La urgente necesidad de una crítica desde la izquierda a López Obrador
La renuncia a la crítica no solo daña a la izquierda, que se automutila al renunciar a la protección de otras víctimas, sino también daña al propio lopezobradorismo
Si ser de izquierda entraña una posición ética y un principio de solidaridad con respecto a las injusticias que sufren los débiles, los que percibimos la vida desde esta perspectiva, o al menos aspiramos a ello, estamos fallando frente al obradorismo. Arrollados por la abrumadora presencia de ese fenómeno político llamado Andrés Manuel López Obrador, hemos matizado, silenciado o puesto en pausa el ejercicio de la crítica. Con tal de no alimentar la estrategia de desprestigio que los sectores adversos ...
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Si ser de izquierda entraña una posición ética y un principio de solidaridad con respecto a las injusticias que sufren los débiles, los que percibimos la vida desde esta perspectiva, o al menos aspiramos a ello, estamos fallando frente al obradorismo. Arrollados por la abrumadora presencia de ese fenómeno político llamado Andrés Manuel López Obrador, hemos matizado, silenciado o puesto en pausa el ejercicio de la crítica. Con tal de no alimentar la estrategia de desprestigio que los sectores adversos al gobierno de la Cuarta Transformación esgrimen en su contra, con el evidente propósito de desbarrancar su proyecto social, hemos sido omisos.
Esta suerte de autoanulación es hasta cierto punto explicable. Considerando la manera asfixiante en que las élites han ejercido el poder en este país, se requirió poco menos que un milagro político para que un hombre, genuinamente interesado en mejorar la condición de los pobres, llegase a Palacio Nacional. Y no olvidar que fueron estas mismas élites y sus excesos lo que construyó, sin proponérselo, la sensación de abandono entre las grandes mayorías y la inconformidad resultante que AMLO fue capaz de aglutinar políticamente.
¿Cómo no entusiasmarse frente a la oportunidad histórica que representaba la propuesta de un cambio de régimen? ¿Cómo quedarse indiferente ante el discurso el día de la victoria o el de la toma de posesión que convocaba a los mexicanos, por el bien de todos, a mirar por fin en beneficio de los más necesitados?
Lo que no sabíamos es la factura que había que asumir en aras de esa bandera. A lo largo de los siguientes tres años el presidente fue abandonando otras agendas fundamentales para la izquierda, aduciendo escasez de recursos, necesidad de priorizar lo urgente o responder a los golpes de sus adversarios. Primero un relativo desinterés por los temas del feminismo, los derechos humanos, discapacitados, temas de género, de medio ambiente, de transparencia, de ciencia y cultura. Pero luego el desinterés transmutó al desdén y cuando la oposición detectó molestia en estas comunidades y lo utilizó políticamente en su contra, el desdén se convirtió en hostilidad.
Lo sorprendente es que se trataba de temas que habían formado parte de su programa de trabajo cuando fungió como jefe de gobierno de la Ciudad de México. Cómo y por qué tales reivindicaciones, normalmente asociadas a la izquierda, se convirtieron en banderas de la derecha, sería motivo de un análisis detallado. Pero el hecho es que este absurdo realineamiento de agendas deja a las corrientes progresistas desarmadas ante otras injusticias ignoradas. O peor aún, intentar exhibirlas nos condena a hacer el caldo gordo a grupos conservadores, algunos de ellos francamente impresentables.
Es comprensible el llamado del presidente a tomar partido en momentos en que está en franca disputa un proyecto de país. No podemos ignorar las enormes resistencias y los poderosos intereses enquistados que se oponen a la posibilidad de un cambio. Pero la respuesta a ese llamado no puede ser incondicional o exigir una obediencia ciega a las decisiones de un líder, por más que se trate de un político fuera de serie, por donde se le mire. Quien convoca también está obligado a arropar las preocupaciones de los convocados, de otra manera solo se trata de una petición de aplauso y admiración pasiva.
La renuncia a la crítica no solo daña a la izquierda, que se automutila al renunciar a la protección de otras víctimas, sino también daña al propio lopezobradorismo. Prestarse a una situación en la que todo gire en torno a la voluntad de una persona es reducir un proyecto social de muchos, una esperanza de todos, a las fobias y filias de un solo hombre.
¿Cómo quedar callado frente a la entrega de áreas completas de la administración pública a las fuerzas armadas con el argumento de que son más eficaces que los civiles?, ¿cuánto tiempo tomará para que los militares “introyecten” esta lógica y se sientan legitimados para exigir mayores espacios, con el pretexto de salvar a la patria o al menos resolver incapacidades de otros? En el ADN de los sectores progresistas de cualquier lugar del mundo hay una arraigada desconfianza a la idea de que los soldados participen en la política. No hay manera de justificar el paso que AMLO está dando en esa dirección con el argumento de que, de otra manera, no terminará a tiempo sus obras públicas seminales.
El hecho de que el presidente goce de amplios márgenes de aprobación, que rondan entre 60 y 70% según la fuente, me parece que ha sido malinterpretado por los dos grandes protagonistas de la disputa política. La oposición asume que se trata de algo incomprensible, que es resultado de la manipulación y la ignorancia, y que basta con exhibir las fallas del gran seductor para que todo se caiga como un castillo de naipes. Se resisten a entender que AMLO es la expresión de una inconformidad masiva y no al revés. Por su parte, López Obrador asume que los márgenes de aprobación constituyen un espaldarazo incondicional a su persona, lo cual se traduce en una patente de corso que legitima absolutamente todo lo que conciba.
Tendríamos que reivindicar al interior o en las franjas del lopezobradorismo la diversidad de los muchos agravios pendientes; defender la facultad de autocrítica porque de otra manera el movimiento renuncia a mejorarse a sí mismo. Pero debe entenderse que esa autocrítica no puede percibirse como actos de deslealtad a un proyecto de país encabezado por un líder singular, y mucho menos asumir que hacerlo equivale a militar en las filas de los adversarios de ese proyecto. López Obrador ha tenido la oportunidad histórica, por méritos propios, de encabezar un enorme esfuerzo que abreva de muchas y diversas luchas y de largos procesos históricos que no se agotan en una sola voluntad ni se reducen a los límites y alcances de una persona.