El pequeño, pequeño priista
En 2032, Alito Moreno estará por agotar su tercer periodo al frente del PRI, en caso de que este sobreviva a sus caprichos y atropellos. Quién diría que ese pequeño priista iba a poner en jaque al dinosaurio
En el 2032 Claudia Sheinbaum ya no será presidenta de México. Su sucesor(a) estará acercándose a la mitad de su propio sexenio. Joe Biden, o Donald Trump, habrá concluido su segundo periodo al frente del Gobierno de los Estados Unidos. Taylor Swift habrá cumplido 42 años. Y Alejandro Alito Moreno estará por agotar ―si es que la salud o algún otro imponderable no le falla― su tercer periodo al frente del Partido Revolucionario Insti...
En el 2032 Claudia Sheinbaum ya no será presidenta de México. Su sucesor(a) estará acercándose a la mitad de su propio sexenio. Joe Biden, o Donald Trump, habrá concluido su segundo periodo al frente del Gobierno de los Estados Unidos. Taylor Swift habrá cumplido 42 años. Y Alejandro Alito Moreno estará por agotar ―si es que la salud o algún otro imponderable no le falla― su tercer periodo al frente del Partido Revolucionario Institucional, en caso de que este sobreviva a los caprichos y atropellos de este priista insustancial. Quién diría que ese pequeño priista, que se presenta con diminutivo, iba a poner en jaque al dinosaurio.
Según el panista Carlos Castillo Peraza, los mexicanos ―priistas o no― tenemos un pequeño priista dentro. Ese pequeño priista nunca ofrece y siempre pide, incluso, arrebata; el pequeño priista es codicioso, acumula riqueza y protege su coto de poder, por limitado que sea. Alito Moreno resultó el priista más pequeño de todos, su caricatura, la definición puntual del mañoso y el último en la cadena de los responsables que allanaron el camino del refrendo a Morena y a su candidata presidencial.
Alejandro Moreno Cárdenas se afilió al PRI en 1991, verde, a sus 16 años. Después de una década de cumplir con una serie de deberes partidistas menores, ingresó a la Cámara de Diputados y después se convirtió en el priista más joven en alcanzar un asiento en el Senado de la República, sin más mérito que haber hecho genuflexiones múltiples frente al político adecuado. En 2012 volvió a la cámara baja y tres años después, en 2015, fue electo gobernador de su estado natal, Campeche. Pero ni con la investidura dejó de ser Alito. Por eso a nadie extrañó que abandonara la silla para dirigir su partido, y le gustó tanto que decidió eternizarse.
Alito Moreno enmendó las reglas partidistas de manera irregular para extender su periodo, que finalizaba en 2023. Tenía un buen pretexto: las elecciones de 2024, en las que todo se inclinaba a favor de Morena, no ofrecían el mejor momento para relevar a la dirigencia. Protestaron personalidades del priismo, ayudó la negligencia de las autoridades electorales. Cientos de militantes abandonaron las filas del tricolor junto con el exsecretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, y Claudia Ruiz Massieu, excanciller y expresidenta del partido.
Alito fue exhibido como tramposo por sus excompañeros y como bandido por su sucesora en el gobierno local, Layda Sansores. Lo suyo no era ser un pobre político: mientras gobernaba el estado se hizo de una veintena de propiedades, entre ellos una fabulosa mansión que construyó con desenfreno.
No conforme, en 2021, Alito Moreno, que tenía doble encargo --dirigente nacional y diputado federal-- destapó sus aspiraciones a la Presidencia de la República. Jugó con la candidatura, pero dejó pasar a Xóchitl Gálvez a sabiendas de que no tenía oportunidad, y de que él sería senador y dirigente, doblete otra vez.
Alito no conserva inalterado el ADN priista: no tolera el disenso, le disgusta la deliberación, soporta a sus rivales, siempre y cuando los controle; no está cómodo en la oposición (se inclina hacia el gobierno), concibe el poder de manera piramidal, con él en la punta, no admite nada por encima de la subordinación al jefe (por eso él debe ser el jefe). Pero carece de la eficacia priista --salvo para torcer estatutos, convocatorias y asambleas--, y tampoco tiene empaque ideológico o respeto político e intelectual.
Fuera de sus incondicionales, solo unos cuantos confían en Alito Moreno. Los morenistas deben hacerlo, por los favores políticos del pasado y los que se anticipan. Y Claudio X. González que, en su ofuscación antiobradorista, cree que el PRI de Alito puede hacer aportaciones “a las fuerzas opositoras partidistas y de la sociedad civil organizada para detener la deriva autoritaria morenista”. Es gracioso el llamado a Alito a defender la democracia, la libertad y las instituciones (al margen del PRI, claro).
Le quedan al priismo dos gobiernos estatales: Durango y Coahuila. Esteban Villegas y Manolo Jiménez ganaron sus elecciones a pesar de Alito Moreno. Ambos han pintado la raya frente a su “líder” y han anunciado que se incorporarán al sistema de salud creado por Andrés Manuel López Obrador, un límite que habían puesto los gobernadores opositores ―azules y tricolores― al mandatario.
El PRI secuestrado por Alito tiene poco qué obsequiar. Hay una fila de fuerzas políticas formadas para complacer a Morena y a su próxima presidenta. Descontando al PAN, que conserva con timidez el espíritu opositor, va primero el Verde, segunda fuerza en la Cámara de Diputados. Después el Partido del Trabajo, que antes fue una organización marginal. Atrás viene el PRI, que cayó hasta el quinto sitio por su exigua votación. Ya no será necesario que Alito se apresure a votar nuevas reformas con Morena, en una reedición de aquel pacto legislativo denominado PRIMOR, y que al campechano le dejó otro mote, el que da cuenta de su descaro: Amlito.
Alito Moreno provocó desprecio entre aliados y adversarios. “Se va a contener”, pensaron sus compañeros priistas, hasta que desafió el mayor de sus mandamientos, la no reelección. Entonces fueron los dinosaurios los que anunciaron la muerte del PRI. Pero el PRI no va a expirar. Morena lo necesita para alimentarse. Alito Moreno, el pequeño priista, lo mantendrá vivo y coleando para Morena. Y sobre todo para sí.
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