Tenemos que hablar de Claudia
El valioso tiempo de la presidenta electa se fue en festejos de Andrés Manuel López Obrador por la República. Su gabinete sirve para jugar adivinanzas sobre quién realmente es de ella
La transición le ha sido robada a su dueña natural. El periodo entre la cita electoral y la asunción de la nueva presidenta devino en confeti marchito en una metamorfosis que tiene responsable, ese que no quiere que se deje de hablar de él. Es hora de recuperar el rumbo.
Las presidencias no nacen, se construyen en un proceso que si bien no garantiza buenos resultados al menos pretende cimentarlas de la manera que mejor resistan las tormentas y los jaloneos entre la tripulación, donde sobran quienes futurean con su derecho al timón.
Los primeros pasos de la presidencia de ...
La transición le ha sido robada a su dueña natural. El periodo entre la cita electoral y la asunción de la nueva presidenta devino en confeti marchito en una metamorfosis que tiene responsable, ese que no quiere que se deje de hablar de él. Es hora de recuperar el rumbo.
Las presidencias no nacen, se construyen en un proceso que si bien no garantiza buenos resultados al menos pretende cimentarlas de la manera que mejor resistan las tormentas y los jaloneos entre la tripulación, donde sobran quienes futurean con su derecho al timón.
Los primeros pasos de la presidencia de Claudia Sheinbaum fueron hace mucho. Más que colaborar en el Gobierno del Distrito Federal de Andrés Manuel López Obrador, ella fue ejemplo de adhesión acrítica, de lealtad a cuanto el líder dispusiera en las aventuras políticas.
Bastante del 2 de junio se explica en cosas ocurridas dos décadas atrás. La alumna más adelantada del tozudo tabasqueño supo quedarse con la candidatura obradorista, desbancando a varios que le aventajaban en oficio político y falta de escrúpulos.
Leyó mejor que nadie que el movimiento construido por Andrés Manuel ansiaba continuidad y un relevo generacional para cerrar la puerta a los contemporáneos del creador de Morena, que ya se sentían autorizados para, ex ante, anunciar mejoras al modelo.
Sheinbaum disimuló su falta de colmillo con una intuición precisa. Coló su precampaña, y el proceso formal lo mismo, en ese espacio libre de turbulencias que López Obrador dejaba al romper cada mañana el viento de las resistencias de adversarios y críticos. Así pedaleó firme hasta la meta.
Una estrategia triunfadora en la campaña, sin embargo, ha de ser solo un peldaño más de la maduración de la ‘persona’ presidencial. Ya México atestiguó demasiados candidatos que a las primeras de cambio demuestran que carecen de madera de gobernante.
Porque nada se compara con Palacio. Alguien pudo ser un solvente gobernador y pasar a la historia como un extraviado en los pasillos del poder nacional. La moraleja incluye a quien ostentara la capital. Y es que ni los secretarios de Estado están listos con un ascenso así.
De ahí la importancia de la transición, un tiempo precioso para ir al cuarto de máquinas, un periodo de gracia para realizar ajustes a la titular y al equipo que han de tomar las riendas de una diligencia que cobra caro el detenerse o cualquier titubeo en el sinuoso camino.
Como no necesariamente lo que sirvió en la campaña es útil a la hora de gobernar, y menos si la sombra del líder sirvió de manto protector en los embates de otros factores de poder, es que la transición se vuelve crucial para que quien gana redefina alianzas y fije sus reglas.
Guardada en el baúl la simplona mercadotecnia electoral, era en esos meses cuando las y los mexicanos comenzaban realmente a calibrar el talante de su nuevo líder. El plató principal se le iba cediendo para que, aún sin jurar el cargo, pudiera foguearse bajo el spot principal.
Empero, a días de una inauguración presidencial histórica, y no solo porque se trata de la primera mujer en ocupar el máximo cargo, un hito del que la nación entera ha de congratularse, las dudas que más se oyen es quién es Claudia y cómo será en el cargo de presidenta.
Así de abusivo ha sido el comportamiento de López Obrador en los cuatro meses desde la elección en donde Sheinbaum convenció a millones más que los que votaron por él hace seis años. El presidente sofocó el impulso de la ganadora y la ha tenido secuestrada.
Claudia resiste excesos de quien se rehúsa a compartir el poder. Ahora está claro que aquel beso y aquel abrazo, nada republicanos, de Andrés Manuel al recibirla en público por vez primera tras el 2 de junio eran adelanto del estrujamiento al que la sometería por meses.
Forcejeo es el término que define la relación entre el mandatario saliente y la que con toda legitimidad ha de asumir el cargo el 1 de octubre. O quizá es demasiado generoso ese término. Imposición parece más exacto. De equipo, de agenda y, por supuesto, de hoja de ruta.
El valioso tiempo de la presidenta electa se fue en festejos de Andrés Manuel López Obrador por la República. Su gabinete sirve para jugar adivinanzas sobre quién realmente es de ella. El Congreso ni a eso llega: ¿alguien con influencia es suyo ahí?, y de remate lidiará con el junior en Morena.
¿Hace falta mencionar que el ‘Plan C’ fue diseñado como camisa de fuerza, más que ante una eventual victoria opositora, para conjurar el zigzagueo que tanto teme López Obrador? Es un libreto para que en su movimiento solo se ejecute su visión, y nunca la de nadie más.
En ese marco asumirá la presidencia Claudia Sheinbaum. Lo único bueno es que la grotesca galería de imposiciones fue a la luz del día y nadie tiene pretextos para no hacerse cargo de que hay una situación anómala que ha de ser corregida a la brevedad y entre todos.
Ya que le fue conculcado su derecho a construir en primera persona el prólogo de su presidencia —ella y la prensa hablan sobre lo que dijo López Obrador, lo que hizo López Obrador, lo que cree López Obrador…—, sus votantes y la opinión pública ha de romper el hechizo y dejar de girar en torno a él.
Es tarde, mas es lo que hay. Mejor aprovechar estos días para recordar quién es Claudia Sheinbaum, qué propuso para México, cuáles son sus credenciales lucidoras y cuáles sus áreas de oportunidad. Quién es la presidenta y cómo ha dicho que va a gobernar… sin Andrés Manuel López Obrador.
Hoy, cada minuto cuenta para la obligación de ordenar, blindándola del maniqueo y estéril ruido mañanero, la lista de retos que México enfrenta en un mundo de conflictos con armas digitales que cobran vidas inocentes y una inestable economía global.
Hay que volver al 3 de junio. Hacer ese esfuerzo simbólico. Recordar la euforia por el triunfo contundente de Claudia Sheinbaum y fijar en ella, como es obligado, el nuevo eje del poder. Defender su derecho a ser presidenta en primera persona porque eso fue lo que se votó.
La continuidad de un proyecto si ha de ser virtuosa debe permitir su adaptación a las coyunturas que vayan surgiendo. Para tal empresa se eligió a la más capaz y es obligado corresponder a su triunfo con la renuncia a tutelarla.
Aunque en el movimiento haya quien se lo regatee, esos millones de votos son de esta obradorista 100% de izquierda, líder estudiantil y académica, con auténticas raíces progresistas, hija del mérito y a quien le nació la conciencia mucho antes de conocer a López Obrador.
Tenemos que hablar de Claudia para no ser cómplices de una operación que pretende encasquetarle una presidencia a modo. Hablar de ella como obligación democrática. Fijarse en ella, aunque parezca obvia la razón: se ganó el derecho a ser la presidenta.
El gris espectáculo de la transición ha de ceder el espacio a un momento estelar. No solo la llegada de la primera mujer presidenta de México, sino su conversión en la única voz y motivo para el debate, en la brújula indiscutible del norte que toca perseguir entre todos.
Tenemos que hablar de Claudia Sheinbaum.
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