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El ‘delirium’ opositor

Salinas Pliego trata de presentarse como un perseguido en lugar de lo que es: el deudor travestido en víctima

Dicen que, en el umbral de la vida y la muerte, la mente se extravía. Se nubla, se desorienta. En esas horas finales —cuando los órganos fallan y el aire no alcanza al cerebro— se produce lo que los médicos llaman delirium.

El desvarío que la oposición mexicana est...

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Dicen que, en el umbral de la vida y la muerte, la mente se extravía. Se nubla, se desorienta. En esas horas finales —cuando los órganos fallan y el aire no alcanza al cerebro— se produce lo que los médicos llaman delirium.

El desvarío que la oposición mexicana estrenó la semana pasada evoca el trance final de un cuerpo que agoniza.

Hace unos días, vimos a Ricardo Salinas Pliego dar el banderazo de salida al movimiento bautizado —con magnífica ironía, diría Borges en su Poema de los Dones— Anticrimen y Anticorrupción.

Una asamblea de personajes desgastados. Los últimos fulgores de una dañina existencia pública que se obstina en perdurar.

No es ocioso aquí recordar dos de los infinitos escándalos que retratan a Ricardo Benjamín. Primero, Fertinal: donde Pemex terminó rescatando al millonario. Segundo, el aprovechamiento del desmantelamiento de Mexicana de Aviación que le dejó deudas exorbitantes con la Hacienda Pública.

Hoy, el nuevo Poder Judicial amenaza con saldar al menos una de las viejas cuentas. El pecado aguardó paciente el regreso del ejecutor.

Con esa loza al hombro, nuestro moderno Pípila convocó a sus colaboradores —una procesión en la que cada figura resulta más cuestionada que la anterior— para fundar un movimiento contra la administración en turno.

No he logrado definir si el cálculo merece el calificativo de obvio o de burlesco. El millonario busca encarecer el costo político de sus deudas y presentarse como un perseguido en lugar de lo que es: el deudor travestido en víctima.

En esa lógica inexorable del todo o nada —all in, le llaman— Salinas Pliego recurrió a sus empleados para pronunciar un mensaje de evidente remitente. Te digo Juan para que me escuches, Pedro.

En su sombría reunión proclamó que la miseria no está lejos. No es difícil suponer que se refería a la propia. Más tarde sentenció que México es un país de mantenidos, con la vaguedad suficiente que permite conjeturar que aquello era un autorretrato.

El cálculo del concesionario de la televisión pública es ruin y desleal, aunque no inesperado en él ni en los suyos. Entre sus filas figura María Amparo Casar, señalada por irregularidades millonarias, mientras encabeza una institución que presume combatir el cohecho.

Repítase en cámara lenta: la presidenta de una asociación que denuncia la corrupción.

Hasta ahí, todo mal, pero resta lo peor. El millonario que edificó su fortuna sobre el esfuerzo de los desposeídos ha fundado un movimiento que descansa en el embuste como herramienta política.

Se sostiene en mentiras galopantes que amenazan con herir de muerte el diálogo democrático: el espacio en donde aún podemos mirarnos de frente y hablarnos.

En el discurso inaugural de su pequeño movimiento erigió la primera de sus falsas dicotomías. Se proclamó vida frente a la muerte, propiedad frente al despojo, libertad frente a la esclavitud, verdad frente a la mentira.

Uno podría echarse a reír ante el falso binario, pero la impostura inquieta. Tras la caricatura habita una amenaza seria: la degradación de la conversación pública.

Basta un vistazo rápido a los canales de su concesión inmerecida y a los desafortunados cuadros caídos bajo su sombra para escuchar el mismo estribillo: que Morena es un narcogobierno, que la deuda del último paquete fiscal es exorbitante, que México será Cuba.

La primera acusación supone que el Gobierno entero se encuentra subordinado al crimen organizado. Nadie sensato aceptaría la premisa de que toda la administración es un ente criminal. La segunda ignora los hechos: México mantiene niveles de deuda más bajos que muchos países de la OCDE y el último paquete fiscal solo plantea aumentos moderados. La tercera, finalmente, incurre en la simplificación más burda: asimilar a todas las izquierdas y borrar la compleja y dolorosa historia de la isla.

Son fantasmas que cualquier debate honesto optaría por no nombrar.

Alarmas que revelan más su hambre de poder que patriótica preocupación.

Gritos que pintan un mundo distópico, parido por la ambición o la visceral asimilación de haber sido vencidos.

Con ello, Ricardo Salinas Pliego y sus —escasos— aliados, hieren de muerte al principio más elemental de nuestra convivencia democrática: no mentirnos. La posibilidad de vernos como adversarios dignos y no como enemigos a exterminar.

Mentir de esa forma es un boleto sin vuelta. Un punto de inflexión que precipita al debate democrático en una pendiente vertiginosa. Radicaliza la conversación. Empobrece el presente e hipoteca el futuro. Nos arrastra de vuelta a un indeseable mundo primitivo.

El movimiento lanzado por Ricardo Salinas Pliego lo ha dejado claro: Morena —con todos sus errores— continuará arrancando a millones de la pobreza, mientras la oposición se obstinará en el empobrecimiento de su deslucida historia.

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