El error de Claudia Sheinbaum
Xóchitl Gálvez ganó el pleito y la morenista ganó el debate, pero al mismo tiempo perdió una extraordinaria posibilidad de ganar por goleada. Equivocó la estrategia
Xóchitl Gálvez ganó el pleito y Claudia Sheinbaum ganó el debate, pero al mismo tiempo perdió una extraordinaria posibilidad de ganar por goleada. Equivocó la estrategia.
Y es que Sheinbaum nunca le ganará a Xóchitl Gálvez en un duelo de epítetos, en el pleito callejero. De entrada, es un asun...
Xóchitl Gálvez ganó el pleito y Claudia Sheinbaum ganó el debate, pero al mismo tiempo perdió una extraordinaria posibilidad de ganar por goleada. Equivocó la estrategia.
Y es que Sheinbaum nunca le ganará a Xóchitl Gálvez en un duelo de epítetos, en el pleito callejero. De entrada, es un asunto de personalidades y de estilos. En el intercambio de insultos, va a ser más contundente la mujer que no tiene empacho en disfrazarse de dinosaurio en el Senado (inimaginable en Claudia), que se ufana de decir malas palabras, monta show para firmar con sangre, que rompe reglas de educación o civilidad molestando mientras la otra expone, que le habla de tú y provoca personalmente a su rival.
Segundo, Claudia Sheinbaum es la candidata del partido en el poder, eso la hace más vulnerable frente a la crítica por la facilidad que un opositor tiene para exhibir lo que no funciona. La mala noticia siempre tiene más rating que la buena, como demuestra la viralidad de los comentarios negativos en las redes sociales. Abrir su presentación aludiendo a los males del neoliberalismo, como lo hizo Sheinbaum, coloca la disputa en un terreno desventajoso de entrada. Gálvez simplemente tiene que seleccionar aspectos negativos de lo que hoy está sucediendo, algo que le “hará sentido” a los espectadores, sea inseguridad, salud o corrupción misma, porque forma parte de la realidad, incluso si se trata de una denuncia sesgada o desproporcionada. Para contraatacar, Claudia Sheinbaum tuvo que remitirse a Calderón, que gobernó hace 12 años.
Tercero, el sentido común puede equivocarse, pero suele ser un destilado de la experiencia. Y el sentido común en política señala que un candidato que lleva una amplia ventaja no debe hacer alusión al rival que le persigue. Y no conviene porque equivale a emparejar el piso, a ponerla al mismo nivel de importancia. Justamente de eso pide su limosna quien va atrás. Tras el primer debate señalé, en este espacio, que me había extrañado que Sheinbaum hubiera violado esa regla no escrita, aunque lo hizo con cierta mesura. Y salió bien librada no por la bondad de esa estrategia, sino por los desaciertos de Xóchitl, nerviosa y envarada. Alguien en el cuarto de guerra de Claudia asumió, incorrectamente, que había que profundizar el ataque.
Cuarto, al final la estrategia quedó a medio camino y resultó inconsistente. En el lenguaje físico y verbal, Claudia Sheinbaum nunca miró a Gálvez, ni la interpeló por nombre, como si quisiera ignorarla (siguiendo la regla de oro), pero en los hechos decidió debatirla con su insistencia en los negocios de la candidata del PRIAN cuando fue funcionaria, entre otras acusaciones. Entrar a un pleito en esas condiciones lleva todas las de perder. Mientras que la otra la acusaba por nombre, se dirigía a ella a dos metros de distancia como una boxeadora en una ceremonia de peso y profería el agresivo “contéstame”, Claudia hablaba de una candidata en tercera persona, como si no estuviera allí. Habría que recordar el enorme impacto que provocó López Obrador con su Ricky Riquín Canallín soltado en la cara de Ricardo Anaya en uno de los debates hace seis años. El tabasqueño podía hacerlo porque tenía la personalidad y el talento para moverse en esas cuerdas y gozaba de la ventaja de ser opositor de un Gobierno en descrédito.
Gálvez ganó el pleito, pero insisto en que la morenista ganó el debate, pese a todo. ¿Por qué? Porque en última instancia el verdadero propósito de los candidatos es ganar votos. Esto se desdobla en dos objetivos: asegurar el respaldo de quienes le apoyan (no perder los propios) y ganar algunos de los indecisos. Me parece que ambas consiguieron lo primero, mantener a sus conversos. No veo a un lopezobradorista modificar su voto por lo que escuchó este domingo, ni a un contrario a la 4T súbitamente convencido por lo que dijo o dejó de decir Sheinbaum. Los sondeos realizados en las siguientes horas lo confirman: cada cual vio vencedora a la candidata que apoya.
La pregunta clave, entonces, es si tras el debate alguna de ellas consiguió una cuota significativa de apoyo de parte de los indecisos. Las encuestas de los próximos días lo dirán, pero no me parece que el debate haya favorecido a Gálvez por dos razones. Uno, porque los indecisos suelen ser los menos politizados (no todos, pero la mayoría). Y muchos de ellos podrían no ver en los mejores términos a una candidata dedicada a golpear y muy poco a exponer qué haría como presidenta. Entre los mexicanos, politizados o no, hay un vago, impersonal pero sustantivo respeto a la institución presidencial, la noción de una relativa dignidad atribuida a la investidura del Ejecutivo. Me parece que los indecisos y poco politizados, muchos de ellos hastiados del escaso nivel de la clase política, no serían los primeros en inclinarse por una aspirante dedicada a insultar y sin un proyecto de país sobre la mesa.
Justamente por eso es que me parece que la estrategia de Morena resultó equivocada. No porque haya salido derrotada, sino porque perdió la oportunidad de golear. Imagínese usted lo que habría sucedido si el plan hubiera sido otro: no entrar al pleito y remitirse a mostrar realidades y proyecciones de una política de gobierno que goza del respaldo de la mayoría. Respecto a salud pública, por ejemplo: “Encontramos las cosas así, hemos realizado esto, estamos a medio camino y nos falta trabajar lo siguiente, con su voto llegaremos a tal cosa.” Un planteamiento de esta naturaleza sobre cada uno de los temas, mezclando datos, testimonios y anécdotas que remitan al apoyo popular habría sido más que suficiente.
Y, luego, el golpe de gracia. A mitad del debate, Sheinbaum habría tenido que hacer un llamado de atención y soltar algo como esto: “Quiero hacer un breve paréntesis. Me parece preocupante que esta extraordinaria oportunidad que tienen los mexicanos para conocer las propuestas de los candidatos que aspiramos a dirigir los destinos del país, sea traicionada con la vulgaridad de quien lo entiende como un pleito de vecindad. Me pregunto si ustedes desean convertir en dirigente de México a alguien que violenta las reglas asumidas por su propio partido, el PRI y el PAN, que ya es mucho decir, que interrumpe y boicotea cuando está hablando a alguien que respetó su tiempo de exposición. Yo vengo a describir la presidencia que ustedes podrían esperar si me distinguen con su voto. Esa es nuestra responsabilidad hoy. Y no voy a evadirla para contestar a una sarta de mentiras y calumnias extraídas de la desesperación del que va perdiendo. Dedicarle mi tiempo a eso equivale a rebajar la investidura presidencial a la que aspiramos sometiéndola a un duelo vulgar de epítetos e insultos propio del que no tiene otra cosa que ofrecer. Los ciudadanos no se lo merecen”.
¿Qué habría sucedido con un planteamiento de esa naturaleza?
@jorgezepedap
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