guallpa, directora del proyecto Justicia Laboral, organización que lleva más de una década trabajando por los derechos laborales de los migrantes en Nueva York, asegura que muchos de estos accidentes laborales se deben a que “el trabajador siente que tiene que estar trabajando 12 horas al día y correr lo más rápido posible para hacer el próximo delivery, porque al final del día su salario dependía de las propinas”.
Tras muchas demandas, la ciudad de Nueva York aprobó un paquete legislativo que reconoce el salario mínimo para los repartidores de comida, y obliga a las grandes empresas a pagar 17,96 dólares por hora, cuando antes pagaban solo 7 dólares por hora. Dicha ley, entre otras ganancias, pretende que el trabajo de los deliveristas “sea más seguro”.
No obstante, una ley que supone un beneficio para algunos deliveristas, ahora también se ha vuelto una pesadilla para otros y una guerra de poderes. Próspero Martínez, un repartidor mexicano que trabaja para Doordash y Uber Eats, considera que dicha ley no solo es “una injusticia”, sino que “se vuelve punitiva”. Ahora las empresas exigen identificación a los deliveristas, quienes mayormente son migrantes indocumentados provenientes de América Latina, según un informe de Worker’s Justice Project y Cornell ILR’s Worker Institute. También les ofrecen menos horas de trabajo, son más selectivos, y han eliminado la propina para los repartidores.
“Ya no hay certeza de cuánto vas a ganar”, dice Martínez. “Antes del cuatro de marzo los deliveristas podían ganar desde 500 hasta 1000 dólares a la semana. Luego de esta fecha, solo algunos grupos pueden tener un buen salario, y deja a una gran mayoría afuera, sin trabajo”.
Guallpa explica que, efectivamente, luego de la ley las compañías han tomado represalias que afectan directamente a los trabajadores. “Esta lucha no es contra el trabajador, es contra las compañías multimillonarias que siguen tratando al trabajador como mano de obra desechable y barata”, asegura. “Al eliminar la propina que recibía al principio, estas compañías están tratando de reducir el costo operativo de la mano de obra. Y están encontrando maneras de no tener que pagar al trabajador”.
Compañías como DoorDash y Uber se han posicionado públicamente en contra de la ley de salario mínimo, y aseguran que los trabajadores serán los más afectados. “La ciudad sigue mintiendo a los trabajadores y al público”, dijo Josh Gold, portavoz de Uber, en un comunicado a The New York Times. “Esta ley dejará a miles de neoyorquinos sin trabajo y obligará a los mensajeros restantes a competir entre sí para entregar los pedidos más rápido”.
Entre uno y tres años de prisión
Los repartidores de comida no solo se exponen al peligro de los accidentes, sino a los ladrones que muchas veces llegan a robar sus bicicletas, por las que pagan casi 2.000 dólares. Entre los casos más sonados en la prensa está el de Francisco Villalba, de 32 años, quien murió tras varios disparos por resistirse a entregar su bicicleta en la noche del 29 de marzo de 2021. Muchas de estas muertes quedan impunes por el miedo de los inmigrantes a ser deportados si denuncian delitos o se ven implicados en procesos judiciales, según un informe de la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU).
Elías no quiso dejar impune la muerte de su hermano, a pesar de que le tomó cuatro años que se hiciera justicia. Según el informe policial del accidente, Yeramil Alvarez aceleró su sedán Black Génesis 2020 en la esquina de East 180th Street y Grand Concourse cuando Victorio cruzaba del oeste al este tras recoger una orden en un restaurante de la cadena Popeyes, por la que cobraría cuatro dólares.
Elías conoce perfectamente ese recorrido. En la calle Grand Concourse, donde ahora hay una bicicleta blanca en memoria de Victorio Hilario, Elías podría indicar milimétricamente cómo su hermano cruzó la calle, qué recorrido hizo, incluso el punto exacto donde cayó su cuerpo, dejando una mancha de sangre tan grande que la lluvia del día siguiente no pudo borrar.
Tras el accidente, Álvarez se dio a la fuga. Cuando después de dos años lo detuvieron en Manhattan, no fue por la muerte de Victorio, sino por conducir con una licencia suspendida. La policía supo que se trataba de la misma persona. Pagó una fianza de 75.000 dólares y salió en libertad. Ahora que el juez le da la palabra, el joven se rehúsa a dar declaraciones.
En la sala número 600, el juez agradeció a los deliveristas por “haber servido a la comunidad durante la pandemia”. Luego dictó la sentencia de entre uno y tres años de privación de libertad para Álvarez, además de la prohibición de un año sin conducir vehículos en Nueva York cuando salga de la cárcel.
Elías piensa que es una condena muy baja, pero siente que ya no tiene la rabia de hace unos años. Está en paz. El responsable de la muerte de su hermano cumplirá con la cárcel. Rubén Hilario, hermano menor de Elías y Victorio, a quien se le vio agobiado tras el juicio, asegura que no es agobio, es tristeza. “Antes siempre nos esperábamos para cenar. Ahora sentimos que siempre falta alguien en la mesa”, dice. “Me gustaría que hubiese sido una sentencia justa. No es lo que esperábamos”.
El juez sabe que a la familia Hilario le parece poca la sentencia. Incluso lo reconoce. “No pienso que el castigo que voy a dar al señor Álvarez vaya a reparar la pérdida en la familia”, dice a los presentes en la sala. “El sistema criminal de justicia de Nueva York no tiene la posibilidad de hacer eso”.
El último día en el hospital de El Bronx, cuando a Victorio Hilario lo habían declarado con muerte cerebral y su corazón se estaba apagando por segundos, sus hermanos hicieron una videollamada para que sus padres pudieran despedirse desde México. El padre le pidió que lo disculpara. “No pude darte lo que necesitabas porque somos pobres”, le dijo el señor Félix Hilario Cruz, de 82 años. “Si yo hubiese tenido lo que necesitabas no te hubieras ido, y estarías acá conmigo”.