Tiro libre contra la democracia
Si una reforma hace falta en México, esta debiera atajar los goles que se le meten a la democracia a cada rato: la incorrecta representación de las minorías, el abundante dinero negro que usan los partidos y la participación del crimen organizado en los comicios
Estamos en el minuto 89 del partido. El marcador está empatado, lo cual es una sorpresa para todos. Pero Ronaldo, de la escuadra favorita, está a punto de cobrar un tiro directo. Los hinchas del Bicho están frenéticos. Dan por descontado que ni la barrera ni el portero podrán hacer algo contra el disparo. La otra mitad del estadio atestigua, entre muda y balbuceante. Muchos de estos reclaman que, en primer lugar, la falta que originó el castigo fue inexistente. Pero ya está de más la protesta, sin atreverse a reconocerlo también creen que el gol es un hecho, tanto como la injusta derrota que s...
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Estamos en el minuto 89 del partido. El marcador está empatado, lo cual es una sorpresa para todos. Pero Ronaldo, de la escuadra favorita, está a punto de cobrar un tiro directo. Los hinchas del Bicho están frenéticos. Dan por descontado que ni la barrera ni el portero podrán hacer algo contra el disparo. La otra mitad del estadio atestigua, entre muda y balbuceante. Muchos de estos reclaman que, en primer lugar, la falta que originó el castigo fue inexistente. Pero ya está de más la protesta, sin atreverse a reconocerlo también creen que el gol es un hecho, tanto como la injusta derrota que solo una atajada milagrosa podrá evitar.
Transmitida está la tensión que se vive hoy en México. Ahora aclaremos. Primero una disculpa a Ronaldo, que no se caracteriza por el juego sucio. Así que compararlo con Andrés Manuel López Obrador es un exceso que protestarán hasta los que odian deportivamente al portugués. Y el partido que se disputa, con perdón de los pamboleros, que sí creen que en cada campeonato el sentido de la existencia se pone en juego, no es trivial: puede marcar un antes y después de la democracia en este país. Ahora dejemos el fútbol, que no tiene la culpa.
“López Obrador quiere cargarse a las instituciones electorales”. “El presidente de México encabeza el embate más inopinado contra la ley electoral en 45 años”. “AMLO crea, a propósito del INE y el TRIFE [el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, antes llamado Tribunal Federal], ooootro problema donde no había uno”. “Morena va de cacería: puso precio a las cabezas de árbitros comiciales”. ¿Cuál de esas frases les gusta para titular? Todas son correctas, separadas o juntas.
En 2020, el PIB de México cayó 8,5%, y este año el crecimiento de la economía se quedará mínimo dos puntos abajo de esa cifra. En un país normal —ya sé, ya sé, ya chole con decir “sí fuéramos un país normal esto o lo otro”, pero ni modo de acostumbrarse como si nada a gobiernos que en pleno siglo XXI levantan pirámides de cartón piedra para ponerle incienso al presidente—... Retomo: en un país normal esa crisis económica, o el dato de que en tres años, según informó el viernes el Gobierno, la matazón solo ha disminuido en 0,4%, cualquiera de esas dos realidades tendría, en otro escenario, a Gobierno y sociedad puestos de cabeza en la búsqueda de soluciones para activar empleos o lograr justicia y paz. Mas no aquí, donde los de Palacio Nacional han decidido que es hora de vulnerar (ellos dicen reformar) unas instituciones electorales que las más de las veces funcionan bien.
Así que no entremos en el laberinto de por qué el Gobierno no emplea su energía y múltiples recursos a la recuperación económica o la conquista de la seguridad. Veamos en cambio por qué quiere descabezar a órganos electorales que producen elecciones que son aceptadas, y reconocidas, por los ciudadanos. Spoiler: por rencor, por ambición y por dinero, en el orden que ustedes gusten.
El Instituto Nacional Electoral es una institución que goza del reconocimiento de los mexicanos, pero en la disfuncional circunstancia de que esos mismos mexicanos en el Latinobarómetro luego dicen que desconfían de su democracia. Esquizofrenia aparte, ¿los órganos electorales son hoy un problema para México? Además de sobresaltos propios de cualquier país democrático, la respuesta es no. Si hace falta prueba, ahí están las elecciones del 6 de junio, donde a pesar de todas las polémicas el oficialismo ganó 12 de 15 gubernaturas, y si bien perdió la posibilidad de control absoluto de la Cámara de Diputados, la realidad es que la merma no dejó a López Obrador con las manos atadas en el Congreso.
Pero el presidente ni perdona ni olvida. Y para él las autoridades del INE deben caer, pues le han decepcionado. Esto no es interpretación: con tono de la Rosa de Guadalupe, lo declara a cada rato en Palacio Nacional. El puchero no puede ser más sintomático. El jefe del Ejecutivo cree que el árbitro de las elecciones debe complacerlo a él, más que apegarse estrictamente a la ley a la hora de organizar comicios equitativos y limpios antes, durante y después de las votaciones.
López Obrador ve el mundo de otra manera. O habría que decir, con otro reloj. Desde la presidencia de la República quiere ser el factótum de una reforma electoral, cosa que no ha pasado en México, como han subrayado expertos, en las anteriores ocho cirugías a las que se ha sometido la ley respectiva desde 1977. En los casos anteriores, las operaciones atendían demandas de los perdedores, de aquellos a quien la ley marginaba de la justa representación o de las adecuadas condiciones para competir. En este, es el capricho del mandatario, no carente de cálculo político, el que pone urgencia a una legislación que nadie estaba pidiendo.
Lopez Obrador quiere cambiar a personas y instituciones encargadas de los comicios porque no le gusta que estaban ahí cuando él, adanista como pocos, llegó al poder, porque no tolera que fallen en contra de sus intereses, y porque lucrará con el dinero que pueda exprimir de esos órganos si logra convertir en gol el tiro que está a punto de chutar.
Tres veces te engañé... La primera por rencor.
“No es mi fuerte la venganza”, ha dicho el presidente en muchas ocasiones. Tres años en el poder le confirman a demasiados que es todo lo contrario, que si algo lo mueve es el rencor.
López Obrador ejerce la presidencia atorado por dos traumas. El primero por la caída del priismo clásico, iniciada durante el periodo de Miguel de la Madrid (1982-1988) y consumada en el salinismo (1988-1994), y el segundo por su derrota del 2006.
Cuando por fin ganó en 2018 sacó de la gaveta sus apuntes sobre ambas afrentas. México se jodió, diría un ecoamlista del boom latinoamericano, con las reformas llamadas neoliberales, sistema de apertura económica y competencia sin justicia social, pero también de instalación de órganos de checks and balances.
Los cuadernos de López Obrador apuntan a que ha de cobrarle a todo el sistema que le hayan impedido la victoria en el 2006. Esos renglones dictan que ha de emprenderla contra los órganos electorales, summum de ambos resentimientos: una autoridad independiente en la definición de quién gana y quién pierde y por qué, a partir de lo que digan las reglas y las urnas, contradice el presidencialismo clásico que añora Andrés Manuel. Nomás no lo supera, por lo que le hicieron a la investidura –imagínense, ya no es inapelable la voluntad presidencial–, y por lo que él denuncia que le hicieron hace 15 años, un fraude, en su primera carrera por la silla del águila.
Hay que comprenderlo porque él no comprende que el INE le haya rechazado a dos candidatos, a uno no por los delitos sexuales que algunas mujeres denunciaron, sino por una falla inverosímil en un trámite a la hora de inscribir al aspirante a la gubernatura de Guerrero. Agravios como esos conforman el rosario de reproches que guarda el presidente contra los árbitros electorales.
Pero encontrar en las determinaciones recientes, del INE y del tribunal, la razón por la cual el grupo en el poder pretende reventar la espina dorsal de elecciones mexicanas, con escenarios impredecibles si se consuma, es tratar de normalizar lo anormal.
López Obrador es el jefe del Ejecutivo, pero también el jefe del Estado. Una vez que ganó se convirtió en el jefe de todos los mexicanos, o eso tendría que haber ocurrido. En el líder de los que lo votaron, algo más que 30 millones, y de los que no, algo menos que esa cifra.
En vez de eso se ha declarado sectario: ha prometido un movimiento transformador (guiado por sueños sin pies ni cabeza, pero ese es tema de otra columna), y ahora le ha dicho a sus adeptos que lo que sigue para ese proyecto es arrancar órganos electorales fruto de casi 45 años de evolución reformadora negociada pluralmente.
Quien diga que esto se debe a que hace meses el INE revisó la ley que impedirá que Morena retenga en el Congreso con una sobrerrepresentación ilegal, quien señale que el presidente ha montado en su capricho porque su amigo Félix Salgado Macedonio, considerado violador por mujeres denunciantes, y porque otros correligionarios del tabasqueño han sido castigados ley en mano por árbitros y magistrados, quien señale que el mandatario está buscando al chivo expiatorio por el fracaso de la consulta no consulta del 1 de agosto para enjuiciar a sus antecesores, en realidad dirá solo pedazos marginales de la verdad.
Porque así como en el origen de todo está el verbo, en México en el centro de todo está López Obrador, y López Obrador no quiere al INE, porque desprecia que sea el heredero del IFE del 2006, y porque no acepta el carácter de autónomo que éste organismo fue ganando a la par del colapso del PRI.
Así que la frustración, el rencor y la revancha son los elementos de la gasolina que mueve al amlismo a cargarse los órganos electorales.
El segundo elemento es la ambición. Se parece al anterior pero no son lo mismo. Si López Obrador solo creyera que el origen del mal en las elecciones está de las imperfecciones del INE y el tribunal que heredó, e incluso sin perdonarle “los errores” del pasado solo quisiera mejorar las cosas, convocaría a un grupo de expertos e interesados a formular propuestas, sometería, pues, a la voluntad popular las correciones que hagan falta.
Y sí, pondría de su mano, pero apelaría a que la reforma salga por consenso. Ha anunciado, de última hora, que para la redacción ayudarán algunos, entre ellos los que hayan padecido fraudes electorales. Pero está claro que ese anuncio es una coartada: el presidente nunca aceptará que organizaciones de la sociedad civil, exfuncionarios y académicos independientes contribuyan a la redacción de esa reforma.
La legislación que descabezará a INE y tribunal va porque va, va porque la quiere López Obrador, va porque López Obrador no perdona al INE, va porque no olvida ni un día al IFE del 2006, va porque López Obrador no acepta las reformas de los años ochentas para acá. Y va porque no va a desperdiciar una oportunidad de capturar más poder.
Esa es la segunda razón. El presidente no para de comer instituciones. Deseo de poder que no conoce límites.
Y la tercera motivación es el dinero. Nada, nada, nada le importa más a López Obrador hoy, incluso por encima de su gusto por las elecciones y por capturar instituciones, que el dinero. Las arcas están flacas, el presidente sabe que la economía, a este ritmo y con él ahuyentando inversionistas, no le dará los recursos que requieren sus programas sociales y las obras emblemáticas del sexenio, y ha de encontrar dinero donde lo haya: torciédole la mano al Banco de México o, por supuesto, exprimiendo lo que quede de INE y Tribunal, que con el garlito de la austeridad padecerán el descuartizamiento que ya han padecido diversas áreas del poder federal.
¿Es inevitable el gol? El trayazo de López Obrador tiene una trayectoria aún impredecible pero ventajas descontadas. El presidente cuenta con mayorías en las Cámaras, pero tras el 6 de junio se ha quedado con menos diputados de los que necesita para una reforma constitucional. ¿Cómo puede evadir esa barrera? La primera respuesta es si esos jugadores, que se supone que protegen la portería, está de verdad compuesta por personas que no desean que caiga el gol.
Esa barrera, si es que existe además de como metáfora, la componen los partidos PAN, PRI, MC y PRD en el orden de peso. Han prometido no ceder a los caprichos de López Obrador, pero en el pasado sus promesas han pesado lo que el humo.
Desde el momento mismo en que perdió influencia en la Cámara de Diputados, hace dos meses y medio, Andrés Manuel minimizó ese hecho diciendo que en todo caso podría buscar una alianza con el PRI. Este cierre de semana el PRI ha deslizado que también amaneció con apetito de reforma electoral. Y no es el único.
A media semana el senador Ricardo Monreal, dentro de Morena (pero que es dueño de su propio juego), filtró un boceto de presunta reforma electoral. En él, se atienden algunas de las cosas que quiere el presidente. Menos legisladores (recortar a aquellos de representación proporcional), correr a los actuales árbitros y dios sabe qué más cosas.
La verdad es que tanto lo del PRI como lo de Monreal son fintas, gambetas que buscan agradar tanto al presidente como a los escépticos, pero sobre todo a los ingenuos.
Si una reforma hace falta, ésta debiera atajar los goles que se le meten a la democracia a cada rato: incorrecta representación de las minorías y nuevos actores, el abundante dinero negro que usan los partidos en toda elección y la cada más evidente, por descarada e impune, participación del crimen organizado en los comicios.
La búsqueda de apertura del sistema fue un reclamo de, entre otros, la vieja izquierda. Así nacieron las plurinominales que hoy Morena ha deslizado que busca recortar. ¿Será que el PRI, que en el pasado resistió cuanto pudo la cesión de espacios a la oposición, es el verdadero abuelo de Morena y no el Partido Socialista Unificado de México? Eso en cuanto a que ahora pretenden recortar los legisladores de representación, porque de los otros dos temas, de la fiscalización y del narco, poco o nada se puede esperar.
El primero de septiembre se instala una nueva legislatura. Será el silbatazo con el que el oficialismo quiere salir a golear la conquista más cara de cuantas han logrado los mexicanos desde 1977.
En aquel año, a pocos meses de haber ganado la presidencia en 1976 con casi la totalidad de los votos (el PAN no puso candidato), el sistema supo que por más fuerte que pareciera, había empezado su debilidad. Para tratar de retrasarla, lanzó la primera reforma electoral de gran calado y ánimo aperturista.
Quienes han hablado de instalar un nuevo régimen, dirán desde el poder que México tiene la democracia más cara e imperfecta, sin aclarar que uno de cada tres pesos del presupuesto del INE va para el documento de identidad nacional, y revolverán datos para ocultar que en la suma que se le da al Instituto Nacional Electoral hay fondos para las consultas populares que tanto gustan a López Obrador, y para los propios partidos, glotones de recursos donde los haya.
Habrá pues ruiderío en la cancha y en la tribuna. El balón está a punto de ser proyectado contra la portería. La defensa es muy poco confiable. No sabemos si el guardametas tendrá alguna chance de evitar la caída. En las gradas, los ciudadanos tienen otras dos dudas: ¿perderemos como siempre?
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