México 2024: Una elección excepcional
En el turbulento escenario político internacional, la alternancia es como una bala de plata que promete terminar con todos los males de una nación en búsqueda de un nuevo rumbo
En la última década, la transición democrática en los países de América Latina ha respetado ciertas tendencias compartidas. Desde aquella vuelta a la izquierda caracterizada por la elección de gobiernos progresistas como los de Lula da Silva en Brasil, Chávez en Venezuela, Correa en Ecuador y Morales en Bolivia, hasta el desencanto posterior que buscaba un nuevo equilibrio entre seguridad y orden que propició la alternancia ...
En la última década, la transición democrática en los países de América Latina ha respetado ciertas tendencias compartidas. Desde aquella vuelta a la izquierda caracterizada por la elección de gobiernos progresistas como los de Lula da Silva en Brasil, Chávez en Venezuela, Correa en Ecuador y Morales en Bolivia, hasta el desencanto posterior que buscaba un nuevo equilibrio entre seguridad y orden que propició la alternancia hacia gobiernos de derecha. Decisiones pendulares subordinadas al voto de castigo como herramienta de expresión electoral.
En el turbulento escenario político internacional, la alternancia se revela como una bala de plata que promete terminar con todos los males que aquejan a una nación en búsqueda de un nuevo rumbo. Ofrece un atajo. Más que un mero traspaso de poder, la alternancia política se presenta como un remedio universal capaz de solucionar rápidamente desafíos complejos. La esperanza se transforma en el arma narrativa de la contienda electoral. Un antídoto contra el hartazgo.
La ilusión que subyace a la alternancia política es explicada de forma grandilocuente por Martín Caparrós quien —para evidenciar su terror ante la eventual victoria de Javier Milei en Argentina— reconoce no haber sido nunca peronista, pero entiende la capacidad del peronismo para ofrecer condiciones de vida inéditas a millones. Asimismo, afirma que nunca fue kirchnerista, pero comprende cómo el kirchnerismo, tras una crisis devastadora, supo encontrar el discurso necesario para alcanzar el poder. Supo ver.
Discursos emblemáticos, como la promesa de Alberto Fernández en 2019 de ocuparse de los cinco millones de pobres que dejaba Macri en Argentina, el lema “Juntos: cambio, futuro y esperanza” de la coalición de Sebastián Piñera en 2010 para derrotar a Michelle Bachelet en Chile, el impacto mediático provocado en 2000 en México por Vicente Fox con su lema “Cambio que a ti te conviene” o el de 2012 de Andrés Manuel López Obrador que rezaba “El cambio verdadero está en tus manos”, revelan una táctica común en este escenario de vaivenes electorales. La oposición cimenta su campaña en los errores y vulnerabilidades del pasado. Se centra en las carencias del adversario. La promesa de cambio se entona como un mantra capaz de emocionar a los más desesperados.
En los últimos años, las elecciones en América Latina han reafirmado un arraigado credo en la alternancia política como una varita mágica capaz de transformar la realidad política, económica y social de su nación. Desde 2019, salvo Paraguay, todos los países que integran la región han optado por el cambio de partido político o coalición en el poder. México, sin embargo, se encamina a ser la excepción que confirma la regla.
Si las encuestas son indicativas, el electorado mexicano no cambiará al partido en el poder en 2024. En su lugar, la elección presidencial reafirmará la confianza depositada hace cinco años en el partido de López Obrador. Es un hecho excepcional, en toda la expresión de la palabra.
La razón va más allá de lo evidente: la materialización de las promesas del mandatario en acciones tangibles que beneficiaron a millones de mexicanos, sacándolos de la pobreza y mejorando sustancialmente su calidad de vida, al tiempo que ampliaban sus horizontes de crecimiento económico. La respuesta no se agota ahí.
En 2024, Morena se enfrentará a una oposición fragmentada, marchita, desahuciada. El PAN cuenta con una aprobación de -26%, el PRI de -42% y el PRD de -25% (Universal/Buendía). Todo esto en contraste con el abrumador 64% de Morena y aliados. Hoy los tres tristes partidos —agonizantes tras el tsunami electoral de 2018— no tienen con qué competirle al gigante. Morena ganará por dos razones. Primero: porque ha sabido vencer. Segundo: porque no existe quien le gane. La excepcional falta de alternancia del partido en el poder en México no sólo reflejará el cumplimiento de promesas de campaña por parte del presidente. Evidenciará también la descomposición notoria de un sistema tripartito que ha perdido influencia.
Con eso en mente, resulta evidente el declive de la narrativa opositora, encabezada por Xóchitl Gálvez. Persuadir a la población de que —esta vez sí— serán ellos la solución a los problemas nacionales se erige como un desafío monumental. Ante el derrotero casi insuperable que les aguarda, el pequeño David deberá conseguir mejores piedras: unas que reconozcan la indiscutible popularidad del presidente y su Gobierno y que sean capaces de complementar y enriquecer su actual gestión, más que simplemente contrarrestarla. Las balas de plata han resultado insuficientes.
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