Controversias monumentales

¿Qué personajes ameritan que se les consagre la relativa eternidad de una estatua y cuáles convendría quefueran removidos del sitio que las sociedades del pasado les concedieron? ¿Qué dicen de nuestra identidad las esculturas?

Monumento a Cristóbal Colón, creado por el artista Charles Cordier en 1877.

La anunciada instalación en el Paseo de la Reforma de la Ciudad de México de una escultura monumental llamada Tlali, que representa la cabeza de una mujer indígena, y que sustituirá al monumento dedicado a Cristóbal Colón que, por decenios, ocupó un notorio pedestal en la principal avenida capitalina, representa el episodio más reciente de una polémica que lleva algún tiempo de sobrevolar la discusión pública en México...

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La anunciada instalación en el Paseo de la Reforma de la Ciudad de México de una escultura monumental llamada Tlali, que representa la cabeza de una mujer indígena, y que sustituirá al monumento dedicado a Cristóbal Colón que, por decenios, ocupó un notorio pedestal en la principal avenida capitalina, representa el episodio más reciente de una polémica que lleva algún tiempo de sobrevolar la discusión pública en México y otros países, y que puede resumirse en una serie de preguntas relacionadas: ¿qué y a quiénes deben conmemorar los espacios públicos de nuestras ciudades? ¿Qué personajes ameritan que se les consagre la relativa eternidad de una estatua y cuáles convendría que fueran removidos del sitio que las sociedades del pasado les concedieron? ¿Qué dicen de nuestra identidad las esculturas que decidimos que pueblen las avenidas, glorietas, parques y hemiciclos? ¿Las estatuas sirven de algo, aparte de ser la letrina de las palomas y el punto de referencia de los taxistas?

Los bustos y monumentos no son un asunto tan trivial como podría parecer: han aparecido en todas las civilizaciones. Dioses, héroes, reyes, conquistadores, pero también insumisos y rebeldes, también personajes a los que se considera admirables por su genio, inteligencia, devoción, abnegación o bondad, han sido celebrados en madera, piedra o metal. Y, del mismo modo, las sociedades humanas se han concedido otras estatuas para resaltar abstracciones o símbolos que les recuerden sus orígenes, sus aspiraciones o logros. Se exaltan la belleza, la libertad, el patriotismo, la maternidad, la pureza, el trabajo... Lo que mejor acomode al momento, cosa que no deja de ser paradójica para piezas quese afanan en buscar la permanencia.

Porque las estatuas no nacen del suelo y por sí solas y, por tanto, no son neutrales, como los árboles o las colinas. Hay que ponerlas en donde están y pagar por ellas y, por lo tanto, representan a las ideas dominantes y hegemónicas de una cierta época. Pero, dado que los ciudadanos comunes y corrientes no cuentan con el tiempo, el dinero ni, en general, las ganas de andarlas levantando, también son, sobre todo, un síntoma de las opiniones e intereses de los Gobiernos y Estados que las mandan esculpir y colocar y que, de algún modo, fingen interpretar la voluntad de los ciudadanos al imponerlas.

México reboza de bustos en honor a los héroes patrios reivindicados por sus sucesivos Gobiernos. Gracias al nacionalismo que tanto cacareaba el PRI, en cada ciudad y pueblo del país hay uno o varios Juárez, Hidalgos, Morelos y una multitud de Lázaros Cárdenas. A estas alturas, podemos decir que estos son personajes más o menos establecidos en el imaginario popular y que nadie espera que los bajen. Pero también andan por ahí decenas más que cuentan con un consenso mucho menor. El general García Barragán, por ejemplo, quien era secretario de la Defensa en tiempos de la masacre de Tlatelolco y cuyas representaciones suelen ser manchadas con pintura rojo sangre... ¿Y qué decir de los Colosios que salpican el paisaje aquí y allá? Pero no solo en el PRI hace aire: los panistas se las arreglaron para levantarle estatuas, donde pudieron, a su excandidato presidencial Manuel J. Clouthier cuando llegaron al poder.

Es muy probable que tengan razón quienes sostienen que los mexicanos, hoy día, no se sienten mayoritariamente representados por Colón, y que muchos de ellos lo consideran un personaje dudoso o nefasto, al ser el precursorde la conquista y colonización americana. Pero, en esa misma línea de pensamiento, ¿qué desearía poner el común de los ciudadanos en su lugar? ¿Una cabeza colosal, como Tlali, que se presupone olmeca pero que tiene un nombre náhuatl? ¿Si hiciéramos una encuesta abierta no correríamos el riesgo de terminar con un Baby Yoda gigante allí, en vez de alguna figura patriota?

Imposible no pensar, gracias a este lío, en la historia del Caballito, la estatua ecuestre del rey español Carlos IV, esculpida por el gran Manuel Tolsá, que pasó más de un siglo en el mismo Paseo de la Reforma hasta que se decidió, creo que razonablemente, que no había motivos para honrar de tal modo a un rey colonial de ultramar. Pero los mexicanos, que somos geniales, encontramos en aquel entonces una solución a la altura de nuestras confusiones históricas: el Caballito se conservó “por respeto al arte”, pero en otra ubicación menos vistosa, y en el sitio donde se levantaba fue colocada una reinterpretación metálica, curvilínea y a la vez angulosa del monumento, un nuevo Caballito pero sin rey montado. No conozco nadie a quien le guste el segundo Caballito, pero al menos los taxistas pueden seguir usándolo como punto de referencia…

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