Votar cansa

Al acto de votar lo llaman “La fiesta de la democracia”, pero qué quieren: a mí me recuerda más a la fila de la vacuna

Ciudadanos esperan para votar en la alcaldía Milpa Alta, en Ciudad de México, el 2 de junio.Nayeli Cruz

Bajo un sol que hostiliza la piel ya a las nueve y quince de la mañana, las filas parecen cortas, pero no se mueven. “Es que faltaron dos funcionarios”, comenta al aire una chica que acaba de tener una charla con una nerviosa funcionaria de casilla a la que pidió explicaciones del impasse. “Todavía no ha votado nadie”, susurran los que llegaron antes de la hipotética hora de apertura y siguen ahí, de pie. Los presentes forman todo un mosaico humano. Deportistas sudados, unas monjas, damas de cabellos blancos impolutos, chamacos con audífonos, una pareja de dos hombres muy efusivos, acom...

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Bajo un sol que hostiliza la piel ya a las nueve y quince de la mañana, las filas parecen cortas, pero no se mueven. “Es que faltaron dos funcionarios”, comenta al aire una chica que acaba de tener una charla con una nerviosa funcionaria de casilla a la que pidió explicaciones del impasse. “Todavía no ha votado nadie”, susurran los que llegaron antes de la hipotética hora de apertura y siguen ahí, de pie. Los presentes forman todo un mosaico humano. Deportistas sudados, unas monjas, damas de cabellos blancos impolutos, chamacos con audífonos, una pareja de dos hombres muy efusivos, acompañados por un perrito que lleva los colores del arcoíris en la pechera. No evito pensar que aquello parece un anuncio del INE para apuntalar el lema “la democracia es de todos” o algo así.

Mi fila, que corresponde a una urna contigua, comienza a moverse. La casilla básica sigue paralizada y quienes esperan ante ella nos miran avanzar a los vecinos con una mezcla de fastidio y envidia. La funcionaria electoral sale a la banqueta para solicitar a grito pelón algunos voluntarios que sustituyan a los ausentes. Un par de personas, mujer y hombre, jóvenes los dos, se ofrecen. Salen de la fila y no vuelven. La funcionaria regresa, anuncia que el staff ya está completo y ha iniciado actividades la casilla básica. Hay un amago de aplauso que se esfuma cuando la mujer nos regaña a los demás, porque no nos ofrecimos a participar. “Como sociedad, aquí nos sacamos un cero en civismo”, dice ella, sombría. “Mejor apúrese con la casilla y regañe a los que la dejaron plantada, porque mucho hacemos nosotros aquí paradotes”, replica una mujer ya mayor, a la que su hijo cubre con una sombrilla del sol incontestable. Voto unos minutos más tarde y me voy. Ahora las filas son bastante más considerables que cuando llegué.

Una hora después estoy formado de nuevo, no porque esté planeando sufragar dos veces para macular la santidad de la democracia electoral mexicana, sino porque acompaño a mi hija menor, que acaba de tramitar su credencial y votará por primera vez en la vida. Son las diez y las filas no han dejado de crecer. Hay una multitud serpenteante y muchas discusiones. Una mujer lleva una hora formada en una línea, pero le tocaba otra y anuncia que no piensa comenzar de nuevo y “háganle como quieran”. Parece que el método de exponer afuera de las casillas grandes lonas en las que se explica a quién le toca votar y en donde, bajo un sistema alfabético muy simple, no queda claro para muchos en un país en el que casi nadie lee. Un astuto vendedor de tejuino (una bebida fresca de maíz fermentado, que es endémica de Jalisco) está apostado justo al lado y se cubre de oro expendiendo a diestra y siniestra vasitos coronados, además, por nieve de limón.

Mi hija, a la que no entusiasmó ninguna de las campañas, sale de votar y anuncia que lo hizo en favor de Layne Staley, el difunto cantante de la banda de grunge Alice in Chains. Se le queda viendo feo un sujeto de unos cincuenta y muchos, que es el vivo retrato del gallo con una coletita de cabello humano del inmortal meme conocido como “¡Pongan Caifanes!”. Yo lo miro feo a él, en respuesta, y el señor “¡Pongan Caifanes!” se concentra mejor en su celular.

La última fila es la del tejuino con nieve, que se consuma rápidamente. Estamos a 36 grados, hay que caminar unas calles de vuelta a casa y a merced del sol tremendo, que nos devora en tiempo real. Al acto de votar lo llaman “La fiesta de la democracia”, pero qué quieren: a mí me recuerda más a la fila de la vacuna.

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