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La presidenta “débil”, más fuerte que nunca 

Es comprensible que la oposición y la crítica magnifiquen los deslices del grupo gobernante y en ocasiones incluso inventen situaciones para llevar agua a su molino

Con Andrés Manuel López Obrador sucedió y con Claudia Sheinbaum está sucediendo. Son tales las ganas de la oposición y de los medios críticos de que en algún momento comience a perder piso el Gobierno de la Cuarta Transformación, que terminan anunciando inminentes desplomes que nunca se concretan. Cada escándalo mediático es, ahora sí, el principio del fin, trátese del sorteo de un avión sin avión, los viajes de un connotado morenista o las deleznables prácticas de Adán Augusto López.

Es comprensible que la oposición y la crítica magnifiquen los deslices del grupo gobernante y en ocasiones incluso inventen situaciones para llevar agua a su molino. El problema es cuando la fe en el supuesto desplome les exime del trabajo de construir propuestas viables para defender su proyecto de país de cara a los ciudadanos. La oposición gasta tanto tiempo y recursos en detectar y divulgar evidencias de la caída, que se ha olvidado de construir una alternativa respecto al grupo gobernante. Como si solo bastara regresar al pasado y nada hubiese sucedido con el voto de castigo en 2018 de las mayorías empobrecidas, o como si el mundo fuera el mismo que hace diez años.

La debilidad que le atribuyen a Claudia Sheinbaum es una de estas invenciones. Si la lectura es que la fuerza de la presidencia se está diluyendo y la “realidad” más temprano que tarde los sacará de Palacio, qué necesidad de ponerse a construir otra cosa. Por desgracia para ellos, el análisis concreto no ofrece ningún asidero a tal presunción; más bien demuestra lo contrario.

Lo que no están percibiendo es que la presidenta del segundo año tiene más poder que hace 14 meses. Cuenta con varios botones y palancas en el tablero de mando que no tenía o no estaban diseñados a su estilo de conducción. El Gabinete, la mayoría constitucional en el Congreso, el poder judicial, la Suprema Corte y ahora la Fiscalía.

Empecemos por el gabinete que arrancó el 1 de octubre del año pasado. Se trataba, sin duda, de un equipo de transición a medio camino entre las necesidades de concretar las últimas tareas del primer piso de la 4T y las piezas fundamentales para arrancar el segundo piso. Sin prisas, Claudia Sheinbaum hizo lo necesario para colocar los cuadros con los que se siente más cómoda y empezó por los tres ámbitos que más urgían: Economía, Seguridad Pública y Salud. Se reemplazó al secretario de Hacienda, al titular de la Unidad de Inteligencia Financiera, al presidente de la Comisión Nacional Bancaria y sobre todo a segundas parrillas claves para la operación en materia de finanzas públicas.

Por lo que toca a Seguridad Pública, resulta evidente el “empoderamiento” de Omar García Harfuch. No solo en el sentido de que ha podido colocar sus cuadros en las posiciones estratégicas, también en los ajustes legales para darle atribuciones y capacidades. En última instancia, el poder tiene que ver con la eficacia. Sin duda, el liderazgo de López Obrador era inmenso y eso incluía a las Fuerzas Armadas y a las agencias de seguridad. Pero las rivalidades y la descoordinación limitaban ese poder. Marina, Defensa, Hacienda, la UIF, Seguridad Pública, la Fiscalía, tenían su propia agenda; aun cuando todas ellas se disciplinaban ante el presidente, los resultados en conjunto eran mucho más limitados que lo que hoy puede hacer García Harfuch en materia de inteligencia, investigación y operación, con atribuciones que cruzan horizontalmente a todos estos ámbitos. En ese sentido, los alcances de Sheinbaum son mayores que los de López Obrador.

Lo mismo puede decirse en materia de Salud Pública. El cambio de cuadros ha sido radical y los pocos que han repetido, Zoé Robledo en el IMSS entre ellos, lo consiguieron gracias a su disposición para acoplarse al nuevo estilo presidencial.

Se afirma que varios secretarios son una especie de cuña de López Obrador, particularmente la titular de Gobernación, Rosa Icela Ramírez. Otra leyenda “urbana”. En 2018 Sheinbaum la ascendió convirtiéndola en su secretaria de Gobierno durante los primeros dos años de su gestión como jefa del Gobierno de Ciudad de México. De allí salió para apoyar al gobierno federal de López Obrador. Al terminar el sexenio del tabasqueño, Sheinbaum la recupera exactamente para la misma tarea que le ofreció seis años antes. Marcelo Ebrard o Juan Ramón de la Fuente tampoco están allí porque le deban algo a López Obrador; se mantendrán en el puesto mientras sean eficaces para la gestión del segundo piso de la 4T. Algo que Ebrard ha entendido perfectamente y le ha llevado a alinear su agenda con la de la presidenta.

Para efectos de gobernanza quizá lo más significativo para un mandatario es su relación con el poder legislativo, su capacidad de cambiar leyes. López Obrador “disfrutó” de una mayoría constitucional solo durante un mes, el último. Sheinbaum la habrá tenido en los primeros tres años, al menos. Ahora se olvida que varios de los proyectos del tabasqueño fueron rechazados en el Congreso o en la Suprema Corte, un problema que Claudia Sheinbaum no padece ni padecerá. Lo que sí ha sucedido es que el apresuramiento en la elaboración de proyectos de ley, la torpeza de los legisladores de Morena o la intensidad de la reacción de actores sociales, han llevado a la presidencia a matizar y en algún caso a postergar. Una actitud prudente que refleja la complejidad de la sociedad mexicana y los tiempos que vivimos, y el deseo de Sheinbaum de no dar pie a una imagen autoritaria.

Se ha querido leer en ello una especie de desacato dentro de Morena al poder del ejecutivo, pero esa es otra leyenda. Si algún gobernador o un coordinador legislativo pretendió desafiar su liderazgo en las primeras semanas, pronto entendió que era el camino más rápido para cavar su tumba política. Y tampoco es poca cosa que Sheinbaum haya arrancado con 24 gobernadores de Morena, López Obrador tenía media docena al inicio de sexenio.

Por lo que respecta a Morena, el peso de López Obrador sobre el movimiento es irreproducible. Pero a ella le basta con ser percibida durante sus seis años como la líder en funciones y la obradorista número uno tras el retiro del fundador.

El poder de Sheinbaum no es absoluto ni mucho menos. Ningún poder presidencial lo es en tiempos de globalización y dominio de las fuerzas del mercado. Los desafíos para su Gobierno están en otro lado, por más que la calentura mediática y los hábitos locales sobredimensionan lo político. Tormentas habrá, sin duda, pero Claudia Sheinbaum tendrá para enfrentarlas el control sobre un aparato político que ningún presidente ha tenido en medio siglo, incluyendo a López Obrador. Ojalá eso alcance para el verdadero problema: el económico, pero esa es otra historia.

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