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Sheinbaum: la mujer política pública

Los positivos con que Sheinbaum aventaja a López Obrador se explican en una doble causa: lo que a ella le sobra y lo que falta de él

La vasta mayoría de los mexicanos —ocho de cada diez— aprueba a la mandataria que rindió cuentas de sus iniciales once meses de gobierno.

Falta de carisma, le decían.

Calca, le siguen llamando algunos despistados que ironizan nombrando al primero de Sheinbaum el séptimo de Obrador.

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La vasta mayoría de los mexicanos —ocho de cada diez— aprueba a la mandataria que rindió cuentas de sus iniciales once meses de gobierno.

Falta de carisma, le decían.

Calca, le siguen llamando algunos despistados que ironizan nombrando al primero de Sheinbaum el séptimo de Obrador.

Las mismas encuestas, de la misma encuestadora (Enkoll) y en el mismo espacio temporal —antes del informe inaugural de Gobierno de cada mandatario— trazan la primera diferencia: Sheinbaum es más popular que Andrés Manuel. 79% es mayor que 73%.

Salvo unos desleales que insisten en brillar fosforescente, el movimiento también cierra filas a su espalda. El aura que antes rodeaba al mandatario y que ahora la envuelve a ella no proviene de milagro o sucesión: nace del simple y obstinado acto de caminar.

Ya lo advertía Zepeda Patterson: que la buena y la mala noticia son la misma. Que una Sheinbaum no equivale a un Andrés.

Los positivos con que la gobernante aventaja al tabasqueño se explican en una doble causa: lo que a ella le sobra y lo que falta de él. Sheinbaum no genera el miedo ni la bronca que él despertaba. Ello permitió una transición mansa, estirada. El gráfico lo resume en una figura sencilla: una curva dormida que, en el último tramo, se levanta.

Claudia Sheinbaum no es lo mismo. Es algo mejor. Lo del sello propio no era simple eslogan.

En el informe inaugural de la primera de nosotras, Sheinbaum desafió al pasado. El país que, hace treinta años, afirmaba que el puesto más inapropiado para una mujer era la presidencia de la República, escuchó por vez inicial la rendición de cuentas con una comandanta suprema al mando.

Después dejó atrás lo femenino para volver a lo plural. Habló del movimiento. De los millones que ella encarna. Y a quienes incomode el tono de la mandataria —al asumirse como líder y parte de un cuerpo plural— conviene recordarles que Sheinbaum no hablo de Morena, sino del humanismo: el movimiento que es rumbo nacional. Un proyecto nacionalista, de industrialización, de redistribución de riqueza y de expansión de derechos.

El proyecto popular de Obrador avanza en la figura de Sheinbaum, lo que permite afirmar que el poder no ha cambiado, aunque haya transitado a diferentes manos.

Si a eso le llaman calca, no han estado prestando atención.

Andrés Manuel López Obrador —y sus millones menos en la pobreza— aparecieron en tercer orden durante el primer balance. La leal heredera sabe que primero va lo colectivo y después lo individual. Lo que en la toma de protesta fue inaugural; once meses después comienza a correrse a otro sitio.

El informe primero de la primera mandataria confirma lo intuido. De la principal característica personal de la presidenta —antes olfateada— hoy existen palpables pruebas: es científica, devota de los datos. Sheinbaum —que recordó a los asistentes no venir a rendir cuentas con palabras vacías sino con resultados— ha elegido distinguirse menos por la retórica que por la solución. Su singularidad radica en ese desvío: la política entendida como el arte de la ejecución.

Sheinbaum es la mujer política pública. Mientras López Obrador convenció de girar hacia el cambio, ella conduce con la doble fuerza de la eficiencia técnica y la consistencia ideológica.

No sorprende que las críticas que inundan la prensa nacional no apunten a Sheinbaum, ni a su administración, sino a morenistas descarrilados. Como el presidente de la mesa directiva de la Cámara de Diputados —de inexplicable fortuna y de apellido Gutiérrez Luna— encargado de recibir el reporte inicial de la Presidenta en sus turbias manos.

En su rendición de cuentas inaugural, Claudia Sheinbaum habló de lo que está en el centro: las políticas públicas que repercuten en la vida de la gente. Allí donde las críticas no la alcanzan. Allí vive su verdadera lealtad al proyecto popular.

Los reproches que antes eran institucionales hoy recaen sobre individuos concretos.

La mujer política pública —la que ensaya una solución para cada problema— ovacionó también dos desafíos feroces que, antes de dejarnos, deberá resolver: la reforma judicial y la atención a la corrupción.

En lo relativo a la justicia deberá ajustar los engranajes para cumplir lo prometido: reformas legales para mejorar las métricas de su impartición. Ese reconocimiento a la reforma judicial —hoy liso y llano—habrá de recordarse junto al que, meses atrás, la Presidenta hizo sobre la necesidad de corregirla.

En materia de corrupción, la Presidenta sabe que la amenaza no es ajena ni es abstracta: ronda su propio partido. Y que las acciones preventivas de la Secretaría Anticorrupción y Buen Gobierno son cerco de paja para el hambriento animal.

A quien recordó a los asistentes no rendir cuentas con palabras huecas, le quedan cinco balances para dar sustancia a lo dicho. Aquí ha quedado a deber.

Así, el año inicial de Claudia Sheinbaum avanza con lealtad ideológica y con métricas claras que consolidan su propio poder: su sello propio.

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